miércoles, 8 de julio de 2015

Relato en Facebook.

(I)
-En la noche de bodas... ¿dónde vais a poner el bastón? -le dije, hace años, a una muchacha.
-¿El bastón? -me preguntó ella-. ¿Qué bastón?
- El bastón del ciego -le aclaré yo.
-¿Del ciego?
-Sí, del ciego. Porque hay que estar ciego para casarse contigo.
Hoy, aquella muchacha es mi esposa... y el bastón, aunque el paso del tiempo ha hecho mella en él, se sigue poniendo - de vez en cuando- en el mismo sitio en el que se puso aquella noche de bodas. 
No, no soy ciego; aunque parezca lo contrario tras las primeras frases con las que he comenzado la narración. Ciego no, pero sí cojo; y ese es el motivo por el que uso bastón. No es que sea una cojera muy ostensible: a veces, cuando estoy parado, apenas se nota; pero es ponerme a andar y mi pierna derecha, quince centímetros más corta que la izquierda, ya que le falta el tobillo y el pie completo, tira de mi cuerpo hacia ese lado y si no es por mi querido bastón tendría la oreja derecha destrozada de rozarse con el suelo.
(II)
Fui un niño deseado y en el momento de mi venida al mundo tuve dos golpes de suerte que marcarían el devenir de mi vida. Uno fue que mi madre se encontraba presente en el momento del parto, con lo cual pude sentir en mis primeros instantes el cariño y el amor de unos brazos que me acogían; el segundo fue que yo era la misma imagen de mi padre y que éste, también por suerte para él, era el marido de mi madre. Por cierto, nací con los dos pies intactos.
Yo nací en casa, como era lo normal nacer en aquellos años sesenta, y a voz en grito de mi madre; no como ahora que con tanto hospital, epidural y adelantos varios dar a luz es como ir a correr los encierros de San Fermín y verlos desde el bar de enfrente de la calle Estafeta comiéndote un bocadillo de chistorra. Sí, que has estado en "los sanfermines"..., pero distinto.
(III)
Por no haber, en el pequeño pueblo donde vi por primera la luz, ya que eran las cinco de la tarde (No olviden este importante dato sobre la hora de mi nacimiento ya que tendrá suma importancia, y mucha -sobre todo en relación con mi abuelo, que también fue picador, pero no allá en la mina, sino en las plazas de toros de media España... y en la mayoría de la otra mitad-) no solo no había médico, sino que ni matrona homologada como tal se hallaba a menos de cincuenta kilómetros a la redonda. Así que, ante la urgencia de mi llegada a este mundo, tuvieron que echar mano de Maruja "La Comadreja", encargada oficial por parte de Manuel Benitez " El Cordobés" (El patriarca) de traer al mundo a todos los churumbeles del clan gitano "Los Lereles". Unos años después dicho clan, tras una reyerta por cuestión de amores, claro, en la que hubo sangre derramada y una vida perdida, pasó a denominarse "Los Matariles"
(IV)
Yo no nací en el Mediterráneo, a Dios gracias. No es que tenga nada en contra de los que nacieron en él. Es más, admiro la valentía y la entereza de una madre que es capaz de, con una barriga sublime y siete centímetros de dilatación, adentrarse en las aguas de dicho mar y traer al mundo a una criatura a la vista de toda clase de pescados. Lo de ponerle de nombre Joan Manuel ya es cosa de gustos, allá cada cual (o cada cuála) a la hora de marcar de por vida a sus hijos, pero si de mi dependiera (o dependiese) el nombre de Antonio me pareció apropiado cuando mi padre fue a registrarme en el Registro Civil. Yo no nací en el Mediterráneo, pero a salado no me gana nadie. Vamos, eso creo.
(V)
Se dio también la circunstancia de que mi alumbramiento sucedió un cinco de Enero, víspera de la celebración de Los Reyes Magos, y añadido esto a que fui el primogénito, varón y mi madre se llama Lola (Dolores) se cumplió en mí la profecía de Isaías: "Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción; y como uno de quien los hombres esconden el rostro, fue despreciado, y no le estimamos." (Isaías 53, 3). Lo de varón de Dolores es claro, el resto lo podrán comprobar a medida que avance mi relato. No es por presumir, pero fui un niño "divino".
(VI)
La noticia de que "La Lola" había tenido un churumbel fue propagada inmediatamente por todo el pueblo y enseguida se presentaron en la casa lo más granado del mismo. El alcalde, el cura, el sargento de la Guardia Civil y Manuel Benítez "El Cordobés" -patriarca de "Los Lereles"- fueron de los primeros en acudir para felicitar a los felices padres primerizos, amén de todas las mujeres casadas, o en edad casadera, de los alrededores que querían saber detalles de como había transcurrido el parto, y ya de paso echar una mirada a los enseres que adornaban la humilde morada, para así poder tener tema de conversación en los típicos corrillos femeninos que se formaban en el lavadero del pueblo.Total que, en mis primeras horas de vida, recibí más visitas que Jesús en el pesebre.

