sábado, 29 de marzo de 2014

Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza (10).

Andoni dijo:
Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza.
Al tajo.
El celador entró descolorido al quirófano mientras recibía una bronca descomunal por parte de las dos batas verdes.
- Pero, ¿se puede saber qué estabas pensando para confundirte de enfermo? ¡Si no le preguntamos nada le operamos de escafoides, húmero, radio y televisión de plasma! ¡Inútil, mas que inútil! – le chillaba una de ellas amenazándole con el cuchillo jamonero.
- Acompaña a este señor al quirófano correspondiente y tráenos al del brazo -le gritó la otra.- Disculpe, D. Andoni Neo –se dirigió a nosotros-. Ya sabe, es el sobrino de un primo hermano del consejero de Sanidad…
- Sí, lo entiendo. Pero, digo yo que tendrá algún título ¿no?
-Sí, sacó el de la ESO con dieciocho años y tiene uno de manipulador de alimentos.
Así que aclarado el entuerto, para nuestro bien y de nuestro brazo, acompañamos al titulado al quirófano correspondiente ataviados con el gorrito de piscina y las pantuflas . Era exactamente igual al anterior. La única diferencia, que en este se encontraban dos batas verdes con tetas y otra con bigote. La del bigote se presentó como Juan y era anestesista; me invitó a sentarme en la cama central mientras acercaba una mesa metálica toda llena de cables. Una vez acomodado me colocó unos cables acabados en tenazas en los dos pies y otro con una ventosa me lo pegó en el pecho. Una maquina situada en la cabecera de la cama comenzo a sonar: pí… pí… pí… pí…
-Hombre –le dijimos señalando al aparato-. Esta debe de ser la maquinita que en cuanto se ponga a emitir el piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii todo seguido os ponéis nerviosos y comenzáis a darme descargas eléctricas con las planchas. Que lo he visto yo en las películas americanas… Ya podríais haber avisado antes, así me hubiera depilado también el pecho.
El anestesista me miró raro y me indicó que inclinara el cuerpo hacia delante.
-Notará un pequeño pinchazo en la espalda –me dijo.
¿Un pinchazo? Aquello no fue un pinchazo. Fue el mejor puyazo que realizó mi abuelo el picador en su longeva vida ¡La madre que parió al anestesista!
-Tranquilo, no empuje más –le dije. -Entre usted a matar con la espada cuando quiera, sin pases de muleta ni nada, que tiene aseguradas las dos orejas y el rab…, las dos orejas-. Que hasta por la puerta grande creíamos que lo iban a sacar tras el viaje que nos metió.
- Nunca he tenido queja de ningún paciente – nos dijo enfadado.
- Joder, a este no le sobrevive ni uno solo de los que pasan por sus manos –pensamos.
Juan, el anestesista de Ubrique, nos ayudó a tumbarnos en la cama y se colocó tras la maquinita del pitido, cual primera espada tras el burladero. Pasados unos minutos, una de las batas verdes se acercó a nosotros y nos preguntó:
-¿Qué tal D. Andoni Neo? Se encuentra usted bien.
-Como Rambo –le contestamos. No siento las piernas.
Por una puerta lateral entró una bata blanca con un casco de moto sobre su cabeza saludando a los allí presentes.
-¿Quién es? –pregunté.
- El cirujano – me contestó el bigotes tras el burladero. Lleva un par de días un poco nervioso, debido a un incidente que ha tenido en un paso de cebra con un pintor. Pero no se preocupe, me han dicho que es bueno en esto de las prótesis.
-Ah, ¿pero no le conoce?
- No, esta es su prótesis doctoral en este hospital, pero viene con unos muy buenos informes de la clínica privada donde ha ejercido los últimos años. Dicen que es el mejor protésico dental que ha pasado por ella.
El Neo cogió las riendas del asunto y juntos comenzamos a rezar a Santa Apolonia, patrona de los dentistas.

Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza(9).

