martes, 31 de julio de 2012

Las visitas.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que a él nunca le gustaron las visitas: ni las humanas, ni las  sobrenaturales.
A lo largo de su vida hubo dos tipos de visitas que siempre le incomodaron y que le llevaron por el camino de la amargura:
-Unas, humanas, eran las que le realizaba su primo Teodosio “El yomás”, que acudía con su padre - hermano de mi bisabuelo- y con la madre que lo parió, a la casa paterna de mi abuelo. Daba la casualidad que siempre se presentaban a la hora de la comida, todos los domingos del año, y que trayendo mi tío las manos en los bolsillos, mi tía un no parar de criticar durante seis horas y mi primo sus aires de grandeza, hacía que la visita se alargara hasta terminada la merienda y acabada la cena.
Estaba mi abuelo hasta las narices de su primo. No había cosa que mi abuelo le contara que este no hubiera realizado más veces y muchísimo mejor: si mi abuelo había matado un  gato de una pedrada, el otro había matado tres con la misma piedra, atravesándoles la cabeza, y que era tan rápida la acción que los gatos seguían maullando tres horas después; si mi abuelo había pescado un pez en el río, éste había capturado una docena, con el mismo anzuelo, y sin gusano ni nada; si mi abuelo había visto  a una chica meando, este había visto a media docena… y cagando; y así domingo tras domingo¡ Como para gustarle las visitas!
. Nos contaba también que, aunque él siempre había sido un hombre con los pies en la tierra y poco dado a creer en cosas sobrenaturales, podía dar fe de que los fantasmas existían, ya que había recibido desde que era niño hasta el mismo momento en que nos contaba estas cosas, la visita de uno de ellos.
Para confirmar lo que aseguraba nos mostró una fotografía en la que se puede ver claramente al fantasma.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se puede ver a mi abuelo abriendo la puerta de su casa. Aparenta unos sesenta años de edad. Al otro lado, con una luz amarillenta como fondo, marcando una figura difusa, aparece su primo “El yomás”, con las manos en los bolsillos.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo: El fantasma no perdonó ni un solo domingo.
 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


Primeros pasos.


dromegalos dijo:

Primeros pasos
Los primeros pasos de la nena, sin una mano que la sostuviera en ese equilibrio inestable de edades tempranas, los dio en la calle de Alcalá. Muy cañí. La terraza del Círculo de Bellas Artes era un lugar idóneo para ver pasar a la gente. Siempre me gustó observar, y hacerlo en semejante escaparate un día lluvioso, con un descomunal toldo protegiéndonos del calabobos, nos pareció un plan apetecible. 
Pero ese no era el día de mirar a otros. El camarero, un hombre de edad cercana a su jubilación, había decidido dar una lección de abuelo primerizo a aquellos padres inexpertos y sobreprotectores. Sus sienes plateadas a lo Gardel lo avalaban, y tras comenzar a hacer gracietas a la pequeña L, la animó con los brazos abiertos a echar el vuelo sin manos. Ella, en ocasiones bebé coraje, no se lo pensó mucho y se lanzó al peligro. Fueron cinco, quizá seis pasos. Hermoso. Quedó grabado en mi mente y no sé porqué lo recordé hoy. Todo hubiera sido idílico, si aquel camarero no se hubiera encontrado tan ocioso como para dedicarnos la hora que allí estuvimos en impartir su lección magistral sobre la paternidad responsable. Tremenda paliza. Como dice mi suegra, en la vida se puede ser de todo menos pesado. 
Quiso el destino que aquel sirviente no se contentase con un paseito, y cual entrenador aplicado, mantuvo a L en plan peregrina hasta que, ¡oh! que sorpresa, fue a dar con su cuerpecito en la moqueta empapada y pisoteada, dejando el abrigo blanco hecho un cromo. En compensación por lo primero, decidí no recordar en público a todos sus antepasados, y cogí a la pequeña para que se quedara un rato en el improvisado vestuario entre sillas de terraza. 
Pero el palizas nace palizas, crece palizas y, lo que es peor, se reproduce en nuevos palizas. De morirse nada. Y así continuó el “mozo”, sin el menor asomo de rubor por la pifia, repartiendo consejos, que tan ávidamente solicitábamos los padres de la criatura.
Mi mente es limitada, y soy de la estúpida creencia de que cuando algo entra por un oído, otra idea, pensamiento o imagen sale por el otro y se pierde. Por ello selecciono perlas como la que nos dejó, la única que guardo del tremendo sermón que recibimos. Por lo visto su nuera germana era de la curiosa creencia de que el aseo con baño diario arruinaba el pH de la piel, por lo que más enjabonado que a días alternos era todo un exceso. Repliqué, eso sí para mis adentros no fuera a iniciar una insufrible perorata de horas, que ya podría habérsenos pegado de los alemanes cualquier otra otra cosa menos esa.
Nota: el bar interior de la cafetería, estupendo. No dejen de visitarlo. 


