sábado, 31 de marzo de 2012

Presentación:Tantos tópicos tontos.




eltumbaollas dijo:
Buenos días a todos, todas y todes
Hay una óptica en Urquijo que cuando pasas siempre te cae algo. Normalmente un folleto, aveces un caramelo. Ayer, camino del Ercilla un joven afroamericano, digo subsahariano, bueno, de etnia más oscura que el bronce, como negro, me entregó sonriente, mostrando sus dientes de espuma de mar, un folleto (yo quería caramelo): “Gradúe sus gafas de sol desde 2,95€” anunciaba. Lo doblé meticulosamente a la espera de cruzarme con una papelera. Crucé la puerta del hotel con el zurullo de papel en la mano.
Saludé a don Santiago, brévemente, pues siempre va rodeado de una corte (o cohorte) de adjuntos difícil de salvar.
Apareció don Neo, al que abracé, tanto por la alegría de verle como porque alivió mi sensación de soledad rodeado de grupos de personas que reían y charlaban animosamente y yo allí sólo, como descolocado, estrujando el zurullo de papel sin encontrar una maldita papelera. Entró don Belosti; ya eramos tres, todo un grupo; me sentí integrado. Se nos acercó don Uomo acompañado por dos compañeros. Cambié el zurullo de mano y con brio y energía estreché manos.
Falló Nicolás Redondo, por asuntos familiares al parecer graves. Así que el Patrón comenzó enseguida la brillante disertación que han podido ustedes leer arriba. Cerrada ovación.
Y se arrancó el profesor Arteta.
Comenté el buen hacer de don Jesús Moya en el arte de la enseñanza, no lo haré del profesor Arteta.
Nos sentamos en primera fila, que Neo y yo andamos un poco tenientes, no así don Belosti.
Ese fue mi error.
Desde el comienzo del discurso, el profesor Arteta clavó su mirada en mí y no me soltó hasta que acabó. Me dedicó toda la clase.
No `podía moverme, ni bostezar, ni rascarme las miserias y al no alternar de mano el zurullo éste se recoció en mi mano sudorosa y me la tiznó de colorines. Cada vez que el profesor bajaba la mirada hacia sus notas yo aprovechaba para cambiar el cruce de piernas o hurgarme las orejas. Cuando levantaba la vista, hacia mí por supuesto, me quedaba quieto, sin respirar y asentía sus afirmaciones con un leve movimiento de cabeza y media sonrisa. Tanto asentía y sonreía que el profesor debió pensar: qué buen alumno el calvo este de la fila uno.
Lo inevitable, sucedió pronto. El zurullo se me cayó y don Santiago clavó su mirada, entre sorprendida y enojada en el zurullo y luego en mí. Me puse rojo. Maché de colorines mi polo blanco (¿a quién se le ocurre ponerse un niki blanco?) y deseaba que aquello acabara.
Hice una pregunta sinsorga y el profesor me respondió que,bueno, no sé, me respondió algo.
La bellísima y atractiva Edurne Uriarte hizo una pregunta pertinente y por respuesta recibió balbuceos.
Tras saludar a doña Edurne, me limpié las babas, pateé el zurullo y salí con don Neo.