domingo, 9 de diciembre de 2012

La independencia.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos el día que mi padre le pidió la independencia.
-Papá –dijo mi padre- Quiero la independencia.
Mi abuelo dejó su ”pica” (siempre desayunaba con ella), levantó la vista del humeante tazón de leche sin azúcar -ya que estaba a dieta- que acostumbraba a acompañar con huevos fritos de a peseta la docena, tocino y chorizo fritos de a cinco la ristra, media hogaza de pan de a kilo, medio porrón de vino de a litro y tres cucharadas colmadas de miel de a beja con que solía matar el gusanillo a primera hora del día hasta la llegada del almuerzo a medio mañana. -¿Para qué?-
-Pues, para que no me robes.
-¿Que no te robe? ¿Qué es lo que yo te robo? – preguntó el picador a su hijo mayor volviendo a concentrarse en su “escaso” desayuno.
-¡Mi libertad¡ ¡Me robas mi libertad… y mi identidad… y mis impuestos! Yo no soy como tú. Yo no quiero ser picador.
Mi abuelo era un buen hombre, aunque un poco canalla, y sin mirar a la cara a su primogénito, mascullaba para sí como si estuviera rezando un rosario:
-Libertad… Ruega por nosotros. Identidad… Ruega por nosotros. Impuestos… Rogad por nosotros.
- ¿Bueno qué, no me vas contestar?- Mi padre cada vez estaba más cabreado.
Mi abuelo volvió a levantar la vista, miro a los ojos a su independentista hijo, le sonrió, le pidió que se acercara y le dijo: Vete, y haz lo que tengas que hacer.
Una fotografía muestra este momento. Mi abuelo sentado a la mesa tiene puesta la mano derecha sobre el hombro de mi padre. Su mano izquierda aprieta las partes de mi padre que serían imprescindible para que yo viniera a este mundo a contar las historias de mi abuelo “El Picador”.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
-¡Tenía seis años, el “cabrón”!
-Se fue ha hacer lo que tenía que hacer: sus “impuestos”. Bueno más bien, mis impuestos.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


(21/11/2012)

Nacido de las aguas.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos la salida de la esclavitud de su pueblo.
El parto fue difícil. Una matrona aficionada, mi bisabuela por supuesto; unos paños limpios, un cubo de agua y un viejo colchón situado en el centro de un pequeño cuarto de una, también pequeña, vivienda destinada a los trabajadores de la Finca “El Piojoresucitao” fueron los únicos testigos del alumbramiento del que llegaría a ser famoso en las plazas de toros de España –de Franco en aquella época-. Mi abuelo nació de nalgas y resultó realmente complicado el alumbramiento; no solo por sus cuatro kilos y medio, sino por que en la cabeza llevaba ya el “castoreño” –sombrero típico de los picadores de toros-.
-Es un niño –dijo la comadrona mientras cortaba con cuidado el cordón umbilical-. ¡Y muy grande… en todo! (Yo también heredé ciertos grandes atributos de mi abuelo y lo digo sin presumir, que conste).
Una vez lavado fue puesto en brazos de mi bisabuela, que mirándolo con cariño dijo: -Tú no sacarás de la esclavitud-.
Mis bisabuelos no estaban dispuestos a que su hijo pasara por las penurias diarias en que se encontraban todas las familias que trabajaban para Farasbinto Ontinyent –más conocido como Fara-ón, en los ambientes labriegos- y que se consideraban como un pueblo en la esclavitud.
Decidieron endosárselo a la hija de Fara-ón. A esta la llamaban “La señorita”: catalana de Sitges, de lujo, muy sexy y con unos precios bastante asequibles ( 60 – 90- 60 reales). Todas las tardes solía ésta dar un paseo por la orilla del Guadalquivir para que pudiera expresar su aerofagia sin tener que gastarse una “pasta” en ambientadores. Mi bisabuelo metió al futuro picador en una cesta de mimbre que se utilizaba para la recogida de plátanos en la finca -como no había ningún platanero en dos mil kilómetros a la redonda, estaba prácticamente nueva-, y lo depositó sobre las aguas del río, dejando que la corriente llevara al futuro caudillo hacia donde la “señorita” observaba, con los ojos abiertos, el caer de la tarde. ¡Los tres ojos tenia abiertos!
Los labradores de las cercanías miraron al cielo pensando que una tormenta se avecinaba, pues se oían truenos a lo lejos, pero era “la señorita” que, al ver la cesta descender corriente abajo, había echado a correr hacia ella con el consiguiente estruendo a cada paso que daba.
Mi abuelo pasó a formar parte de la familia de Fara-ón. Como la “señorita” solo tenía mala leche, buscaron un ama de cría entre los trabajadores que lo amamantara y mi bisabuela se ofreció voluntaria. Así pues, el picador fue criado por la madre que lo parió.
El niño creció fuerte y robusto ya que fue bien cuidado y alimentado, y tan mimado que a la edad de cinco años le regalaron un pony. Se agenció una vara de avellano y comenzó sus primeras prácticas del que terminaría siendo su oficio. Acostumbraba el canalla -¿no les he dicho alguna vez que mi abuelo era un poco canalla?- a realizar sus primeros pinitos como picador de toros cerca de las cocinas de la finca.
Una fotografía muestra uno de aquellos gloriosos momentos.
Mi abuelo, con sus escasos seis años monta su pony en el obrador. Sobre este reposan las porciones de masa que el panadero ha preparado para hornear unos ricos buñuelos de viento. Mi abuelo tiene en la mano la vara de avellano con uno de los postres ensartado en la punta.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo.
-Sabía que había nacido para ser picador de toros.
-Yo inventé los “Donuts”
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