sábado, 28 de julio de 2012

Perdidos en el camino.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que siete días después de haber comenzado el Camino de Santiago, tras ascender una pequeña loma, observar la llanura repleta de viñedos, y encontrar en un cruce de caminos  un pequeño cartel   que,  aunque estaba escrito en vasco, indicaba perfectamente la dirección  a Burgos, tuvieron la seguridad de que se hallaban en algún lugar de la rioja alavesa y de que no se habían perdido.
Mi abuelo y su cuadrilla habían decidido realizar dicha peregrinación a Santiago de Compostela, para dar al gracias al Patrón de España, por haber resultado ilesos en un percance ocurrido a la entrada de La Plaza de toros de Pamplona durante los encierros de 1950.
Habían realizado  un sorteo para recaudar fondos para dicha acción de gracias, y Dios, en  su inmensa misericordia, había acontecido obsequiándoles con una buena recaudación y que el  número agraciado no hubiera aparecido;  con lo cual se quedaron con las “perras” y con el premio.
 El viaje a Saint Jean pie de Port, inicio de la primera etapa, lo realizaron en el  camión de Aniceto “ El  Bujías” que transportaba fruta a los gabachos, y como le daba lo mismo que los agricultores “franchutes” le pincharan las ruedas por el este, por el oeste, o por el centro les hizo el favor de acercarlos hasta la frontera. El viaje fue bastante penoso debido  a que ocho personas no caben en la cabina de un “ Barreiros”  y se turnaron para viajar en el remolque con la fruta; cuatro terminaron con agujetas traseras y tres con diarrea, debido a la ingesta desmesurada de sandías.
 Una vez llegados al pueblo de salida, y para reponerse del duro viaje, hicieron lo que se suele hacer en estos casos: buscar la primera tasca abierta para meterse unos chatos de vino; y como no, buscar cobijo para pasar la noche.
No encontraron ninguna posada libre, y Froilán “ el Comeostias” -párroco del pueblo- viendo en este suceso una señal divina propuso que  se fueran a dormir al primer establo que encontraran. Aunque era pleno Agosto, y en vez de una mula y un buey encontraron dentro siete cabras y varias gallinas, el establo  -con su pesebre y todo-  que encontraron  les sirvió para formar un “Nacimiento”  de lo más “apañao”.
Se levantaron con las primeras luces del amanecer y se pusieron en marcha. Después de siete días de peregrinar estaban totalmente convencidos de que se habían perdido. No habían encontrado a ningún peregrino por los senderos y caminos que tomaron. Pasaron las noches durmiendo al raso, o en los pajares de alguna granja que les pillaba a mano. Y aunque preguntaron a los pocos lugareños que vieron, no pudieron entenderse con ellos ya que, aunque "Pitxote" había nacido en Larrabezua,  no sabía el vasco.
No fue hasta ese séptimo día, y al subir una loma,  cuando pudieron darse cuenta de que estaban en el buen camino.
Una fotografía muestra ese momento.
 Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se puede ver a  los siete miembros de la cuadrilla de mi abuelo rodeados de viñas, con incontables  hileras  de vides.  Están encabezados por Froilán, portando en alto una cruz del siglo XVIII que había tomado prestada del Museo Catedralicio de Córdoba para tan noble causa. Van  vestidos de peregrinos, pero con algún ligero cambio: las típicas calabazas huecas, que contenían el agua con las que los peregrinos paliaban la sed, fueron  sustituidas por botas de vino, que también refrescaban y ayudaban a olvidarse de las ampollas que se formaban en los pies de todos -menos en los de “El Siempresentao”, ya que la silla de ruedas ayudaba bastante a preservarle de la rozadura del calzado-.  Mi abuelo sustituyó el típico bastón por su puya de picador de toros, y “El Suertudo” por su bastón de ciego. “El Susordenes” no llevaba el sombrero de ala ancha, sino su tricornio de Guardia Civil.  “Pitxote” y “El Flaco”, en vez de una concha de vieira, portaba cada uno una talega con cuatro kilos de mejillones al vapor.
Están caminando, y van  en la dirección que un pequeño indicador de caminos muestra. En este, con las letras talladas en la madera, se lee claramente: A BORDEUAX  100  Kmts.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Todos creímos que allí ponía Burgos en vasco… y seguimos “palante”.

 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


Fernando José Salgueiro Maia.