(VII)
Fue tal la cantidad de gente que se personó en la casa para contemplar tan magno acontecimiento que mi tío Frasco, hermano de mi padre, tuvo que repartir números en la puerta para organizar un poco la situación y poner órden a la hora de acceder a felicitar a los agraciados . El hombre hizo lo que pudo, pero descuidó la vigilancia de los visitantes y días después se echaron en falta cuatro cucharas, dos tenedores, un cuadro de Nuestra Señora de Araceli y dos calzoncillos usados de mi padre. Los vecinos juraron y perjuraron que ellos no sabían nada acerca de aquellas desapariciónes, y la culpa recayó sobre una pareja de "guiris" norteamericanos, de apellido Amstrong, que casualmente acertaron a pasar por allí caminito de Jerez. Estos, hallándose perdidos, y viendo el gentío acumulado en la puerta, se acercaron a preguntar. El Frasco, al no entender lo que le decían, y creyendo que eran políticos, les dió número y les hizo pasar cuando les tocó el turno. Era ya de noche y la luna llena se podía contemplar a través de la ventana abierta. Fue en ese preciso instante, en el que aquella pareja se acercó a contemplar a la parturienta, y a un servidor, cuando se realizó mi primera intervención divina: separé los labios de la lactancia a la que tanto me aferraba, ladeé mi pequeña cabeza; mi manita derecha se elevó y extendí mis cinco deditos; mi mano izquierda agarró con fuerza mi pie derecho (el que perdería años después); abrí los ojos, contemplé sus rostros y dirigí mi mirada hacia la ventana... hacia la luna. Cinco..., cinco años más tarde, su hijo Neil pondría su pie derecho por primera vez en la luna. Aquella fue mi primera profecía.
(VIII)
El primer milagro se produjo ocho meses después. 
Mi nacimiento, tan excelso, produjo cambios incluso en el clima: los almendros florecieron a mediados de Enero, la primavera se adelantó en el hemisferio norte; e incluso, en el hemisferio sur, en pleno verano, se alcanzaron temperaturas de siete grados bajo cero en las playas de Copacabana. Está registrado, fidedignamente, que en los Carnavales de Río de aquel año lo más utilizado por las "brasileiras" fueron las bragas altas de crochet y los bañadores, de cuerpo entero, confeccionados a punto de cruz. A partir de Febrero, no cayó ni una sola gota de lluvia en el planeta. Los metereolólogos no encontraron explicación alguna a aquella situación, e incluso las Naciones Unidas se reunió urgentemente para evaluar aquel caso. El representante de Chile, nacido a apenas dos kilómetros del desierto de Atacama fue el que puso un poco de cordura ante la alarmante preocupación: -¿Que no llueve? -proclamó en la tribuna-.¿Y qué es llueve?
Como es natural los habitantes del pueblo en que nací se vieron afectados por aquella sequía. El primer mes fue aceptado con resignación y el segundo de muy mala leche, pero cuando las ranas de las secas charcas que rodeaban el lugar llamaban a la puerta de los vecinos suplicando un escupitajo y las chicharras, en vez de cantar, tarareaban, la situación pasó a ser preocupante.
Tras varios meses agónicos, secos y áridos, en los que ni a cuarenta grados a la sombra se sudaba debido a la falta del líquido elemento, el pueblo recurrió a su religiosidad natural: se realizaron novenas a Santo Ormenta, oraciones a Santo Rencial y rosarios a la Virgen de la Cueva, pero no hubo forma de que cayera ni una sola gota de lluvia. El cura del pueblo decidió hacer una última tentativa y convocó a todos sus feligreses, a la hora del Ángelus, el día 15 de agosto, festividad de la Virgen, a ir en procesión, con la imagen de Nuestra Señora de Araceli desde la iglesia parroquial hasta el arroyo Pedroche.
Quiso la divina providencia que la comitiva, encabezada por el cura, el incensario, el cirio pascual, la talla de la Virgen (portada por Noé, el carpintero; Aniceto, el de la tasca; Venancio, el sacristán y Judas, el de los burros) acertara a pasar en el preciso instante en que mi madre (La Lola) me amantaba, sentada en una mecedora, en el exterior de la casa. Yo me encontraba totalmente corito, debido al calor sofocante, y creo que fue el murmullo de las oraciones, o el arrastrar de pies sobre el seco polvo del camino, lo que hizo que despertara de mi ingesta rutinaria. No pude contenerme y eructe, dejando un rastro de calostro sobre mi barbilla. Todos se volvieron hacia mí... y comencé a mear. El chorrito cayó directamente sobre el párroco y este, al intentar evitarlo, hizo que una gotita cayera sobre el manto de la Virgen...
Una nube, oscura, cubrió el sol. El cielo se oscureció de repente y sonaron truenos en la lejanía. Comenzó a llover... y a llover... y a llover. Muchos días duró la tan ansiada lluvia. Hasta Noé, el carpintero, fue visto una semana después acarreando tablas hacia un otero cercano, ayudado por su esposa, sus hijos y sus nueras.