Andoni dijo:
Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza.
Dentro.
El celador nos abrió la puerta de quirófanos y nos invitó amablemente a pasar. Lo miramos asombrados, ya que la última vez que alguien con uniforme gris nos había tratado con tanta deferencia fue en Checkpoint Charlie, el paso entre el Berlín Este y Oeste, cuando dos tipos vestidos de militares americanos nos invitaron a realizarnos una foto, al módico precio de un euro (creo que ahora cobran dos euros si te ven con cara de guiri hispánico), y encima nos regalaron un vale del 10% de descuento por la compra de un Happy Meal en el Mc Donalds de al lado.
Pasamos al interior de un pequeño habitáculo, antesala del quirófano, donde nos entregó una especie de gorrito elástico de tela.
-Póngaselo en la cabeza –nos dijo.
-Ah, ¿es que primero vamos a la piscina? –le preguntamos nosotros.
- Es por higiene.
-Pues eso, como en la piscina.
- No, es por higiene del quirófano. Para que no se contamine-.
Menos mal que nos habíamos afeitado la barba hacía unos días que si no nos encasqueta otro en el morro a modo de bozal. Después nos ofreció otros dos elásticos más pequeños.
-Estos son para los pies.
- Esto está muy bien pensado – le dijimos.- Así no queda rastro de sangre en las uñas de los pies-.
Nos miró como raro y después de comprobar que estábamos en perfectas condiciones abrió el patíbu…, la puerta del quirófano.
Era amplio y muy bien iluminado, de paredes color verde esperanza y un detalle que me pareció muy acertado: no tenía ventanas. Es que no me parece de recibo que estés ahí metido, con un montón de desconocidos usando tu cuerpo a su antojo, cual prostituta de bajo estanding, y veas a un tipo asomándose por la ventana a ver lo que se cuece dentro. Tengo que reconocer que por lo menos, en ese aspecto, son discretos.
Dos batas verdes femeninas, con su casquetito en la cabeza, un bozalito blanco tapando su boca y guantes, también verdes, en sus manos levantaron la cabeza al acercarme a una mesa que había en el centro. Una de ellas, que estaba afilando lo que a mí me pareció un cuchillo jamonero, me dio los buenos días; la otra me preguntó:
-¿Qué brazo es?
- ¡Como me operéis de un brazo os pego un rijostio con el otro! – le respondí yo, el oscuro.
- No te pongas así, Carlos. Ya verás como ni te enteras.
- ¡Oiga, que yo no me llamo, Carlos! ¡Que el tal Carlos debe de ser el pintor de pasos de cebra que hay ahí fuera!

La Guerra de Santo Domingo/2

jachuspa dijo:
La Guerra de Santo Domingo/2
El invierno de 1788 fue, posiblemente, el más terrible que ha conocido la ciudad de París, como si quisiera preludiar el cataclismo que se avecinaba en meses venideros: temperaturas inferiores a los 20º C bajo cero no fueron extrañas.
Pocos días antes de la toma de la Bastilla, un grupo de plantadores caribeños había solicitado a la Asamblea Nacional francesa que se incluyeran veinte representantes de las colonias caribeñas. Para justificar ese número, los peticionarios habían contado incluso los esclavos que habitaban Saint Domingue. El conde de Mirabeau tomó la palabra en la Asamblea para denunciar las pretensiones de los plantadores coloniales:
“¿Están las colonias colocando a sus negros y gentes de color en la clase de hombres o en la de las bestias de carga? Si las colonias quieren contar a los negros y gente de color como hombres, deberían entonces permitirles elegir y ser elegidos. Si no, les rogamos observar que, en la cuenta para decidir el número de diputados proporcional a la población de Francia, no hemos tomado en consideración ni el número de nuestros caballos ni el de nuestras mulas.”
Poco tiempo después y bajo los ecos de la Revolución Francesa, en 1791, se produce una masiva insurrección de esclavos en Saint Domingue, acompañada por el incendio y destrucción de plantaciones y el asesinato de numerosos miembros de la población blanca. No era la primera vez. La más importante de todas, anteriormente, fue la capitaneada por Mackandal, el precursor de Toussaint, que intentó liberar a los suyos por medio del veneno. Era una especie de Rappel que presumía de adivinar el porvenir. Un día se emborrachó y la traición de sus lugartenientes hizo que fuera capturado y quemado vivo. Quedó tanto miedo al envenenamiento, que en la parte española de Santo Domingo se prohibió “la venta de arsénico o solimán (cloruro mercúrico, sustancia muy venenosa) a negro o pardo so pena de perforarle las orejas a quien lo hiciera“
El triunfo de Toussaint, que posteriormente pagaría con su vida, era la ruina de la burguesía francesa que se había enriquecido con el comercio triangular y el tráfico de esclavos. En 1802, Napoleón restituye la esclavitud y envía un ejército expedicionario de 58.000 hombres al mando de su cuñado Leclercq; pero, al cabo de veinte meses de guerra, donde compitieron en atrocidades con los propios negros: “… en el alto del Cabo (Haut du Cap) se preparó una palestra. Allí un negro desnudo, con las manos atadas a la espalda, espera la muerte que cuatro parejas de perros iban a darle. Muy pronto, esos animales excitados, fueron sueltos y entonces se precipitaron con rabia sobre su presa. Destrozado, hecho pedazos, el negro cae. Todo se desvanece ante este hombre espectáculo; cuando de repente los perros se detienen, forman un círculo alrededor de la víctima, se levantan sobre sus patas delanteras y empiezan a ladrar. El propósito había fallado; se sabe, en efecto, que esos animales proceden así cuando el temor los domina. Se hubiera creído que la falta de éxito había desarmado a los verdugos, pero eso sería conocer muy poco a los monstruos que presidían tales atrocidades. Se hizo enseguida levantar al negro todo cubierto de mordidas, se le desató las manos, se le armo con un látigo y, después, empujado con la bayoneta en los riñones se le hizo atacar a los perros para hacerse devorar por ellos. Entonces, un grito general de horror resonó en los aires: los perros, más humanos que los hombres, retrocedieron y huyeron aullando” el ejército francés- como antes le sucediera al inglés- fue completamente diezmado por la fiebre amarilla –falleciendo el propio Leclercq- lo que unido a otros factores contribuyeron a que, en dos años, murieran cerca de 50.000 soldados. Tal desastre imposibilitó que se materializara la ocupación. Los rebeldes continuaron la lucha bajo el mando de Jean Jacques Dessalines, otro ex-esclavo quien proclama la independencia de Saint Domingue, que pasó a llamarse Haití, el 1º de enero de 1804.