Los piquetes.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos su primer encuentro con los piquetes.
-¡Hay que salir a la huelga! ¡Esto es inconcebible!
El que esto clamaba era Barsilaso “El Oscuro”, presidente de la Asociación de Adoradores Nocturnos del Bajo Guadalquivir Según Se Entra A Mano Derecha (más conocida como los Insomnes en los ambientes catedralicios de Córdoba la Llana).
-¡Mu bien, Barsi! – jaleaba Nicadoro “Panduro”-.
Nicadoro era de profesión panadero. Ferviente cumplidor del “Ora et Labora”, aprovechaba los momentos de adoración al Santísimo durante la noche para llevarse el trabajo a la devoción. Tras consagrar el altar espolvoreando harina por toda su superficie utilizaba el agua bendita de la pila bautismal para, añadiendo más harina, masa madre y levadura, amasar lo que seria el pan nuestro de cada día del pueblo.
-¿Y huelga, porqué?- preguntó Feliciano-.
Feliciano era el único habitante que no tenía apodo ya que, por muchos intentos que hubo para buscarle uno adecuado, no se encontró ninguno que fuera más acorde que su propio nombre. Siempre estaba dando “porculo” con una sonrisa en los labios.
-¿Porqué? -exclamó Barsilaso- ¿Te parece poco los recortes que nos está haciendo Froilan “El Comeostias”? (Froilan era el párroco del pueblo). ¡Nos ha recortado los cirios para la adoración! ¡Si ahora parecen velas de cumpleaños!
- Algún motivo tendrá, ¿no?
-¿Motivos, Feliciano…? Ninguno. Dice que es mejor utilizar el dinero para arreglar el tema de los bancos. ¿Vosotros comprendéis tal desfachatez?
- Hombre, la verdad es que los bancos de la Iglesia necesitan una buena mano de pintura.
- ¡Ni bancos, ni leches! ¡Aquí el problema es que no saben controlar a la prima de Riesgo!
- ¿La prima de Riesgo? -preguntó sorprendido Nicadoro-. ¿Qué tiene que ver ella con este asunto?
- Coño, que la han nombrado nueva sacristana de la parroquia y es la que maneja las perras. ¡Nada, que hay que salir a la huelga y punto!
- ¿Y que opinará “el picador”?- dijo Feliciano con su sonrisa en la boca, dando “porculo” una vez más-.
-Ese… que se prepare si se le ocurre no cumplir los servicios mínimos.
………………………
La huelga de adoradores nocturnos fue anunciada para el segundo lunes del mes de Mayo. Una fotografía muestra el momento de su inicio.
En ella se ve la Iglesia parroquial. La luna llena ilumina su torre y el reloj marca las doce en punto. A los lados de las escaleras que conducen a la entrada del templo, con pancartas en alto y vociferando están Barsilaso, Nicadoro y Feliciano: Por ella sube mi abuelo con la cabeza bien alta y les entrega una especie de estampitas.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
La estampita ponía:
Amarás a tu enemigo.
Un cristiano nunca hace huelgas… aunque tengas razón.
O eres cristiano o eres huelguista. Las dos cosas son incompatibles.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