(IX)
Un año había pasado desde aquel día en que "la Comadreja" ayudó a mi madre a que yo pudiera degustar el placer de respirar aire puro (hablamos del año 1964), y desprenderme del cordón umbilical que tanto me tenía anclado y me restaba libertad de movimientos. Con él adherido al ombligo, más parecía un "Seiscientos" con la manguera del surtidor de gasolina que un feto en el vientre de su madre. Mi divinidad ya había sido mostrada en dos ocasiones: la profecía de quién sería el primer hombre en pisar el suelo lunar, y mi intervención en el término de la sequía que a punto estuvo de acabar con la raza humana; pero aún así, debido a la humildad que me caracteriza, no fui reconocido. Nadie en el pueblo supo atar cabos y ver que aquel niño, nacido entre ellos, había tenido relación directa con los extraordinarios acontecimientos que acaecieron. Solo los familiares se acercaron a celebrar mi primer cumpleaños. El alcalde, el cura, el sargento de la Guardia Civil y Manuel Benítez "El Cordobés" se excusaron con motivos varios. Uno tenía pleno en el Ayuntamiento, preparando la cabalgata de Los Reyes magos del día siguiente; otro alegó que debía llevar la sotana al tinte, ya que unas manchas de orina no terminaban de desaparecer; otro andaba buscando pistas sobre el paradero de "El Lute" y el patriarca gitano se encontraba atareado con unos asuntillos sobre la desaparición de varios tramos de vía del ferrocarril entre las estaciones de Lucena y Cabra. Mi madre, ilusionada, había preparado una merienda a base de mortadela en lata, sardinas arenques y queso en aceite; mi padre se encargó de que no faltara vino en la bota ni agua en porrón. Ninguno de los asistentes salió decepcionado de aquella tarde. No, nadie es profeta en su tierra, pero la "jartá" que se metieron ha sido, y será, recordada en la historia de mi familia.

(X)

Mi padre no era carpintero, era albañil; así que, a los que han sacado conclusiones erróneas sobre mi divinidad, quisiera aclararles que yo no soy "digno de desatarle las correas de las sandalias" al único hijo de Dios.
Un año pasó y, celebrado mi primer cumpleaños, todavía no había dado mis primeros pasos. Las gentes del lugar se extrañaban de que, siendo yo tan guapo y tan listo, tuviera ciertas carencias a la hora de "levantarme y andar". No, no eran carencias: era prudencia... e intentar alargar el momento de comenzar mi camino. Cuando uno sabe a lo que está llamado tarda su tiempo en decidir el momento propicio. Este se dio en el verano de 1965. Como es natural, aquel Agosto fue seco y caluroso en aquellas tierras andaluzas: los campos se llenaban de grietas y el suelo de los caminos derretía las exiguas suelas de las alpargatas, hechas con esparto, de sus gentes. Mi madre, sentada en una mecedora y adormecida frente a la puerta de la casa, no notó que su primogénito (un servidor) se deslizaba de su regazo y, gateando, se dirigía hacia el arroyuelo que cruzaba el pueblo por la parte trasera de las viviendas. Allí fui encontrado una hora más tarde por "La Mendú"(prima hermana, por parte de madre, del patriarca de los "Lereles") totalmente erguido, y a dos patas, sobre el arroyo. No, no caminaba sobre las aguas, ya que aquello estaba más seco que el ojo malo de un tuerto; pero uno, que es humilde en grado sumo, no quiso mostrarse al mundo con grandes alharacas ni demostraciones sublimes de poder. La fe, su fe en mí, debía ser probada.