jachuspa dijo:
Vean vds. que diferencia de hombres; de la misma Península, como dice D. Errichal: que me lo quitan de las manos
El 31 de marzo de 1992, en una habitación de la segunda planta del Cromwell Hospital de Londres, un hombre se está muriendo y lo sabe. Aturdido por la quimioterapia y los sedantes, en los pocos momentos de lucidez que tiene recuerda: no tiene miedo, sonríe; acaba de ser nombrado alférez de caballería y destinado a Mozambique. Es el segundo de su promoción y por ello, al llegar a Lourenço Marques, le dan a elegir destino: un escuadrón de reconocimiento, es decir, vivir escaqueado, o un destino operativo. Elige la 9ª Cía de Comandos “Os Fantasmas”, de servicio en medio de la selva. Cuando llega, sin ninguna experiencia en combate, se tiene que hacer cargo de la misma porque el capitán y el teniente que la mandan, han sido heridos en combate. Posteriormente, el mando le negará el distintivo de comando por no haber hecho el curso en la metrópoli.
Sabe que se muere, ha venido a Londres por complacer a Natercia, la profesora de matemáticas con la que se casó, ya hace… muchos años; pero, en realidad, hace tiempo que se ha despedido de la vida. Cuando fue operado por última vez en el hospital militar de Lisboa, la noche anterior a la intervención, como si fuera un quinto cualquiera, salió de noche de la habitación, escondiéndose de la vista de médicos y enfermeras, con los zapatos en la mano y los pantalones en el brazo. En la calle, le esperaba un amigo con el coche aparcado en la puerta del hospital: “Vamos, le dice, a minha vida é do gajo (figuradamente, el cáncer), mais a noite é nossa”. Regresa al hospital a las 7 de la mañana; adormecido, a las 8 de esa misma mañana, lo encuentra la enfermera quien le felicita por el aire descansado que presenta: “se nota que ha dormido bien – le dice-, son los tranquilizantes”.
Cae la noche sobre Londres y en la habitación, Natercia le pregunta: “Estás melhor, Fernando”
El le responde, casi sin fuerzas: “Estou”.
Sin que lo sepan, es la última vez que intercambiaran unas palabras. Vuelve al duermevela para seguir recordando: es la madrugada del 24 al 25 de abril de 1972. Una columna de blindados de la EPC (Escuela Práctica de Caballería) que él manda, se detiene en un semáforo en la circunvalación de la Ciudad Universitaria. Desde la chaimite (Blindado Medio sobre Ruedas) grita a las dos autoametralladoras que le preceden:
-¿porqué hemos parado?
- mi capitán, el semáforo está en rojo.
-¡Y desde cuando las revoluciones paran en los semáforos!
No tiene miedo, nunca lo tuvo. Que se lo pregunten al brigadier Junquera dos Reis. Esa misma mañana, armado con su pistola, un par de granadas y una pañuelo blanco, salió, sólo, a enfrentarse con varios M-46. Nadie se atrevió a dispararle, ni el mismo Junquera dos Reis, enviado por el Gobierno a frenar la Revolución de los Claveles, que tuvo que disparar al aire y pasar por la vergüenza de ver como sea pasaban a los rebeldes sus tropas y carros de combate.
Acaba de perder la conciencia y entra en coma. Natercia se desespera; la voluntad de su marido es volver a Portugal para morir en casa. Telefonea, pero no hay ningún avión militar disponible; recurre al presidente de la República, pero al final no es necesaria su intervención: consigue plazas en un vuelo regular de TAP.
El 4 de abril fallece en el Hospital Militar de Lisboa, a los 47 años, el teniente coronel Fernando José Salgueiro Maia. Su cuerpo, velado por todos los presidentes de la República desde 1974, amigos y enemigos, es trasladado al cementerio alentejano de Castelo de Vide, próximo a la localidad extremeña de Valencia de Alcántara. Allí, en una sencilla tumba, hace veinte años que descansan los restos mortales de un hombre que fue clasificado por sus enemigos como fascista y comunista al mismo tiempo, tan sólo porque jamás aceptó ningún cargo político, un hombre lleno de coraje y dignidad, que jamás aceptó ninguna prebenda:
Aquele que na hora da vitória
Respeitou o vencido
Aquele que deu tudo e nao pediu a paga
Aquele que na hora da ganancia
Perdeu o apetite
Aquele que amou os outros e por isso
Nao colaborou com a sua ignorancia ou vicio
Aquele que foi “Fiel à palavra dada à idea tida”
Como antes dele mas também por ele
Pessoa disse

