Mi abuelo también fue picador.
En
los últimos años de su vida nos contó a los nietos que tras salir ilesos del
famoso tapón en la entrada de la plaza de toros de Pamplona en los
“Sanfermines” de 1950, decidieron darle gracias al Altísimo –porque mira que
el tío fue a poner el Cielo alto de narices-, realizando una peregrinación, con
camino completo incluido, a Santiago de Compostela –patrón de España, y a las
órdenes del Generalísimo en aquella época-. La peregrinación
debía de ser completa desde San Juan al pie del Puerto ( Saint Jean Pied de
Port, lo llamaban los que hablaban raro) hasta la plaza del Obradoiro.
Como andaban escasos de posibles decidieron
realizar un sorteo para recaudar fondos para la causa. No solo se trataba de
caminar, sino que dicha peregrinación acarreaba ciertos gastos en
hospedaje, compras en los comercios de alimentación, y sobre todo, en los
“bebercios”.
Para poder realizar el sorteo necesitaban como es óbice, un premio, y si este era atractivo, mejor que mejor.
Pensaron que cada integrante de la
aventura peregrinaria donara algo propio de valor y así formar un lote de
productos que fuera digno de ser sorteado.
Froilán
“El Comeostias”, párroco del pueblo, ofreció como aportación una tabla tallada
en madera con escenas del Evangelio de San Juan, en la cual aparece Cristo Nuestro
Señor, en la cruz, haciendo entrega a este de La Virgen María como su
madre. Que detrás de la talla pusiera
“Made in Taiwán” no le restaba valor histórico a la ofrenda.
Luis “El Pitxote”, conocido como “el tonto del
pueblo”, entregó lo que más quería: el bote en el que metía la “pilila” antes de enseñársela a las mozas del pueblo a
la voz de: Mira, mira, una anguila.
Pedrito
“El Sortudo”, ciego y vendedor de la
ONCE donó a “Canuto”, el primer perro lazarillo que tuvo.
“Canuto” había muerto unos años antes en acto de servicio al detener el ciego
caminar de Pedrito ante un paso a nivel sin barreras, segundos antes del paso
del TALGO que unía Córdoba con Madrid, con tal mala suerte que se fue a parar justo
en medio de las dos vías. Era un buen lazarillo, pero de trenes entendía poco.
Pedrito le estuvo tan agradecido que llevó su cuerpo a disecar a un
taxidermista de Rute y dormía todas las noches abrazado a él.
Olegario
“El Flaco”, hombre de metro cincuenta escasos de estatura y ciento cincuenta
kilos de peso, aportó los fascículos de un curso completo de adelgazamiento de
gran valor, ya que estaba sin desembalar.
Ramón
“El Susórdenes”, sargento de la Guardia
Civil, entregó una multa de tráfico, perfectamente
conservada, que le puso al coche de “El Caudillo” por no llevar agua en el
“limpiaparabrisas”.
Jacinto
“El Duermesentao”, aquejado desde niño por una meningitis, dio como presente un
“kit” completo para la limpieza y mantenimiento de una silla de ruedas, que
resultó un gancho perfecto para la venta de papeletas del sorteo.
Y
mi abuelo…, mi abuelo donó, con mucho dolor eso sí, un par de calcetines usados,
que guardaba como oro en paño, de la primera vez que salió de España para
varear con Antoñito “ El Cojo” , en Nimes –provincia de Francia-.
Una
vez recopilado el premio del sorteo se procedió a la venta de papeletas. Por
unanimidad, y mediante el “tú te callas”, se decidió sacar a la venta cien mil
papeletas con los números comprendidos entre el uno y el cien mil; éstas
estaban realizadas a mano, sobre el papel de estraza que se utilizaba para
envolver la mortadela en la charcutería de Jesús “El Cuartoymitad”.
El
éxito del sorteo fue rotundo, las papeletas se acabaron en tres semanas.
Influyó en tal logro que Froilán “El Comeostias”, párroco del pueblo, proclamara
indulgencia plenaria a todos los poseedores de una de dichas papeletas en cada
una de las homilías que este realizaba, desde el púlpito, en todas las misas
que presidía.