Pedir un préstamo


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos una de las pocas veces que tuvo que pedir prestado.
Mi abuelo tuvo un ligero contratiempo con uno de los caballos que utilizaba como picador de toros: noble oficio que realizó con elegancia torera durante más de cincuenta años; mi abuelo llegó a picar a un toro bragao de la ganaderia del Marqués de Chorrapelada a la edad de setenta y cuatro años – mi abuelo, no el Marqués y ni por supuesto el toro. Que a mi abuelo le temblara un poco el pulso y que en vez de pinchar al toro lo hiciera en el pie derecho de Rafaliyo “El Chita”: monosabio que siempre acompañó a mi abuelo por esas plazas de Dios – y de Franco durante muchos años- no restó mérito al tercio de varas y fue ovacionado al término de este. “Rafaliyo” parecía ser de la misma opinión ya que jaleaba a mi abuelos dándole recuerdos para toda su familia –fallecidos incluidos-.
El caballo de mi abuelo murió en la plaza. Por eso mi abuelo tuvo que adquirir otra montura, pero como no contaba en aquellos momentos con suficiente “parné” para su adquisición tuvo que pedir unos cuantos de cientos de pesetas al banco Abraham. El banco Abraham estaba situado en el barrio de La Judería, y era exactamente eso: un banco donde se sentaba Isaac ben Yeuda, al que llamaban Abraham porque era más cristiano -el nombre- y más corto –el nombre también-; donde este realizaba prestamos al bajo interés del 25%.
Landalucio “ElPichacorta” que era el maestro vestidor de caballos de la cuadrilla, estaba de baja por maternidad; ya que su parienta había alumbrado cinco churumbeles, cinco, de golpe, y así, sin avisar. Landalucio aseguraba que traer cinco hijos al mundo en un solo parto era algo solo destinado a personas tocadas por la mano de Dios; y que dicho alumbramiento -que mas que alumbramiento, dado el número de fogonazos que salieron de aquel túnel, aquello fue la “Cremá” de las Fallas de Valencia-, solo podía ser de origen divino, ya que “El Pichacorta” debía su apodo a haberse cortado la “pilila” dos años antes mientras segaba hierba ( por mucho calor que hiciera, ¡a quién se le ocurre segar en cueros!).
Venancio “El Tontolaba” fue el mozo encargado de vestir al equino para la lidia el día de la defunción. Era un trabajo que requería tiempo y profesionalidad, ya que vestir a un caballo de picador tiene requiere profesionalidad y cuidar hasta el más mínimo detalle.
Venancio no estaba muy ducho en este oficio y tuvo un pequeño error.
Una fotografía muestra los instantes anteriores a la muerte del caballo de mi abuelo. Mi abuelo, orgulloso y altivo, está en la plaza montado en su jamelgo, con la pica levantada. El toro se dirige a su encuentro. Se pueden observar las protecciones del caballo: el braguero con perneras anterior en su sitio; el braguero posterior bien colocado, los estribos fuertemente sujetos, las vendas en los ojos realizando su función; y tapando todo el lateral derecho el peto: de margaritas amarillas sobre fondo azul.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo:
Los cuernos lo atravesaron de parte a parte
Utilizó de peto el mantel de la mesa de la cocina de su madre
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


No se encontró a nadie.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos la vez que fue y no se encontró con nadie.
Mi abuelo siempre fue muy hombre, en el sentido masculino de la palabra. Es decir, que nació con lo que nació y lo utilizo (vaya si lo utilizo: ocho hijos tuvo) para lo que se supone que hay que usarlo: mear de pie, activar el acné juvenil y multiplicar con llevadas). En algún momento de su vida pensó que aquello no funcionaba correctamente; pero claro, con noventa y ocho años, lo que le pasaba era que le fallaba la vista. Así que decidió, por primera vez en su vida, acudir al oculista para ver si podía elevar “la moral” de mi abuelo.
- A ver, ¿que letra es ésta?
- Oiga, que yo aquí he venido a mirarme los ojos, no a un examen de literatura. Y si hace el favor de acercar un poco el cartelito a lo mejor se lo digo.
- Siéntese ahí, y cuando vea perfectamente las letras me lo dice.
- ¡Coño! ¡Qué bien se ve! Pero no tendré que ir por la calle con el pedazo maquinón este ¿no?
-No, tranquilo. Este aparato es para graduarle la vista, después le haremos unas gafas a su medida.
- ¿Y con esas gafas se me levantará?
- ¿Cómo?
- Verá doctor, yo no necesito las gafas para la vida cotidiana; yo las necesito para poder observar a las “zagalas” y así… ya sabe… Que pesar no pesa mucho, que se levanta con el pensamiento pero mi problema es que últimamente me falla la memoria.
Mi abuelo quedó encantado con las primeras y únicas lentes que utilizó en su longeva vida. Así que inmediatamente compró el periódico y consultó la cartelera de cine buscando algún film con el que comenzar el tratamiento a su problema de falta de rigidez. Lo encontró en el cine “Moscú”, el cual estaba especializado en proyectar películas subidas de tono; y como de subir se trataba…
La película prometía: La sábana peligrosa.
Mi abuelo compró la entrada para la sesión de las cinco y media que solía ser la más frecuentada, ya que aunque a bueno no le ganaba nadie, a canalla tampoco, y anda que no iba él a presumir delante de todas aquellas personas de su masculinidad.
Cual sería su sorpresa cuando tras entregar la entrada con gesto altivo al portero del cine, sentarse en su butaca y ponerse los “quevedos” comprobó que él era el único asistente.
Mi abuelo vio la película totalmente solo y no se marchó a la mitad porque era muy mirado para el dinero y la entrada le había costado 75 pesetas.
Una fotografía muestra la salida de mi abuelo del cine “Moscú”.
En ella se puede ver el frontal del local. Este es un edificio bajo y alargado. Sobre él se pueden observar a modo de decoración, tres torres coronadas con cúpulas parecidas al kremlin en la Plaza Roja de Moscú. Mi abuelo observa detenidamente, con sus anteojos puestos, el cartel de la película que acaba de ver.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo:
-La película se titulaba: La “sabana” peligrosa. Era un documental sobre África. Con razón no me encontré con nadie.
-Con otras películas funcionaron las gafas.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


San thiago Gong sales.