viernes, 27 de julio de 2012

Las olimpiadas.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él participo en las olimpiadas de 1952, no exactamente en las de Helsinki, pero sí en los juegos olímpicos de la ribera cordobesa del Guadalquivir de esa fecha.
La iniciativa de organizar dicha competición deportiva surgió de Agapito, al que todos llamaban “marqués” debido a su afición a jugar a las siete y media con las cartas marcadas. Presumía el “marqués”  de haber heredado de un antepasado suyo, que luchó en las cruzadas, el primer cobertor que cobijó en las frías noches del desierto a Jesús Nuestro Señor en su duro viaje a Egipto huyendo del “esaborío” rey Herodes. Por eso, decía mi abuelo, que el impulsor de aquellas olimpiadas guadalquivires fue el “Marqués del Cobertor”.
El “marques” y mi abuelo solían coincidir en el “ Bar bero”, donde lo mismo se podía uno beber unos chatos de vino, que cortarse el pelo a navaja. Grandes aficionados a las cartas entablaron amistad, y ya se sabe que donde surge la amistad aparece la disputa. Contaba mi abuelo que su amigo el “marques” presumía de que los mozos del pueblo de Lora del Río, del cual era natural y convecino, pasaban por ser los más fuertes y sanos de la comarca; afirmación esta que no compartían ni mi abuelo, ni Menesterio “ El Políglota”, que unía a su condición de “tartaja” la de ser oriundo de Palma del Río.
Y como estas cosas no pueden quedarse en el olvido y hay que demostrarlas, el “marqués” propuso la celebración de las primeras –y únicas- olimpiadas de la ribera del Guadalquivir.
Cada uno de los litigantes se encargó de buscar entre sus parroquianos a quienes defendieran el honor de sus respectivos pueblos.
No lo tuvieron difícil; a falta de televisión, la demografía en aquella época no era escasa, y quién no contaba con cinco o seis churumbeles, o era más feo que los pies de otro, o la gente se resbalaba a su paso.
El lugar elegido para las diferentes competiciones fue asignado a La Puebla de los Infantes; ya que aparte de ser terreno neutral a las tres pedanías concursantes, contaba con terrenos amplios y se encontraba cercano El Embalse de José Torán, donde se realizaría la disciplina estrella del evento: la prueba de remo.
Se dieron un margen de seis meses para la elección, formación y entrenamiento de los respectivos atletas olímpicos y pasado ese tiempo, un 28 de Julio de 1952, se realizó la inauguración oficial.
A las seis de la tarde comenzó el acto inaugural en el que no faltaron las bandas municipales de los tres pueblos y la sublime subida de una cabra a una escalera.
Durante tres días hubo competiciones de lo más variopinto; desde carreras de sacos hasta partidas de tute, brisca y “las siete y media”.
Tuvo gran éxito el lanzamiento de disco –ganado por Julián “El Viruta”, carpintero de Lora del Río, que envío más allá de los cuarenta metros un disco de pizarra de Tomás de Antequera-; y el de jabalina -premio obtenido por Ambrosio “El Sevillano”, vecino de Palma del Río  desde la escasa edad de tres años, cuando sus padres inmigraron desde Móstoles;  al lanzar este una marrana de tres arrobas a cuatro metros y tres palmos-.
Los integrantes del pueblo de mi abuelo no estaban obteniendo muy buenos resultados, pero tenían puesta la esperanza en conseguir vencer  la prueba reina del torneo: la de remo.
Y al tercer día los de Almodovar del Río, pueblo de mi abuelo, esperaban resucitar. Como quisieron darle un carácter no solo regional a las olimpiadas, invitaron a participar en la prueba náutica a dos embarcaciones foráneas.
Una fotografía muestra el momento en que las cinco embarcaciones participantes se disponen a tomar la salida.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En las calles uno y dos están las barcas de Lora del Río y de Palma del Río con los remos en el agua y los integrantes preparados par iniciar la salida.
En el centro la embarcación de mi abuelo: una balsa hecha con troncos y cuerdas, con un mástil en el que ondea una bandera española. Se ve a mi abuelo con la “pica” apoyada en el fondo del embalse, dispuesto para empujar. A su lado “El Sortudo” –ciego y vendedor de la once- otea el horizonte en busca de la línea de meta. “El Susordenes” hunde el tricornio en el agua a modo de remo. “El Comeostias” –párroco del pueblo- hunde también en el agua el báculo pastoral del Obispo de Córdoba que este le había prestado para tan magno acontecimiento. “El Pitxote”, con su bote de la anguila, recoge agua del lago y refresca a los demás miembros del equipo. ”El Duermesentao” bastante tiene con hacer equilibrios para que no se caigan por la borda, él y la silla de ruedas. Y “El Flaco”, con sus ciento cincuenta kilos de peso, aparece en la parte de atrás con medio cuerpo sumergido en el agua, dispuesto a patalear como si fuera el motor de un fueraborda.
