domingo, 30 de septiembre de 2012

El Palacio de Txapela.


La historiografía del camino de Santiago no estará completa hasta que en ella no se incluya la del ramal que partiendo de la estación del topo en Hendaya, continuaba por Gainchurizqueta e Inchaurrondo para terminar en Caparroso.
Precisamente en Inchaurrondo existió, hasta su desaparición durante el siglo XX, el llamado Palacio de Txapela. Este establecimiento agropecuario, considerado uno de los grandes hitos de este barrio donostiarra (incluso figura en el himno oficial: Inchaurrondo tiene cosas que no tiene el mundo entero/el palacio de Txapela con su hermoso lavadero/la subida de Lizardi con su gran iluminación/ y aunque ustedes no lo crean Inchaurrondo es lo mejor) hunde sus raíces en la noche de los tiempos.
Durante la Edad Media estuvo considerado como el establecimiento más importante de todo el Camino de Santiago. En el lobby se encontraban varias tiendas de souvenirs, una casa de lenocinio –todo a cien y con tarifa plana para hormonados- y el despacho de billetes de la Roncalesa, la Burundesa y la Veloz Sangüesina. El regalo más vendido en esta época que nos ocupa eran unos cinturones de castidad de macramé y petit point de la conocida marca “Así, Dios me salve” cuya novedad consistía en una cerradura que también podía usar los zurdos.
Fueron los pioneros en utilizar las tarjetas de crédito de los Thurn und Taxis, en cuyo frontal llevaban un retrato al óleo de Ángela Merkel y en su reverso un Jano bifronte: Mario Draghi/Mariano Rajoy, conocido como Ma/Ma
Allí se proporcionaban todo tipo de servicios al viajero y al peregrino; desde los propios de la hostelería –fueron los descubridores del menú turístico y de la carta en varios idiomas- como los derivados del SPA allí instalado. Muchas parejas de novios lo eligieron para pasar allí su primera noche de luna de miel; era muy comentado el dicho que figuraba en el frontispicio de la suite nupcial: “bien dice un loco/que en la noche de bodas/ se duerme poco”.
Popularizó entre los peregrinos un tratamiento pionero que allí se llevaba a cabo y cuyo objeto era contribuir a aliviar la dureza del camino. Consistía en un peeling de los pies realizado mediante corcones del Urumea; fue tal el éxito alcanzado, que condujo a esta especie ictícola al borde de la extinción. Hubo un viajero que entusiasmado por los resultados obtenidos, quiso llevar al alto Perú esta técnica con el objeto de aplicársela a los conquistadores españoles; cambió corcones por pirañas no consiguiendo los resultados apetecidos y sí un extraño y significativo aumento en la siniestralidad, lo que se tradujo en un incremento exponencial del número de muñones y mutilados seguido, a la vez, de una disminución drástica en el número de clientes. Fue procesado por la Santa Inquisición por carecer de titulación y, especialmente, por soplapollas.
El lavadero, al que hace referencia el himno, fue otrora lugar de experimentación tanto de los procedimientos para la obtención de la piedra filosofal, como de las técnicas de la decoloración. Comenzaron los experimentos, con un tratamiento radical para quitar la sarna que mortificaba a los viajeros a base de friegas de ácido sulfúrico. La experiencia aconsejó, con el tiempo, la conveniencia de rebajar o diluir el ácido con agua del lavadero. Encargaron de su administración a un sordo que, milagrosamente, recuperó el oído gracias a su proximidad a los sarnosos. De esta experiencia salieron las primeras muestras corales que, mutatis mutandis, han desembocado en esos ochotes y orfeones, orgullo de esta tierra. Hemos sabido de estos arcanos gracias a los cuidados médicos proporcionados a un famoso cantante norteamericano, con los resultados que ya conocemos.
Las aguas de este lavadero ganaron fama entre los peregrinos como el mejor purgante además de laxante para estreñidos. Fueron, si se me permite la comparación, el origen de la fórmula química del famoso tres en uno. Del riego con estas aguas en las vides próximas se obtuvo, en vez de txacolí, un maravilloso vino quinado que aliviaba las penas de los escrofulosos, mejoraba la leche de las amas de cría y actuaba, sin saberlo entonces, como el Colgate posmoderno en todos aquellos con fetidez en el aliento. Del intercambio de productos derivados de la vid y otras hierbas, los peregrinos franceses se llevaron la patente del pacharán, reconvertido mediante deconstrucción, pero con poco éxito, en anisette Cusenier y en el mejor de los casos en pastis.
También fueron pioneros en este establecimiento en el tratamiento de las enfermedades vergonzantes, apareciendo allí colgado, por vez primera en una de las ventanas, un cartel que así rezaba: “Consulta de piel, sífilis y venéreas”. Estaba a cargo del consultorio, un afamado médico, de ignota procedencia aunque, al parecer, devoto seguidor de Hildegarda de Bingen; de él se decía que había descubierto nueva farmacopea para el tratamiento del mal francés y que tenía ideado, pendiente de patentar, un desfibrilador para ladillas.
