Mi abuelo también fue picador.
En
los últimos años de su vida nos contó a los nietos que a él nunca le gustaron las
visitas: ni las humanas, ni las sobrenaturales.
A lo largo de su
vida hubo dos tipos de visitas que siempre le incomodaron y que le
llevaron por el camino de la amargura:
-Unas, humanas, eran las que le realizaba su
primo Teodosio “El yomás”,
que acudía con su padre - hermano de mi bisabuelo- y con la madre que lo parió, a la casa paterna de mi abuelo. Daba la casualidad que siempre se
presentaban a la hora de la comida, todos los domingos del año, y que trayendo
mi tío las manos en los bolsillos, mi tía un no parar de criticar durante seis
horas y mi primo sus aires de grandeza, hacía que la visita se alargara hasta terminada
la merienda y acabada la cena.
Estaba mi abuelo hasta las narices de su primo. No había cosa que mi abuelo le contara que este no hubiera realizado más
veces y muchísimo mejor: si mi abuelo había matado un gato de una pedrada, el otro había matado
tres con la misma piedra, atravesándoles la cabeza, y que era tan rápida la acción
que los gatos seguían maullando tres horas después; si mi abuelo había pescado
un pez en el río, éste había capturado una docena, con el mismo anzuelo, y sin
gusano ni nada; si mi abuelo había visto a una chica meando,
este había visto a media docena… y cagando; y así domingo tras domingo¡ Como
para gustarle las visitas!
. Nos contaba también que, aunque él
siempre había sido un hombre con los pies en la tierra y poco dado a creer en
cosas sobrenaturales, podía dar fe de que los fantasmas existían, ya que había
recibido desde que era niño hasta el mismo momento en que nos contaba estas
cosas, la visita de uno de ellos.
Para confirmar lo que aseguraba nos mostró
una fotografía en la que se puede ver claramente al fantasma.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como
recuerdo. En ella se puede ver a mi abuelo abriendo la puerta de su casa. Aparenta
unos sesenta años de edad. Al otro lado, con una luz amarillenta como fondo,
marcando una figura difusa, aparece su primo “El yomás”, con las manos en los
bolsillos.
Detrás con la difícil caligrafía de mi
abuelo: El fantasma no perdonó ni un solo domingo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y
siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.
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