En la calle número cuatro se halla una de las embarcaciones invitadas. Se trata de la famosa trainera “La Soltera” de Santurce -llamada así en honor a  “Karmentxu”, la más famosa sardinera de la época- pero que unos años después pasó a denominarse “La Sotera”, ya que la sardinera se casó de penalty con un angulero de Portugalete.
Y en el lado más próximo al fotógrafo, con un marcado acento internacional, se ve a la embarcación invitada de “Los Negrillos de la Sierra”, una pequeña aldea formada en las cercanías del Río Retortillo íntegramente habitada por emigrantes.
Es una embarcación de ocho metros, ocupada por cincuenta y tres personas de origen subsahariano, entre las que se encuentran varios menores y tres mujeres en avanzado estado de gestación.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Íbamos segundos, pero a escasos metros de la meta una patrullera del Servicio Marítimo de la Guardia Civil detuvo la patera.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


jueves, 26 de julio de 2012

El último cumpleaños.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él nunca pensó que iba a ser abuelo.

 Sí, es cierto que tenía ocho hijos, y que estos -con la ayuda interesada de sus nueras-  engendrarían vástagos, o vástagas (para que no se me mosqueen las feministas), que perpetuarían su digno apellido. Lo que  nunca tuvo en mente es que un mocoso, que apenas levantaba medio metro del suelo, se acercaría a él llamándole: ¡Abuelo!¡Abuelo!
Y ese mocoso fui yo, primogénito de su segundo hijo, Baraquisio,  alumbrado por mi madre un 5 de Enero, víspera de la festividad de Los Reyes Magos, para alegría de todos… menos para mí. Siempre he recibido regalo de cumpleaños y de Reyes “conjuntamente” -conjuntamente me daban un regalo que servía para los dos días. ¡Tacaños, más que tacaños!-
Mi abuelo tuvo más nietos, pero sólo el aquí presente le llamaba abuelo: soy hijo único, de padre cordobés y madre jienense, ahí es nada.
Mis tíos, hermanos de mi padre, claro, tuvieron suerte dispar al encontrar a su media naranja, ya que la mayoría de ellos a lo único a que se pudieron arrimar fue a algún limón verbenero, dos berzas y a mi tía Encarna “ La Peras”, que no explico el porqué la llamábamos así ya que caen por su propio peso; las peras que tenía, digo.
Mi abuelo era llamado por sus nietos de diferentes maneras, según el origen de sus respectivas madres –conocidas por “Las Arpías” cuando ellas no estaban presentes-. Bueno, solo estaban presentes mi abuela , mi madre y un servidor escondido tras el sofá. Es que siempre tuve un lado femenino que me llevaba a escuchar conversaciones ajenas, pero solo en ese aspecto se manifestaba mi lado femenino, que conste.
Como digo, mi abuelo era interferido como: Yayo, aitite, guelu, avi, avo, e incluso uno de mis primos le llamaba Grand-Pére; pero éste era de madre rara que hablaba como si tuviera un “gargajo en la boca”, y su lado femenino - el de mi primo el raro-  predominaba sobre su otro lado femenino.
Mi abuelo tenía un fotografía, sacada semanas antes de su último suspiro, con todos sus nietos.
Al ser el primero de ellos me dejó la foto como recuerdo.
 En ella aparece él sentado en una silla plegable de las que utilizan los pobres para ir al monte o a la playa, según gustos, y todos sus nietos alrededor. Quiso Dios -y la genética- que todos los allí fotografiados fueran catalogados en el registro civil como varones, excepto mi primo el del gargajo en la boca, que unas veces parece, y otras no cabe la menor duda.
Es el día de su "cientocinco cumpleaños", y cada uno de nosotros, agrupados por familias, mostramos a la cámara el regalo de cumpleaños de nuestro abuelo.
Mis primos de Galicia le entregaban un kilo de cáscaras de mejillones; los extremeños el hueso de un jamón de bellota, utilizado varias veces para dar sabor al cocido; los de Baleares una “sobrasada” que según decían, eran los cartílagos de un pollo que había sobrado el día anterior, convenientemente asados en leña de caja de fruta, y que parece ser que era un plato típico de las Islas Baleares; los canarios una jaula para pájaros; los maños unos caramelos en forma de adoquín,  más duros que la cara de un político en plena campaña electoral; los vascos una chapela en la que se leía: Is not Spain; el raro mostraba un picardías en color “furcia”, y su primer nieto, como no podía ser menos, le regaló un álbum de fotos con tapas ribeteadas en oro, el cual contenía impresiones fotográficas de todos los momentos vividos por él en su peregrinaje por esas plazas de Dios – y de Franco en aquella época-.
 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