Thiago no viene de Santiago, ni de Jaime ni de ningún otro nombre: Thiago viene de Argimiro, santo.
Thiago no fue nombrado santo nada más nacer, sino que como todo buen santo que se precie tuvo que pasar por el mundo y “cascarla”; hasta que alguien, conocedor de al menos tres milagros suyos, realizó las gestiones necesarias de subirlo a los altares.
Thiago nació en una familia humilde -como una inmensa mayoría de santos; y de muchos que, más bien lo contrario, han andado sueltos por la vida; u otros que aún andan sueltos y que son muy conocidos en los “Mercadonas”. No hay que confundir ser un santo, que estar hecho un cromo, que puede parecer lo mismo, pero diferente.
Al nacer no nació santo, ni tampoco Thiago; en realidad le pusieron Argimiro, por un tío abuelo de una prima segunda de su madre.
Argimiro- en adelante Thiago- tuvo una infancia poco feliz, ya que al ser el catorceavo de una familia de diez hermanos -ya que con tantos la vecina de al lado les había endilgado cuatro que le sobraban y no se dieron cuenta hasta que los llamaron para tallarse para el servicio militar- se llevaba todas “las hostias” de sus hermanos mayores; lo cual le sirvió como experiencia para cuando tuvo que repartirlas él como presbitero de la Iglesia.
El hecho de recibir tanta muestra de cariño por parte de sus hermanos le formó como una persona dispuesta al servicio a los demás. El “Te hago esto, si no me pegas; te hago esto otro si no me la endiñas” estaba siempre en su boca; por lo que fue conocido como Tiago en un principio, y después Thiago al añadirle la “h” de hiluso.
Thiago vio que a pesar de toda su buena voluntad era premiado por sus acciones altruistas, ya que a pesar de que él no pedía nada, siempre recibía. Así que decidió trasladarse por el mundo para ofrecer sus dones a otras gentes, de diferente raza, lengua, pueblo y nación.
Esta búsqueda de hacer el bien universalmente le llevó a China. Y quiso Dios que Thiago encontrara allí la santidad. El pueblo chino vio en él a un hombre tocado por sus ancestros.
Se hizo masajista de un equipo de fútbol. Se ubicaba junto al banquillo y como no entendía ni Chin-chao de Chino, utilizaban un instrumento autóctono cuando era requerida su presencia. Le decían los chinos -por señas eso sí-: cuando escuches el Gong sales.
Thiago, tocado por un don divino, se acercaba al lesionado, colocaba sus manos sobre la parte afectada y el dolor desaparecía inmediatamente. Como ocurrió más de tres veces tan milagrosa imposición de manos fue elevado al santoral romano con el nombre de San Thiago Gong Sales.
Ah, en sus ratos libres era Patrón de barco, y muy querido por sus remeros.


Relaciones internacionales.



Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos sus relaciones internacionales.
Mi abuelo siempre pensó que el arte del toreo no solo debía de circunscribirse a su muy querida España, sino que había que intentar que otros países pudieran disfrutar de tan noble fiesta, y comprobar el triunfo del género humano, con capacidad para razonar – aunque en muchos casos no se diera el caso-, sobre el género animal que, privado de razón, solo se movía por sus bajos instintos.
“El Cojo” y su cuadrilla decidieron ser pioneros en la exportación de la fiesta nacional a otros países; y, aunque andaban un poco escasos de “posibles”, contactaron con varias embajadas extranjeras para ofrecer sus actuaciones, pagadas eso sí, que aunque uno tenga inquietudes expansionistas, gilipoyas no es.
Su primer contacto fue con el embajador de Portugal, D. José Mouriño Soistodosimbeciles. El embajador fue receptivo a la idea, pero les impuso la condición de que el toro no debía ser sacrificado en la plaza, ya que su legislación les impedía el maltrato animal, y que incluso al bacalao, animal muy apreciado culinariamente en su país, se le practicaba la eutanasia antes de formar parte de un menú del día de dos escudos. En vez de matar al toro, y ya que se trataba de una fiesta, se formaría una “conga” con el morlaco. Debido al poco raciocinio del animal, este, en vez de ponerse a la fila se empeñaba en colocarse el primero pero en dirección contraria, ante el estupor de los esforzados integrantes de la fila – de ahí el nombre de ForÇados-. Lo cierto es que la fiesta no era lo mismo, pero hay que reconocerlo: los portugueses son unos ilusos.
Tras la buena acogida en Portugal decidieron realizar la misma oferta al embajador francés D. Allons Enfant Delapatrie. Fue acogida con ciertas reservas la proposición, pero al ver la fotografía que “EL Cojo” le mostró en la cual se podía apreciar que del traje de luces, a la altura de la ingle derecha, sobresalía un bulto realmente considerable, el embajador, suspirando de manera lasciva, dio el visto bueno. Ya se sabe que la mitad de la población francesa es femenina, y la otra mitad, de lejos parece y de cerca no cabe la menor duda.
¿Y por qué no llegar más lejos?
Como en aquella época no había embajador ruso en España, ya que parece ser que a Franco no le gustaba la ensaladilla de ese país, y de la estepa lo único que apreciaba eran los polvorones, decidieron contactar con alguien cercano a dicho país. El elegido fue un catalán que decía que había ido una vez a Rusia y que tenía una foto en la Plaza Roja. Su nombre era Arturo y algo “Mas”, pero según mi abuelo no era muy de “piar”, aunque tenía pinta de ser un buen pájaro.
Fue difícil, ya que cada dos por tres estaba celebrando la Diada y viajando por ahí buscando apoyos para no se qué historia rara de una invasión de España a Cataluña.
Con este no hubo nada que hacer. Decía que estaba en contra de los toros, que iba a cerrar la Monumental de Barcelona y que lo único con cuernos que entraría en “Els Països” serían los “cargols” con pan tumaca.
Una fotografía muestra el momento de la despedida entre Arturo y algo “Mas” y mi abuelo.
En ella se puede ver al catalán alargando su mano derecha hacia mi abuelo para despedirse, mientras este, precavido, se lleva la suya hacia su mano izquierda.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
Este era capaz de robarme el reloj.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


