viernes, 27 de julio de 2012

Las olimpiadas.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él participo en las olimpiadas de 1952, no exactamente en las de Helsinki, pero sí en los juegos olímpicos de la ribera cordobesa del Guadalquivir de esa fecha.
La iniciativa de organizar dicha competición deportiva surgió de Agapito, al que todos llamaban “marqués” debido a su afición a jugar a las siete y media con las cartas marcadas. Presumía el “marqués”  de haber heredado de un antepasado suyo, que luchó en las cruzadas, el primer cobertor que cobijó en las frías noches del desierto a Jesús Nuestro Señor en su duro viaje a Egipto huyendo del “esaborío” rey Herodes. Por eso, decía mi abuelo, que el impulsor de aquellas olimpiadas guadalquivires fue el “Marqués del Cobertor”.
El “marques” y mi abuelo solían coincidir en el “ Bar bero”, donde lo mismo se podía uno beber unos chatos de vino, que cortarse el pelo a navaja. Grandes aficionados a las cartas entablaron amistad, y ya se sabe que donde surge la amistad aparece la disputa. Contaba mi abuelo que su amigo el “marques” presumía de que los mozos del pueblo de Lora del Río, del cual era natural y convecino, pasaban por ser los más fuertes y sanos de la comarca; afirmación esta que no compartían ni mi abuelo, ni Menesterio “ El Políglota”, que unía a su condición de “tartaja” la de ser oriundo de Palma del Río.
Y como estas cosas no pueden quedarse en el olvido y hay que demostrarlas, el “marqués” propuso la celebración de las primeras –y únicas- olimpiadas de la ribera del Guadalquivir.
Cada uno de los litigantes se encargó de buscar entre sus parroquianos a quienes defendieran el honor de sus respectivos pueblos.
No lo tuvieron difícil; a falta de televisión, la demografía en aquella época no era escasa, y quién no contaba con cinco o seis churumbeles, o era más feo que los pies de otro, o la gente se resbalaba a su paso.
El lugar elegido para las diferentes competiciones fue asignado a La Puebla de los Infantes; ya que aparte de ser terreno neutral a las tres pedanías concursantes, contaba con terrenos amplios y se encontraba cercano El Embalse de José Torán, donde se realizaría la disciplina estrella del evento: la prueba de remo.
Se dieron un margen de seis meses para la elección, formación y entrenamiento de los respectivos atletas olímpicos y pasado ese tiempo, un 28 de Julio de 1952, se realizó la inauguración oficial.
A las seis de la tarde comenzó el acto inaugural en el que no faltaron las bandas municipales de los tres pueblos y la sublime subida de una cabra a una escalera.
Durante tres días hubo competiciones de lo más variopinto; desde carreras de sacos hasta partidas de tute, brisca y “las siete y media”.
Tuvo gran éxito el lanzamiento de disco –ganado por Julián “El Viruta”, carpintero de Lora del Río, que envío más allá de los cuarenta metros un disco de pizarra de Tomás de Antequera-; y el de jabalina -premio obtenido por Ambrosio “El Sevillano”, vecino de Palma del Río  desde la escasa edad de tres años, cuando sus padres inmigraron desde Móstoles;  al lanzar este una marrana de tres arrobas a cuatro metros y tres palmos-.
Los integrantes del pueblo de mi abuelo no estaban obteniendo muy buenos resultados, pero tenían puesta la esperanza en conseguir vencer  la prueba reina del torneo: la de remo.
Y al tercer día los de Almodovar del Río, pueblo de mi abuelo, esperaban resucitar. Como quisieron darle un carácter no solo regional a las olimpiadas, invitaron a participar en la prueba náutica a dos embarcaciones foráneas.
Una fotografía muestra el momento en que las cinco embarcaciones participantes se disponen a tomar la salida.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En las calles uno y dos están las barcas de Lora del Río y de Palma del Río con los remos en el agua y los integrantes preparados par iniciar la salida.
En el centro la embarcación de mi abuelo: una balsa hecha con troncos y cuerdas, con un mástil en el que ondea una bandera española. Se ve a mi abuelo con la “pica” apoyada en el fondo del embalse, dispuesto para empujar. A su lado “El Sortudo” –ciego y vendedor de la once- otea el horizonte en busca de la línea de meta. “El Susordenes” hunde el tricornio en el agua a modo de remo. “El Comeostias” –párroco del pueblo- hunde también en el agua el báculo pastoral del Obispo de Córdoba que este le había prestado para tan magno acontecimiento. “El Pitxote”, con su bote de la anguila, recoge agua del lago y refresca a los demás miembros del equipo. ”El Duermesentao” bastante tiene con hacer equilibrios para que no se caigan por la borda, él y la silla de ruedas. Y “El Flaco”, con sus ciento cincuenta kilos de peso, aparece en la parte de atrás con medio cuerpo sumergido en el agua, dispuesto a patalear como si fuera el motor de un fueraborda.
En la calle número cuatro se halla una de las embarcaciones invitadas. Se trata de la famosa trainera “La Soltera” de Santurce -llamada así en honor a  “Karmentxu”, la más famosa sardinera de la época- pero que unos años después pasó a denominarse “La Sotera”, ya que la sardinera se casó de penalty con un angulero de Portugalete.
Y en el lado más próximo al fotógrafo, con un marcado acento internacional, se ve a la embarcación invitada de “Los Negrillos de la Sierra”, una pequeña aldea formada en las cercanías del Río Retortillo íntegramente habitada por emigrantes.
Es una embarcación de ocho metros, ocupada por cincuenta y tres personas de origen subsahariano, entre las que se encuentran varios menores y tres mujeres en avanzado estado de gestación.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Íbamos segundos, pero a escasos metros de la meta una patrullera del Servicio Marítimo de la Guardia Civil detuvo la patera.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


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