martes, 24 de julio de 2012

El Sorteo.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que tras salir ilesos del famoso tapón en la entrada de la plaza de toros de Pamplona en los “Sanfermines” de 1950, decidieron darle gracias al Altísimo –porque mira que el tío fue a poner el Cielo alto de narices-, realizando una peregrinación, con camino completo incluido, a Santiago de Compostela –patrón de España, y a las órdenes del Generalísimo en aquella época-. La peregrinación debía de ser completa desde San Juan al pie del Puerto ( Saint Jean Pied de Port, lo llamaban los que hablaban raro) hasta la plaza del Obradoiro.
Como andaban escasos de posibles decidieron realizar un sorteo para recaudar fondos para la causa. No solo se trataba de caminar, sino que dicha peregrinación acarreaba ciertos gastos en hospedaje, compras en los comercios de alimentación, y sobre todo, en los “bebercios”.
Para poder realizar el sorteo necesitaban como es óbice, un premio, y si este era atractivo, mejor que mejor.
Pensaron que cada integrante de la aventura peregrinaria donara algo propio de valor y así formar un lote de productos que fuera digno de ser sorteado.
Froilán “El Comeostias”, párroco del pueblo, ofreció como aportación una tabla tallada en madera con escenas del Evangelio de San Juan, en la cual aparece Cristo Nuestro Señor, en la cruz, haciendo entrega a este de La Virgen María como su madre.  Que detrás de la talla pusiera “Made in Taiwán” no le restaba valor histórico a la ofrenda.
 Luis “El Pitxote”, conocido como “el tonto del pueblo”, entregó lo que más quería: el bote en el que metía la “pilila”  antes de enseñársela a las mozas del pueblo a la voz de: Mira, mira, una anguila.
Pedrito “El Sortudo”, ciego y vendedor de la ONCE donó a “Canuto”, el primer perro lazarillo que tuvo. “Canuto” había muerto unos años antes en acto de servicio al detener el ciego caminar de Pedrito ante un paso a nivel sin barreras, segundos antes del paso del TALGO que unía Córdoba con Madrid, con tal mala suerte que se fue a parar justo en medio de las dos vías. Era un buen lazarillo, pero de trenes entendía poco. Pedrito le estuvo tan agradecido que llevó su cuerpo a disecar a un taxidermista de Rute y dormía todas las noches abrazado a él.
Olegario “El Flaco”, hombre de metro cincuenta escasos de estatura y ciento cincuenta kilos de peso, aportó los fascículos de un curso completo de adelgazamiento de gran valor, ya que estaba sin desembalar.
Ramón “El Susórdenes”, sargento de la Guardia Civil, entregó una multa de tráfico, perfectamente conservada, que le puso al coche de “El Caudillo” por no llevar agua en el “limpiaparabrisas”.
Jacinto “El Duermesentao”, aquejado desde niño por una meningitis, dio como presente un “kit” completo para la limpieza y mantenimiento de una silla de ruedas, que resultó un gancho perfecto para la venta de papeletas del sorteo.
Y mi abuelo…, mi abuelo donó, con mucho dolor eso sí, un par de calcetines usados, que guardaba como oro en paño, de la primera vez que salió de España para varear con Antoñito “ El Cojo” , en Nimes –provincia de Francia-.
Una vez recopilado el premio del sorteo se procedió a la venta de papeletas. Por unanimidad, y mediante el “tú te callas”, se decidió sacar a la venta cien mil papeletas con los números comprendidos entre el uno y el cien mil; éstas estaban realizadas a mano, sobre el papel de estraza que se utilizaba para envolver la mortadela en la charcutería de Jesús “El Cuartoymitad”.
El éxito del sorteo fue rotundo, las papeletas se acabaron en tres semanas. Influyó en tal logro que Froilán “El Comeostias”, párroco del pueblo, proclamara indulgencia plenaria a todos los poseedores de una de dichas papeletas en cada una de las homilías que este realizaba, desde el púlpito, en todas las misas que presidía.
Mi abuelo esa misma noche soñó con un número y adquirió para sí el 100.000.
El sorteo, para no crear suspicacias, se realizó en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo S.O.S; edificio religioso del siglo XVIII, de estilo románico, y lugar de peregrinación de los parroquianos de los alrededores para venerar la reliquia que albergaba detrás del altar mayor: la mano incorrupta de San Adelfo. San Adelfo fue alcalde del pueblo a mediados del Siglo XIX, y nunca pudo ser probado que metiera mano a los fondos del Ayuntamiento, de ahí que su mano incorrupta  fuera motivo de romerías y celebraciones. Subió a los altares a principios del Siglo XX –No se sabe a ciencia cierta quién le subió, pero que subió no hay ninguna duda, ya que allí está,; la mano,digo-.
El día elegido para el sorteo fue el 22 de Diciembre.
 La tarde anterior al evento se retiró el ara de la celebración eucarística, y como les pareció más acorde a las fechas festivas en que se encontraban, colocaron cinco bombos usados por la banda municipal de música, en cada uno de los cuales introdujeron bolas de navidad numeradas del  al 0 al 9.
Ya tenían el premio y el método, así que solo les faltaba la mano inocente para sacar el número agraciado. Era muy apreciado en el pueblo Olegario, apodado “Sanín” porque nació con insuficiencia cardiaca, dermatitis atópica y alergia a las angulas y a la langosta -viandas estas que no pudo degustar en su longeva vida, a pesar de sus deficiencias de salud-. Este era hijo de Alfonso “El Correburras”, lugareño que como su apodo indica tenía una piara de cerdos con los cuales se ganaba la vida. “Sanín” era apreciado por su inocencia y por ser padre de cinco hijos, todos varones, que eran como la marabunta, pero con piedras en las manos. Así que decidieron que los niños de “Sanín” el de Alfonso fueran los encargados de la sustracción de las bolas del sorteo.
El sábado, 22 de Diciembre de 1951, a las doce del mediodía, en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo S.O.S no cabía un alma. Todos los que habían adquirido un número de la rifa estaban allí presentes, e incluso muchos de ellos siguieron el evento fuera del templo, sobre todo los fumadores, algún moro y dos carteristas que vinieron expresamente desde la capital par ver si hacían el Agosto en pleno invierno.
Mi abuelo, que no era tonto, aunque a veces se lo hacía, sobre todo cuando mi abuela le preguntaba donde había estado, al aparecer a las tres de mañana en condiciones físicas bastante mejorables, se dio cuenta de que nunca podría salir premiado ya que solo había cinco bombos y su número tenía seis cifras; así que se negó a que comenzara el sorteo hasta que no pusieran otro bombo con una sexta extracción. Como no tenían mas bombos a mano utilizaron un tonel de vino en el cual introdujeron diez nuevas bolas de Navidad, que numeraron del 0 al 9 con la barra de labios de Felipa “La Posturas”, mujer que era muy criticada por la sección femenina del pueblo, pero muy visitada por el sector masculino, ya que tenía muy buenos precios en los productos cárnicos que ofrecía a la clientela. Como “Sanin” no tenía más hijos se decidió que el encargado de sacar la sexta bola del sorteo fuera Manueliyo “El Ivete”, que lo mismo servía para un roto que para un descosido.
Una fotografía muestra el momento culmen del sorteo.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se ve el altar mayor de la iglesia, con el retablo de estilo churrigueresco al fondo. Los bombos ocupan la mayor parte del espacio, los niños de “Sanín” el de Alfonso y Manueliyo muestran al público asistente las bolas numeradas que acaban de sacar de lo bombos y del tonel.
 De izquierda a derecha aparece el número premiado: el uno, el cero, el cero, el cero, el cero y el dos.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo. No me tocó por poco.
 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


Una vez la amé.


eltumbaollas dijo:
Buenas tardes
El miércoles me emborraché y hoy martes sigo borracho. No es un episodio ni una experiencia es una ventana. Está de moda esta palabra. He visto la distorsión de la mente y la confusión de preferencias. El que dijo que el infierno son los otros no pensó en sí mismo, no de manera veraz. El infierno sólo se muestra en la soledad, lo demás son la excusa o el anuncio de lo que se halla. El demonio te ahoga cuándo te ve débil y lento, te aprieta y fluyes libido o ira o ambas y no pierdes nada pues la esencia de esas cosas es fluir y cuanto más sacas más tienes.
Me oriné encima, por no levantarme, mientras la miraba desparramada como un bulto en el suelo, ya no era persona si no un trasto. La vi como una molestia que me acaparaba y cultivé el infierno preciso. Muerta no la amaba y me preguntaba si la amé alguna vez cuando estaba viva.
El sargento me preguntó ¿Por qué?
Porque una vez la amé.