domingo, 11 de noviembre de 2012

Ginés Serrano, el sargento de la Policía Municipal




La estación de trenes de Atocha es, entre otras cosas, uno de los rompeolas de guiris de Madrid. La mañana que nos ocupa comenzó con un retraso en el AVE de Sevilla y las colas ante las taquillas para obtener la devolución del dinero; de una de esas colas salió un hombre mal encarado que se dirigió, silencioso y dubitativo, a una oquedad junto al estanque de los galápagos, para allí agacharse sigilosamente. Ginés Serrano, el sargento de la Policía Municipal, lo vio y mirándole de arriba abajo, le preguntó:
- ¿qué coño estás haciendo con los pantalones bajados?
- que voy a hacer – le respondió aquel individuo- ¿no lo ves? estoy meando
- ¿agachado?, dijo Ginés
- Sí, tengo hipospadias
- El policía, volvió a cuestionar: ¿congénitas?
- No, dijo aquél: en la picha
Sonrió, la imagen bucólica le recordó la de ese rey de España que también las padeció, Francisco de Asís, el marido de Isabel II, a quien el populacho dedicó unos versos crueles:
Paco Natillas/ Es de pasta flora/ Y mea en cuclillas/ Como las señoras
Prosiguió su ronda rutinaria; poco después oyó por el walkie que comunicaban la detención de un par de estafadores de poca monta. Habían intentado dar el timo del tocomocho a un primo con el programa electoral del PP: habían tuneado el citado programa haciendo coincidir una de las cifras de las series mensuales del paro, con el número agraciado con el Cuponazo de la ONCE.
Cuando llegó la hora del café se encontró con el Yeti, un viejo conocido de la comisaría; le llamaban así por ser el “abominable hombre de la Nieves” una lumi que convivía con él y a quien amargaba la vida un día sí y otro también. Estaba enfrente del cajero automático de la sucursal de Bankia; tenía una tajada impresionante y trataba de sacar dinero introduciendo un kleenex por la ranura de las tarjetas; desesperado por la falta de éxito, preguntó al pitufo:
-¿Vd. sabe porqué no me coge el cajero esta tarjeta? – señaló blandiendo el kleenex-
Ginés, sonriendo, le respondió: yo creo que debe tener sucia la banda magnética; prueba a frotarla con la camisa y vuelve a intentarlo.
Continuó su recorrido; subió por la escalera mecánica hacia la plataforma de la vía muerta donde estaba a punto de clausurarse el Primer Taller Nacional de Labores Primorosas, que iba a presidir el Rey; este taller, destinado a premiar los mejores trabajos artesanales, había concedido el primer premio a una U.T.E. denominada “El equipo cínico habitual” y que estaba integrada por todos los ministros económicos del Gobierno de España de los últimos ocho años. El escenario era un hervidero; junto a los galardonados subió a la palestra Luz Casal, quien para amenizar la espera, comenzó a entonar su canción “No me importa nada”. Mientras que algunos de los galardonados hacían los coros, el resto esperaba su turno para bailar con la prima de riesgo….
….Verá doctor: yo le dejé en la cocina pelando judías verdes. A mí me resultó extraño que añadiera ibuprofeno a la mayonesa, pero me dijo que era para aclararla. Al poco tiempo empezó a sonar en el radiocassete una cinta de Arévalo y acto seguido, comenzó el desfile por el pasillo: mientras mi marido iba cantando “a reír, a reír, con los chistes de Arévalo”, le seguían en fila india, una gallinita que tenemos en acogida y el perro tocando la bandurria. Así estuvieron cosa de media hora, hasta que acabó la cinta del casette… el resto ya lo conoce Vd.
- Ya, ya, pero dígame señora ¿su marido es policía?
- No, no, que va; es prejubilado de banca
- ¿Ha tomado setas? ¿lee Selecciones del Reader´s Digest? ¿practican Vds. sexo anal?
- Doctor, no me asuste ¿es grave?
- Grave, grave, no; pero podría ser contagioso; si en vez de Arévalo hubiese elegido a Glutamato Yé-yé, …pero bueno, tal vez sea un forúnculo, complicado con el inicio de un desprendimiento de psoriasis; es lo que se lleva ahora en otoño y como no hay cura con antibióticos, le dejo unas psicofonías de importación para escuchar con el desayuno, comida y cena.