La galerna

eltumbaollas dijo:
¿Qué cojones es una galerna?
Aparecieron dos bultos en la playita de Ontón, eran las dos chicas; faltaba el otro cadáver. A mí nadie me preguntó pero supe cómo se inició la tragedia. Una tarde aburrida de Agosto remaba en el viejo bote del Club Náutico de Castro Urdiales (CNCU) quizá buscando piratas pues no tendría más de diez u once años. Acababa de oír por primera vez la palabra galerna pronunciada con entonación castreña por un marinero vestido de azul al que llamaban Ochoa. Viene Galerna, dijo con un Ideales en la boca y esa mirada, que alcanza más lejos, propia de los hombres de mar. Seguí su mirada y el horizonte parecía una mancha negra de turballón. El Nordeste ya soplaba pero la temperatura aún era agradable. Yo sabía que si el mar se volvía negro había que ir a casa a por un chubasquero y merendar. Me dispuse a abandonar la balsa en la que enredando entre los Optimist me bañaba una y otra vez. Cogí el bote para acercarme a la escala pero antes me di una vuelta entre las embarcaciones exprimiendo hasta el último minuto antes de la lluvia y sintiéndome un pirata cruel o un remero de trainera ballenera. De repente dejé de remar; allí estaban las dos chicas y un chico de unos dieciocho años aparejando torpemente un viejo Snipe de madera. No lo sabía entonces pero mis impulsos sexuales preadolescentes me dominaban y me quedé observando a las chicas. Miraba su pelo, sus pulseras, llevaban chicles en sus bolsos y olían mejor que mis hermanas. Él era de Madrid y ellas de Bilbao. Recuerdo el apellido de él pero a ellas las olvidé adrede. Una me llamó y lo hizo por mi nombre. ¡Me conocía! Remé con fortaleza y acudí a su llamada con gran determinación. Me echaron una escota y me pidieron que les remolcara un poco hasta acercarles a la bocana. Amarré con habilidad el cabo a una cornamusa de popa y comencé a bogar. Les miraba mientras intentaban izar la mayor y una se arrebujó para tratar de encender un Winston. Viene galerna, dije como si supiera de lo que hablaba y presumiendo de marino. El chuleta madrileño, con desprecio, me dijo que qué cojones era una galerna; me puse rojo y sentí una mezcla de odio y envidia. Quizá era sólo envidia que siempre envuelve odio. Después de soltarles remé de vuelta al Náutico viendo cómo se peleaban con el foque y el negro mar se acercaba.
En la cena reñía con mis hermanas agotando la inmensa paciencia que mi abuela nos otorgaba cuando, no sé cómo, llegó la noticia: tres chavales que habían salido a navegar no habían vuelto. Sentí el primer gran golpe en mi alma. Se hizo un silencio pastoso en todo el pueblo y deseé morir. Acabé la cena como pude y en vez de pelear con mi abuela por la hora de acostar me escondí en la cama. Sin lágrimas lloré del alma, sin lágrimas lloré de terror, sin lágrimas lloré de culpa. Recé, recé y recé pidiendo que fuera un error y que todos se reirían del malentendido. Por la mañana, más temprano que nunca y sin desayunar corrí con mi bicicleta GAC hasta el Náutico. No me atreví a entrar por el terror a que me acusaran y que todos supieran que yo fui el culpable.
Primero apareció el Snipe boca abajo, después las dos jovencitas en la playa de Ontón. A él lo vieron en unas rocas de Mioño. Y mi infancia se agotó.