domingo, 22 de julio de 2012

La huelga.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él fue el causante de la primera huelga en el mundo de la tauromaquia en España.
Es cierto que aquella época no había sindicatos como hoy en día, pero quiso la vida y la necesidad que se convirtiera en el primer sindicalista español en montarle una huelga al patrón en el mundo del toreo.
El ser segundo picador de Antoñito “El Cojo”, torero famoso donde los haya, le llevó durante gran parte de su vida a formar parte de, llamémosla así,  una P.Y.M.E.
La empresa la formaban el diestro - que como su propio nombre indica,era de derechas aparte de ser el patrón-, el “apoderao” -o socio capitalista- y los currelas:  dos picadores, tres banderilleros, un primer espada, un  mozo de espadas, cuatro monosabios, dos conductores y Manueliyo “El Ivete”.
Manueliyo “El Ivete” se quedó huérfano de padre y madre mucho antes de que fuera prácticamente pequeñito. Horencio “ El bienplantao” –uno de los banderilleros- le buscó un rincón donde dormir y un medio plato de comida que llevarse a la boca. Horencio le daba cobijo y Manueliyo correspondía con  compañía, ya que “El bienplantao” estaba soltero y no parecía tener intención de casarse - eso decía él- ¡Engañados los quiere el señor!
Horencio era "moteado"de esa forma no por su buena planta, ya que era más feo que matar a un padre con un calcetín “sudao”, ni por entender de jardinería, sino por calzar un cincuenta y dos y medio¡ Menudas plantas de los pies tenía el tipo!
El del pequeño Manueliyo era debido a que se encargaba de realizar los más diversos  “recaos” para su padre postizo y la cuadrilla de “El Cojo”.- Vete aquí-. o  -vete allí- , eran las ordenes que recibía el chaval.
Mi abuelo contaba que hubo una época de vacas flacas… y toros escasos que llevarse al estoque. Debido a la merma de festejos taurinos, “ El Cojo” -asesorado por el “apoderao”­­- tuvo que realizar recortes a los miembros de su cuadrilla, y los más duros los sufrieron “los funcionarios”. “Los funcionarios” eran así llamados los que tenían sueldo fijo, funcionara o no funcionara la temporada. Mi abuelo era uno de ellos.
La primera medida adoptada fue la congelación del sueldo. Cada mes, cuando cada uno pasaba a cobrar en “cá” “El Cojo”, este los miraba fríamente. – Te dejaba "helao" con esa mirada – nos decía mi abuelo entrándole un escalofrío-.
La segunda fue la reducción de festivos. A menos festejos, menos festivos -tampoco hay que ser un lince-.
Pero lo que desencadenó la primera huelga de cuadrillas de toreros en España y la consiguiente manifestación, fue la tercera medida tomada. “El Cojo” regalaba todos los años por Navidad a cada uno de sus subalternos un pavo. Como éste solía ser hembra y de muy buen tamaño, lo comenzaron a llamar “La pava extraordinaria de Navidad”. La supresión de la “Pava”, fue la gota que colmó el vaso, y mi abuelo, reuniendo a todos los miembros de la cuadrilla decidió montarle una huelga y una manifestación a “El Cojo”
Una fotografía muestra el momento cumbre de la lucha obrera.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. Está sacada en la plaza de toros de “Las Ventas”, delante de la Puerta Grande. En ella aparecen todos los miembros de la cuadrilla ataviados con sus respectivos trajes de faena. Banderillas, capotes y muletas arrojados de mala manera alfombran la escena. Manueliyo, debido a las carreras que se daba haciendo “los mandaos”,  aparece ataviado deportivamente con un chándal  -feo como un demonio- de la selección que representó a España en las Olimpiadas de Helsinki 1950. Como no podía ser menos, mi abuelo en primer termino montado en su mejor caballo, con unas tenazas en la mano izquierda,  y una pancarta realizada con papel de estraza que reza: ¡COJO POR COJO, Y DIENTE POR DIENTE!
En el lado izquierdo y casi fuera de cámara, con la cara de sorpresa reflejada en el farol que sostiene en la mano, un sereno observa la escena.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: 28 de Agosto de 1953, tres de la madrugada. ¡Antes de esa hora no cerraban las tascas!

Ni que decir tiene que aquello fue un completo fracaso.
 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


La Granja de los regulares.


