martes, 31 de julio de 2012

Las visitas.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que a él nunca le gustaron las visitas: ni las humanas, ni las  sobrenaturales.
A lo largo de su vida hubo dos tipos de visitas que siempre le incomodaron y que le llevaron por el camino de la amargura:
-Unas, humanas, eran las que le realizaba su primo Teodosio “El yomás”, que acudía con su padre - hermano de mi bisabuelo- y con la madre que lo parió, a la casa paterna de mi abuelo. Daba la casualidad que siempre se presentaban a la hora de la comida, todos los domingos del año, y que trayendo mi tío las manos en los bolsillos, mi tía un no parar de criticar durante seis horas y mi primo sus aires de grandeza, hacía que la visita se alargara hasta terminada la merienda y acabada la cena.
Estaba mi abuelo hasta las narices de su primo. No había cosa que mi abuelo le contara que este no hubiera realizado más veces y muchísimo mejor: si mi abuelo había matado un  gato de una pedrada, el otro había matado tres con la misma piedra, atravesándoles la cabeza, y que era tan rápida la acción que los gatos seguían maullando tres horas después; si mi abuelo había pescado un pez en el río, éste había capturado una docena, con el mismo anzuelo, y sin gusano ni nada; si mi abuelo había visto  a una chica meando, este había visto a media docena… y cagando; y así domingo tras domingo¡ Como para gustarle las visitas!
. Nos contaba también que, aunque él siempre había sido un hombre con los pies en la tierra y poco dado a creer en cosas sobrenaturales, podía dar fe de que los fantasmas existían, ya que había recibido desde que era niño hasta el mismo momento en que nos contaba estas cosas, la visita de uno de ellos.
Para confirmar lo que aseguraba nos mostró una fotografía en la que se puede ver claramente al fantasma.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se puede ver a mi abuelo abriendo la puerta de su casa. Aparenta unos sesenta años de edad. Al otro lado, con una luz amarillenta como fondo, marcando una figura difusa, aparece su primo “El yomás”, con las manos en los bolsillos.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo: El fantasma no perdonó ni un solo domingo.
 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


No hay comentarios:

Publicar un comentario