Mi
abuelo esa misma noche soñó con un número y adquirió para sí el 100.000.
El
sorteo, para no crear suspicacias, se realizó en la Iglesia de Nuestra Señora
del Perpetuo S.O.S; edificio religioso del siglo XVIII, de estilo románico, y
lugar de peregrinación de los parroquianos de los alrededores para venerar la
reliquia que albergaba detrás del altar mayor: la mano incorrupta de San
Adelfo. San Adelfo fue alcalde del pueblo a mediados del Siglo XIX, y nunca
pudo ser probado que metiera mano a los fondos del Ayuntamiento, de ahí que su
mano incorrupta fuera motivo de romerías
y celebraciones. Subió a los altares a principios del Siglo XX –No se sabe a
ciencia cierta quién le subió, pero que subió no hay ninguna duda, ya que allí
está,; la mano,digo-.
El
día elegido para el sorteo fue el 22 de Diciembre.
La tarde anterior al evento se retiró el ara
de la celebración eucarística, y como les pareció más acorde a las fechas
festivas en que se encontraban, colocaron cinco bombos usados por la banda
municipal de música, en cada uno de los cuales introdujeron bolas de navidad
numeradas del al 0 al 9.
Ya
tenían el premio y el método, así que solo les faltaba la mano inocente para sacar
el número agraciado. Era muy apreciado en el pueblo Olegario, apodado “Sanín” porque nació con insuficiencia cardiaca, dermatitis atópica y alergia a las
angulas y a la langosta -viandas estas que no pudo degustar en su longeva vida,
a pesar de sus deficiencias de salud-. Este era hijo de Alfonso “El Correburras”,
lugareño que como su apodo indica tenía una piara de cerdos con los cuales se
ganaba la vida. “Sanín” era apreciado por su inocencia y por ser padre de cinco
hijos, todos varones, que eran como la marabunta, pero con piedras en las
manos. Así que decidieron que los niños de “Sanín” el de Alfonso fueran los
encargados de la sustracción de las bolas del sorteo.
El
sábado, 22 de Diciembre de 1951,
a las doce del mediodía, en la Iglesia de Nuestra Señora
del Perpetuo S.O.S no cabía un alma. Todos los que habían adquirido un número
de la rifa estaban allí presentes, e incluso muchos de ellos siguieron el
evento fuera del templo, sobre todo los fumadores, algún moro y dos carteristas
que vinieron expresamente desde la capital par ver si hacían el Agosto en pleno
invierno.
Mi
abuelo, que no era tonto, aunque a veces se lo hacía, sobre todo cuando mi
abuela le preguntaba donde había estado, al aparecer a las tres de mañana en
condiciones físicas bastante mejorables, se dio cuenta de que nunca podría salir
premiado ya que solo había cinco bombos y su número tenía seis cifras; así que
se negó a que comenzara el sorteo hasta que no pusieran otro bombo con una
sexta extracción. Como no tenían mas bombos a mano utilizaron un tonel de vino
en el cual introdujeron diez nuevas bolas de Navidad, que numeraron del 0 al 9
con la barra de labios de Felipa “La Posturas”, mujer que era muy criticada por la
sección femenina del pueblo, pero muy visitada por el sector masculino, ya que
tenía muy buenos precios en los productos cárnicos que ofrecía a la clientela.
Como “Sanin” no tenía más hijos se decidió que el encargado de sacar la sexta
bola del sorteo fuera Manueliyo “El Ivete”, que lo mismo servía
para un roto que para un descosido.
Una
fotografía muestra el momento culmen del sorteo.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como
recuerdo. En ella se ve el altar mayor de la iglesia, con el retablo de estilo
churrigueresco al fondo. Los bombos ocupan la mayor parte del espacio, los niños de “Sanín” el de Alfonso y Manueliyo
muestran al público asistente las bolas numeradas que acaban de sacar de lo bombos y del tonel.
De
izquierda a derecha aparece el número premiado: el uno, el cero, el cero, el
cero, el cero y el dos.
Detrás con la difícil caligrafía de mi
abuelo. No me tocó por poco.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y
siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.