sábado, 10 de noviembre de 2012

XXX

-¿Fue entonces cuando la mató? –pregunto el inspector.
-No, no, yo no la maté, yo la amaba –me defendí- fue la única mujer que amé. Y por favor déjeme seguir con mi relato.
-Continúe pues.
-Ella, había comprado calamares, vieiras y gambas para preparar Chow Mein pues íbamos a ver Visitor Q en el canal digital y yo me reí diciendo que la comida china no era adecuada para una película japonesa, su semblante palideció y se disculpó pero se animó cuando le dije que con los calamares podíamos hacer Ikameshi y que las vieras y las gambas las saltearíamos con salsa Miso. ¿Nos dará tiempo cielo mío? Me preguntó y yo asentí diciendo que deberíamos darnos prisa antes de que empiece la extraña película japonesa. Un instante antes de que comenzara la película nos arrodillamos ante la mesa tradicional japonesa y nos dispusimos a cenar. Ay cielo mío, no cocinas los calamares, los moldeas. Yo agradecí sus parabienes y nos pasábamos la comida con la boca. El gran director de cine Miike se sentiría orgulloso de tu salsa Miso cielo mío y me apretaba los testículos con fuerza mientras con su boca me daba a comer una viera. El dolor insoportable y el placer de su boca y la viera me preparaban para la eyaculación. Concentrado en la película evitaba el flujo y con ambas manos estrangulaba su delicado cuello mientras besaba su lengua, aflojé un poco la presión y alcanzo a gemir: sigue, sigue, aprieta más y más y ella retorcía mi escroto en un festín de sensaciones y placer.
-Eso explica los hematomas en el cuello –interrumpió el inspector.
-No interrumpa –grité y continué
- Ella siempre quería buscar el límite y apretaba mis testículos cada vez más toda vez que mi erección se intensificaba. Entonces cogió uno de los palillos y me pidió que se lo hincará contra la nuca mientras la estrangulaba. Mientras lo hacía recordé que el Viernes pasado mientras veíamos M (El Vampiro de Düsseldorf) cenando mejillones al estilo Renano y asado Sauerbraten me pidió lo mismo y después estuvo varios días melancólica. Le pregunté que le pasaba y me dijo que no le había apretado mucho con el palillo y que quizá ya no la quería. Así que hoy me dispuse a apretar más fuerte pero ella me quitó el palillo y lo puso perpendicular contra el suelo y tumbada de espaldas apoyo su nuca contra el palillo y me dijo que la penetrara. Así lo hice y sentía su dolor en la nuca con cada acometida entonces susurró que la estrangulara y cuando el palillo atravesó su nuca sentí su orgasmo y el mío y sus ojos abiertos me daban las gracias pues ya estaba muerta.
-Por eso inspector yo no la maté, fue un acto de amor.


jueves, 25 de octubre de 2012

La invasión.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos el día de la invasión militar de su pueblo.
- ¿Ves algo?- preguntó mi abuelo.
- Nada – contestó Olegario “El Flaco”, mientras agachaba su cabeza -.
En realidad no hacía falta aquel gesto defensivo, ya que a pesar de sus ciento cincuenta kilos de peso, su estatura, cercana al metro y medio por abajo, hacía que no fuera visible tras la trinchera.
-Sigue atento – le dijo mi abuelo-. Y al menor indicio da la voz de la alarma.
Apoyó su mano sobre el hombro de Olegario y este agradecido le guiño un ojo.
-Tranquilo picador. Estos no se me escapan.
Mi abuelo se desplazó a su izquierda buscando a su siguiente compañero. Sobre el montón de tierra que formaba el parapeto solo se apreciaba, a intervalos casi regulares, el “castoreño” con el que cubría su cabeza; la pica de puyar la llevaba en su mano derecha a ras de suelo.
Como no había amanecido todavía, más que verlo, sintió al segundo compañero, ya que se pegó un buen cabezazo con la silla de ruedas de Jacinto “El Duermesentao”. Jacinto era la sección acorazada. A las ruedas de su silla le habían incorporado unas cadenas viejas de bicicleta, por si el terreno requería un mayor agarre en la tracción. Asimismo, habían soldado en la parte delantera una tapa de alcantarilla, a modo de blindaje, y acoplado a ella tres cohetes que les sobraron de las últimas fiestas patronales como defensa antiaérea.
Mi abuelo se despidió de “El Duermesentao” con un: ¡Animo, no pasarán, y siguió recorriendo el frente.
El perro comenzó a ladrar causando un gran revuelo en la trinchera.
- Joder, Pedrito, ¿No lo podías haber dejado en casa? -preguntó mi abuelo enfadado, mientras “El Sortudo” daba una orden que hizo callar a su perro lazarillo- .No, si solo falta que te hayas traído los cupones.
- Aquí los tengo -le susurro el ciego-. Nunca se sabe; puede que el enemigo también quiera tentar a la suerte.
-Mira, lo de los cupones pase; pero, ostias, lo del perro.
-Pues, ya has visto como te ha descubierto.
- ¡Coño! ¡Si es que le he pisado el rabo! Bueno, que no ladre más y estate ojo avizor.
-Con las dos orejas, picador.
El siguiente tenía que estar a pocos metros, pero mi abuelo no lo vio por ningún lado y siguió adelante preocupado. Dos sombras más oscuras, hablando entre cuchicheos, aparecieron de repente.
-¿Quien anda ahí? -preguntó mi abuelo, mientras dirigía la puya hacia delante-.
- Calla, que estoy terminando-. La voz de Froilán “El Comeostias”, párroco del pueblo, tranquilizó a mi abuelo no sin dejarle con la duda de qué era lo que allí se estaba realizando.
- Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
- Amén. – respondió Luis “El Pitxote”.
- ¡La madre que me parió! ¿Pero vosotros os creéis que ahora es momento de confesiones? ¡Joder, que tropa! Volved inmediatamente a vuestros puestos que estarán a punto de llegar. ¡Como perdamos la colina no volváis a dirigirme la palabra en vuestra vida!
Solo quedaba por comprobar el estado de Ramón “El Susordenes”, cabo de la Guardia Civil. A este lo encontró observando el campo de batalla, camuflado con unas ramas que tapaban su cabeza mientras que con su mano derecha elevaba a medio metro de él un palo del cual colgaba su tricornio.
-Dios, parece que aquí hay uno que sabe de que va esto.- pensó mi abuelo-. ¿Todo en orden, Ramón?
-Sin novedad en el frente.
-¿Estás seguro que atacarán hoy?
- Sí, amigo, sí. Los indicios eran claros: el avión que sobrevoló el pueblo, lo que oyó Pedrito cuando vendía cupones en su pueblo… No hay duda alguna. Ellos creen que esta tierra es suya y no dejaran que nos la quedemos, así sin más.
-Pero, ¿si somos un pueblo milenario? Esta tierra ha sido nuestra desde que Adán se aburría por el jardín. No, no lo conseguirán, aunque tengamos que pedir ayuda a las altas instancias.