Guerra de santo Domingo (1)

jachuspa dijo:
Quizás la palabra capotillo a ustedes no les recuerde nada más que a una franela menor, tal vez roja, de algún maletilla que por esos campos de Dios busca en las capeas la gloria efímera del dinero y los aplausos. Hace 150 años ahora en agosto, en el epicentro de las fiestas patronales del verano en España, cuando los correbous no eran más que uno de los componentes del folklore de muchas de ellas y el capote de San Fermín no había sido gestionado todavía en ningún cotonificio, a miles de kilómetros de aquí, capotillo no era una franela cualquiera sino el nombre de un otero: Cerro de Capotillo, el lugar donde los dominicanos gritaron, nuevamente, la palabra ¡basta! y cuya consecuencia fue el origen de la llamada Guerra de Santo Domingo o de la Restauración, una catástrofe que sumió en el dolor y el luto a más de 10.000 madres españolas y al Gobierno de la nación en la más absoluta ignominia.
Esta es una historia prácticamente desconocida; llena de heroísmo y sufrimiento, de cobardía y vileza, de cainismo a manos llenas, es decir: una página más de la Historia de España. Lo triste es que aquellos que cayeron lo hicieron en balde, juguetes en manos de quienes, a la hora de la verdad, se lavaron las manos. Muertos, no por falta de valor, sino por la incuria de su Gobierno y no en combate con el enemigo, sino consumidos por la fiebre amarilla, la malaria y otras enfermedades tropicales. Han pasado 150 años y todavía permanece el hedor.
El segundo tercio del siglo XIX nos muestra una España reducida de Imperio a nación, con el peso específico de una potencia media en el panorama internacional y con objetivos marginales a Europa: principalmente, el mantenimiento de su exiguo imperio ultramarino (básicamente Cuba); de reciente historia traumática, superando los conflictos a través de guerras civiles, con estructuras del Antiguo Régimen todavía vigentes y sin una clase media que mereciera tal nombre. En el concierto europeo, era España un socio problemático. Antes de que Gran Bretaña acuñara el término splendid isolation para señalar su finisecular política exterior, fue España quien le dibujó el camino, primero con su apartamiento de la política europea, dado que el objetivo básico de la política exterior isabelina es el mantenimiento del imperio ultramarino y, ya en la Restauración, el recuiellementcanovista.
Aunque las cosas mejoraron con su incorporación al subsistema de la Cuádruple Alianza (junto a Portugal, Francia e Inglaterra) lo que reforzó su posición internacional, no conviene perder de vista la endeblez de las pequeñas y medianas potencias en un sistema multipolar. La diplomacia española acuñó, entonces, un aforismo: “cuando Francia y Gran Bretaña estén de acuerdo, marchar con ellos; caso contrario: abstenerse”. A ello se unió, tiempo después, la llegada al poder de la Unión Liberal y su permanencia en el poder entre 1858-1863, lo que se conoce como el “Gobierno largo de O´Donnell” que alcanzó, por vez primera, el superávit presupuestario durante varios ejercicios, apuntándose, además, algunos éxitos económicos, militares e, incluso, tranquilidad en su política exterior debido a la Guerra Civil norteamericana que desinfló la presión de EE.UU. sobre Cuba.
La victoria, en 1860, en Marruecos dio alas a quienes desde el Gobierno eran partidarios de una serie de operaciones militares en el exterior, denominadas por Jover como “de prestigio” (Cochinchina, México, Marruecos, Santo Domingo, Guerra del Pacífico, presencia española en el Golfo de Guinea) cuyo objetivo, salvo en el caso dominicano, no era el engrandecimiento territorial ni la defensa estricta de la situación existente. Este resurgir hizo creer al Gobierno de España que podría convertirse, nuevamente, en una superpotencia. Así lo vio el cónsul norteamericano Volger en una nota al War Secretary: Apenas hace España un pequeño progreso hacia la recuperación, apenas siente el estómago un poco lleno, cuando sintiéndose joven y vigorosa como en el pasado y rica ya con unos cuantos dólares en el bolsillo, vuelve a caer en las locuras de juventud y esas persecuciones de espejismo que causaron la ruina de su sistema”.

Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza (8).

Andoni dijo:
Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza.
A las puertas.
El celador nos condujo a través de otro laberinto de pasillos. Creo que tenía prisa ya que nos era imposible seguir su ritmo. En cuanto llegaba al final de cada pasillo nos esperaba con cara de mala baba y en el momento que nos estábamos a su altura se ponía otra vez en marcha. Solo faltaba la cuerda y las cadenas para que pareciéramos uno de los galeotes de El Quijote. Para mí que aquel tipo hacía bastante que no “mojaba” sin pagar.
-¡Oiga, aquí hay un baño! ¿Puedo entrar un momento?- Le gritamos desde lejos al pasar junto a una puerta entreabierta por la que se podía observar un lavabo
-No, ese baño es solo para empleados del hospital.
- Por favor, es que me estoy meando mucho.
- Tire para adelante y calle- me ordenó. Aquí se cumplen las normas a rajatabla.
Como ya no aguantaba más tire del cuerpo del Neo, crucé la puerta, me introduje en uno de los baños, cerré el pestillo y apunté al inodoro. Oí como entraba mientras me disponía a soltar lastre. Una mano se introdujo por debajo de la puerta y me agarro con fuerza el tobillo derecho.
-¡Salga inmediatamente!- me dijo.
-Cuando acabe de mear- le contesté mientras intentaba desasirme de la mordaza de su mano.
El lado oscuro de la fuerza y la cadera derecha tuvieron la culpa. Con el forcejeo por librarme la puñetera comenzó a dolerme fuertemente, así que levanté mi pie izquierdo y le pegué un pisotón en la muñeca al celador. Un ruido como de nuez cascada y un grito casi humano me indicó que yo no iba a ser el único operado aquel día. El tipo soltó la presa y entre gritos nos amenazaba con tirar la puerta abajo. El Neo tomo las riendas de la situación.
- Perdone, señor celador… Ha sido sin querer… No sé lo que me ha pasado… Comprenda mi estado de ánimo-.
- ¡Salga inmediatamente!- gritó.
- Sí, ahora mismo, en cuanto acabe de sacudírmela.
Una vez desahogados, el Neo quitó el pestillo y abrió despacio la puerta. El celador se abalanzó hacia nosotros queriéndonos coger de improviso, pero no sabía que el oscuro siempre está preparado: le metí entre ceja y ceja con la escobilla del bater y cayó inconsciente. Lo metimos dentro del baño y cerramos la puerta. Recogimos los papeles que se encontraban esparcidos por el suelo y salimos al pasillo. Una bata rosa, arrastrando un carrito de metal, venía en nuestra dirección.
-Oiga, ¿qué hace usted aquí? –nos preguntó.
-Estoy buscando el quirófano de caderas derechas.
- Ah, pues mire, hacia allí voy yo. Y por cierto… ¿no tendría usted que estar acompañado por un celador?
- Una urgencia- le contesté.
- ¿Urgencia?
- Sí. Ha tenido que ir al servicio, que el pobre hombre se estaba orinando y ya no se aguantaba más. A una persona que se está meando no se le puede negar que vaya al baño, ¿no cree usted?
- Tiene usted toda la razón- asintió. Hay que ser comprensivos con las necesidades de la gente y no ser estrictos con las normas. Tengo compañeros de trabajo que son tan intransigentes que sería mejor para matarlos.
- Bueno, matarlos… matarlos-
Y la seguí.