jachuspa dijo:
Buenos días señoras y señores. Esta historia que hoy les cuento suecedió hace 37 años
El Grupo de Fuerzas Regulares de Infantería Alhucemas nº 5, es la unidad más condecorada del ejército español. Allá por el año 1975 tenía su sede en el cuartel Alfonso XIII en Melilla, al lado del aeropuerto. Un día, a principios de aquel verano, me llamó el capitán de mi compañía. Quería ver si yo podía resolverle un problema. Había un soldado a sus órdenes que casi no hablaba español, tan sólo euskera y eso planteaba un grave problema: no se le podía licenciar porque estaba más sano que cualquiera de la unidad, pero no podía hacer servicios. “¡A ver, -decía el capitán-, como da el alto estando de centinela; como cambia el arma de brazo durante el orden cerrado!” Además eran tiempos jodidos; pocos días antes nos habían intentado poner una bomba en los depósitos de combustible de la Shell, al lado del cuartel; lo más grande que encontramos fue la mano de uno de los terroristas. “Incluso, continuó el mando, si lo destino como destacado a la frontera, ¡ cómo va a comunicarse con los moros, por ejemplo, cuando tenga que pedirles la necua(*), al pasar desde Beni Enzar a Melilla por el saladero; éstos –decía- sólo hablan cheljah y chapurrean el español, pero no creo que entiendan el euskera, salvo que se trate de algún beniurriaguel, de los que se dice son descendientes de un vasco!”. Era un señor lío. Cuando la cosa parecía no tener solución a mí se me ocurrió que, si licenciarlo no podíamos, tal vez pudiera trabajar como lo hacía en la vida ordinaria: en la granja del Grupo. Dicho y hecho.
Durante el mes de abril de 1976, pasados ya más de nueve meses de la anterior conversación, las distintas estadísticas de la unidad, empezaron a mostrar brotes verdes por todos los sitios. Desde los aspectos militares más difíciles de cumplir, hasta la simple convivencia, pasando por los meramente sanitarios: sólo había dos personas en el botiquín y ello debido a unas purgaciones rebeldes al antibiótico. Aquella unidad militar, pese a la dureza exigida a sus componentes, quedó convertida en un resort. Los domingos había cola para entrar al comedor; lo grave es que no venían sólo soldados de otras unidades, sino que las visitas del Hospital de la Cruz Roja hacían a mediodía un alto en el camino, y llevaban hasta allí los tupers para llenarlos.
La fama del cuartel de Regulares 5 llegó a oídos del Comandante General. Un buen día, sin avisar, el general se presentó en el cuartel. El coronel creyó que su superior venía a comprobar las estadísticas y trató de mostrarle los brotes verdes; pero aquél tan sólo estaba interesado en la Granja. He oído –dijo- que aquí se come muy bien y vengo a que me muestres cuál es el secreto. El coronel, temeroso, le llevó a la Granja. Nada más entrar la visita, dos cerdos, cuatro ó cinco conejos y varias gallinas les rodearon. ¡Pitas, pitas! decía el general, tratando de acariciarlas sin éxito: gallinas, cerdos y conejos miraban para otro lado o cacareaban y gruñían, cuando no salían huyendo. Quedó extrañado el alto mando del comportamiento animal e interrogó al coronel, quien conociendo la respuesta, contestó con temor: “mi general, los animales se comportan así porque no entienden el español, pues el soldado cuidador sólo les habla en vasco”. Apareció en esos momentos el interfecto y al ver el lío organizado, gritó: “etorri onea”. Salieron todos los animales de sus cochiqueras, madrigueras y parideras acudiendo, a la voz de ya, a rodear a quien consideraban su dueño y señor. En voz baja, dictó aquel nuevas instrucciones; ante el asombro de propios y extraños comenzó a cantar, a pleno pulmón, el himno de la Real Sociedad: “aurrera mutilak, aurrera Gipuzkoa, aurrera txuri urdinak….” rápidamente, los animales se colocaron cada uno en su lugar, esperando ser revistados. Una sonrisa se dibujó en los labios del Comandante General y felicitó al apurado coronel. Quince días después nos concedieron la primera estrella Michelín.

*Necua: carnet de identidad de Marruecos.


viernes, 20 de julio de 2012

Siente un pobre en su mesa.



Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él también sentaba a un pobre en su mesa por Navidad.

Ya les he contado que mi abuelo, aparte de ser un poco canalla, era buena persona y ayudaba siempre a los más necesitados y despreciados de la sociedad.
Le gustaba mucho el cine, y tras ver la película “Plácido” en la que un grupo de burguesas ociosas se les ocurre realizar una campaña navideña cuyo lema era: “Siente un pobre en su mesa”, decidió tomar suya la idea e invitar a la cena de Navidad al más necesitado, despreciado y repudiado que encontrara.

La elección no le fue fácil ya que en su pueblo había varios candidatos a recibir la invitación.

Uno de ellos era Fernandito “ El Siemprelejos”, este recibía las burlas de sus con-pueblerinos -les llamaba así, porque mi abuelo era de pueblo, no de ciudad- por ser enano. No era que sufriera de enanismo, sino que era muy bajito; apenas levantaba metro veinte del suelo y a veces llegaba a metro treinta saltando.
Otro candidato era Juanito “El sumiso”, que era mal visto por su temperamento; ya que tenía muy mal genio y siempre estaba de mala “hostia”, por lo que sus convecinos le evitaban como si hubiera pisado un apretón repentino.
En la lista aparecía también Florindo “Hijodeunasolamadre”, al que también se le insultaba con el típico “joputa” español, debido al oficio de la que lo parió. La verdad es que todo el mundo  le despreciaba por ese motivo, pero nadie tenía el valor de recordarle la profesión de su madre a la cara.
Era también despreciado Margarito “El retreta”, ya que desde que hizo la mili en El Cerro Muriano no había día que no saliera a la calle vistiendo su uniforme militar. En el pueblo de mi abuelo le tenían manía a toda vestimenta que no saliera de albarcas, boina y zapatillas de esparto.
Pero mi abuelo encontró a alguien que era despreciado por cada uno de los motivos de los candidatos antes nombrados. Y no dudó en invitarle por Navidad todos los años.
Una fotografía muestra la buena acción de mi abuelo.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se ve el comedor donde mi abuelo y mi abuela realizaban la cena de Nochebuena. Mi abuelo preside la mesa. Mi abuela entra con una bandeja llena de polvorones por la puerta de la cocina. Sus ocho hijos están sentados a ambos lados de la mesa. Y a la derecha de mi abuelo, ocupando un lugar privilegiado en la mesa y como invitado de honor de esa noche, la televisión en blanco y negro muestra a Francisco Franco dando el mensaje de Navidad a todos los españoles.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Enano, con mala hostia, llamado "joputa” por la espalda y siempre vestido de militar.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.