El amanecer llegó y la oscuridad dio paso a una penumbra en la que el terreno fue tomando forma. Mi abuelo y su cuadrilla se encontraban tras una trinchera de tierra de aproximadamente treinta metros que habían construido en cuatro días a base de pico y pala. Estaba orientada al este de un pequeña colina -el objetivo de la disputa-, ya que previsores ellos, habían imaginado que el enemigo atacaría con la salida del sol y dejarían que este diera directamente sobre los ojos de los defensores. Habían preparado todo metódicamente, y en cuanto hizo su aparición el astro rey, todos a una se colocaron unas gafas oscuras -todos menos Pedrito, el ciego, que las llevaba incorporadas de serie; el lazarillo llevaba puesta una visera con propaganda de papel “El elefante”-.
Mi abuelo, listo como nadie y canalla como ninguno, fue el primero en darse cuenta de que el momento había llegado. El silencio, el silencio fue lo que delató al enemigo. Recorrió la trinchera de lado a lado, con su castoreño en la cabeza, su mejor traje de picador y su puya más afilada, poniendo en alerta a sus compañeros.
-Preparaos –les decía-. Si hay que morir se muere.
El primero apareció por la derecha; andaba agachado de arbusto en arbusto. El segundo por la izquierda. Asomó su cabeza tras un árbol y la volvió a esconder. Mi abuelo ordenó a Jacinto que retrasara su posición por si acaso era necesario utilizar la silla acorazada. Pasaron unos minutos y no se veían más enemigos.
Todo sucedió de repente. El que estaba tras el árbol silbó y con su mano hizo el gesto de avanzar. Aparecieron cinco más echando a correr hacia la trinchera y gritando desaforadamente.
“El Comeostias” salió hacia ellos con el crucifijo en alto y en voz alta les decía: ¡Vade retro Satanás! Mi abuelo le gritaba: ¡Joder, Froilán, que son enemigos, no vampiros!
Pedrito corría azuzando al perro lazarillo mientras daba sablazos a diestro y siniestro con el bastón. -¡Mierda, Pedrito, que vas en dirección contraria! -le corregía mi abuelo-.
“El Flaco” intentaba escalar la trinchera, pero debido a su altura y su peso apenas llegaba a poner las manos en su parte superior. -Ostias, Olegario. Rodealáaa, rodéala.
“Pitxote” se dirigió hacia el enemigo con el bote que llevaba siempre a la altura de la bragueta y su cantinela de siempre: ¡Mirad, mirad, una anguila! -Este es más tonto que él mismo, pensó mi abuelo-.
“El Susordenes” sacó la reglamentaria y apuntaba al primero que se acercaba. -No te pase, Ramón, le gritaba mi abuelo-. Que nos buscas la ruina.- Está descargada- le contestaba este mientras reía a carcajadas.
Mi abuelo les daba varazos con la puya, pero de plano y en la espalda.
A pesar de todos sus esfuerzos uno de ellos consiguió romper las defensas y se dirigió a lo alto de la colina. Le faltaban tres metros para conseguir su objetivo cuando uno de los cohetes del tanque de “El Duermesentao” le explotó en la entrepierna. Se retiró aullando de dolor y a partir de entonces le llamaron “ El Viagra”.
Este hecho hizo que el enemigo, asustado ante la posibilidad de correr la misma suerte, se batiera en retirada. Mi abuelo y su cuadrilla estallaron de alegría ante la gran victoria obtenida.
Una fotografía muestra la celebración de la batalla:
Aparecen sobre la colina mi abuelo y su cuadrilla. Casi no caben los siete en la cima. Entre todos sujetan la puya en la cual ondea una bandera española.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
La colina del bocadillo de chorizo era nuestra… y sus setas también
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.




domingo, 21 de octubre de 2012

Manía persecutoria.


Hace ya algún tiempo mi psique se vio afectada gravemente por esa paranoia que en psiquiatría se llama manía persecutoria. La paz me era reiteradamente negada; siempre de misión en misión, no conseguía alivio para mi padecer. Desesperado, tuve que recurrir, en última instancia, al psicoanalista del Cobrador del Frac. Era este un profesional peculiar; se había hecho un nombre en el panorama intelectual con su obra “La LOGSE explicada a los animales” y era el creador de un revolucionario método para averiguar, sin el más mínimo margen de error, tanto el cociente intelectual de las personas como su índice de alcoholemia en sangre, a través de los discos de Tom Waits. No eran precisos más tests. Se dieron casos de dilataciones de pupila, babear, muestras de asentimiento y, excepcionalmente, tarareos de algunas piezas.
En su consulta, comenzábamos todas las sesiones con una declaración formal de intenciones: puestos en pie, desnudos ambos de cintura para abajo y con la mano a la altura del corazón, transitábamos verso a verso, extasiados por la emoción y con la piel en carne de gallina, por la letra de Paquito el Chocolatero. Al acabar comenzaba la catarsis. Cada 4 de julio cambiábamos la pauta y comenzábamos con la Declaración de Independencia de EEUU. El terapeuta consideró que estuve curado cuando dejé de columpiar gallinas y no volví a subirme a los columpios de los monos del Zoo. Era un conductista excelente.
Pasado un tiempo comencé a tener un problema con la metabolización de los carbohidratos, lo que hizo que se me repitieran hasta dos y tres veces los mismos dèja vu, dejó de crecerme pelos en las orejas y llegué a presentar un síndrome de personalidad doble acompañado de delirios de grandeza. Durante un programa de televisión de Anne Germain, al que asistí como público, fui requerido por la médium para conectar con mis deudos. Mientras ella buceaba en mi pasado, sufrí una crisis y me convertí en uno de los Hermanos Anoz; a voz en grito por el estudio, comencé a cantar una jotica algo guarra:
Ahora sí que estamos bien
Tú preñada y yo en la cárcel
Tú no tienes quien te meta
Y yo no tengo quien me saque
Cuando Jordi se la tradujo, su cara se transformó: “He´s is a prophet” –dijo- al ver que yo le quitaba años; mientras tanto, convulsionaba, tenía perdida la mirada y los ojos en blanco.
Mi psiquiatra me sugirió profundizar en la hipnosis para ver si en la regresión encontrábamos el hecho diferencial, la liaison; vamos, lo que viene siendo el trauma, de todo este catálogo de patologías. Por ello, y buceando en mi interior conseguí llegar a entender el origen del mundo conocido y que no es como lo cuenta el Génesis: en el primer día Dios creó a Joan Tardá y después la luz; a continuación se retiró, y en la más absoluta soledad juró por sí mismo que no volvería a hacer nada a oscuras. Cuando se lo pensó mejor, creó el Paraíso en cuya entrada había una casamata de control, y en su techumbre había instalado un pararrayos, vaya usted a saber porqué.
Se llamaba Paraíso porque estaban expresamente prohibidas las concentraciones parcelarias, las exposiciones bovinas y lo pintoresco; el fish and chips, el nitrógeno líquido para cocinar y los perfiles en Facebook. Las calles no estaban empedradas debido a las continuas avenidas de hidromiel, lo que les daba un cierto aire empalagoso. Todo estaba organizado como un Parque Temático si no fuera porque se respiraba un cierto aroma cool, bueno, dejémoslo en una suave brisa, una mezcla entre la estética de Greenpeace y un empacho de la iconografía de Panofsky, como queriendo resaltar que no todo lo prieto es morcilla.
También, durante las sesiones, profundicé en el asesinato de Abel (conocido aquí como Abel Martorell). Cuando Caín mató a su hermano, blandía en una mano un cuchillo de cerámica de esos que regalan en Lidl y en la otra un ejemplar de “El asesinato considerado como una de las bellas artes”. Era una edición de las que existían en la librería del Paraíso, donde Ramoncín ejercía como bibliotecario. Intrigado por mi relato me requirió para que le siguiera contando cosas; pero a mí me entró hambre y me puse a comer un paquete de tizas que, estando bajo hipnosis como estaba, me parecieron unas pulguitas de ibérico. Mientras hacía la digestión le dije:
- He soñado que la viuda de Jordi Pujol iba al entierro de Arzallus………
- Siga, siga, muy interesante
- Lo siento, no me acuerdo de más, pero ¿a que tiene un buen comienzo?