Aquella Babel social, cultural y pionera en la diglosia, lo fue también en el arte culinario. En este lugar se descubrió esa joya de la gastronomía y de la vida ordinaria tal es la empanada, que alcanzó gran predicamento, siglos después, principalmente en Cataluña, País Vasco y Galicia. Y todo ello por 5 maravedís más IVA.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Cocinillas.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos el primer regalo que le hizo a mi abuela después de casados.
Mi abuelo se presentó a última hora de la tarde con una caja de cartón en sus manos. Abrió la puerta de casa y dándole un beso a mi abuela le dijo: .- Feliz cumpleaños, mujer –poniendo entre sus manos la caja-.
-¿Y esto? -le pregunto ella-.
-Tu regalo; mañana es tu cumpleaños.
Mi abuela abrió la caja con la ilusión de una niña. En cuanto vio el contenido su cara expreso sorpresa, desconcierto y seriedad (en este orden).
-¿Te gusta?
-Mucho – dijo mi abuela con no mucha alegría, pensando que era cierto: mi abuelo era buena persona, un poco canalla; práctico, muy práctico y menos romántico que un viaje en tren de Barcelona a Madrid (también en este orden). -¡Dos sartenes! Le había regalado por su cumpleaños ¡dos sartenes!-
- ¡Y mañana cocinaré para ti! -añadió mi abuelo como quién ofrece el indulto a un toro en las Ventas-.
-¿Tú, mi hombre? ¡Pero, si no sabes cocinar!
-Mañana comerás como no lo has hecho nunca. – Mi abuela no le dijo nada; él tenía razón: iba a comer como nunca; de eso estaba totalmente convencida.
………………
Mi abuela, sentada en la mesa preparada para tal ocasión en la sala del domicilio, vio abrirse la puerta de la cocina y por ella apareció mi abuelo con un delantal blanco y su castoreño de picador de toros a modo de gorro de cocinero.
-Cierra los ojos y prueba un bocado. Te va a encantar. -Dijo mi abuelo mientras ocultaba tras de sí el plato que había estado cocinando-. Mi abuela, sentada en la mesa preparada para tal ocasión
- ¡Qué es? – preguntó ella con ciertas dudas.
- Tú prueba, verás que manjar.
Mi abuela, con los ojos cerrados, se llevó a la boca el tenedor que él había puesto en su mano. Probó el bocado… abrió los ojos, y con delicadeza (mi abuela era muy prudente) cogió la servilleta y depositó en ella el manjar de mi abuelo.
-¿No te gusta mi tortilla de patatas?
- Las patatas están crudas.
- ¿Hay que freír las patatas? Espera, espera unos minutos. Dame otra oportunidad.
…………..
Mi abuela llevaba media hora esperando en la sala y no salía ni un solo ruido de la cocina; se empezó a preocupar. Se levantó con sigilo y entreabrió la puerta para observar su interior. Todo estaba lleno de humo. Mi abuelo, de espaldas, observaba algo que crepitaba en el fuego. Entró asustada y observó el interior de la sartén.
-Pero… ¡Dale la vuelta a la tortilla! ¡Se te está quemando!
- ¿Darle la vuelta? Ya decía yo que tardaba mucho en hacerse por arriba.
- Vamos, que nos quedamos sin comer hoy.
- ¡Otra oportunidad! ¡La última! – Suplicó mi abuelo-. Prepararé para ti tu plato favorito. Dime cual es y ya verás como recordarás este día toda tu vida.
-Está bien –concedió mi abuela, viendo a su hombre de rodillas ante ella- Si me preparas una buena ensaladilla rusa, quizá te dé un postre esta noche.
A mi abuelo se le pusieron los ojos como platos, se levantó, y dándole un beso a mi abuela, le dijo impaciente:
- Ensaladilla Rusa… Se hace con patatas y verduras cocidas mezcladas con mayonesa, ¿no?
- Sí, mi hombre.
- ¿Con ajo?
-No, mi hombre no. Piensa en el postre… Ah, pero una cosa: a mí me encanta hecha con huevos duros.
……………..
-Mujer, las patatas y las verduras están cocidas, pero lo de los huevos duros no sé como…
- Mi hombre, coge una cazuela llena de agua y ponla a calentar, cuando empiece a cocer mete los huevos dentro, reza Tres Padrenuestros y ya están listos. -le indicó mi abuela-. Después ya puedes mezclar la ensaladilla. ¿Quieres que lo haga yo?
- ¡Nooo! -exclamó mi abuelo- Tú quédate sentada ahí… El postre sabe mejor si ha estado un tiempo en reposo.- Y salió con una sonrisa en los labios-.
……………..
No un grito, un alarido inhumano fue lo que se escuchó en la cocina. Mi abuela salió corriendo y abrió la puerta. Lo que se encontró en ella quedó plasmado en una fotografía.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
En la mesa, en sendos platos, se pueden ver las patatas y las verduras perfectamente troceadas. El castoreño aparece en un rincón, balanceándose. El fuego de la cocina está encendido, pero no hay nada en él. Una cazuela, con el agua burbujeando todavía se encuentra sobre una pequeña banqueta. Mi abuelo… mi abuelo, con el delantal tapándole la cara, está maniobra la bomba de agua que suministra el hogar, mientras intenta que el chorro de ésta caiga sobre sus partes pudendas.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
- Debido a las quemaduras de tercer grado en los cataplines estuve dos meses sin poder probar el postre.
- Solo llegué al primer : “Santificado sea tu nombre”.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


Los orígenes.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos la historia de los orígenes de nuestra familia.
Mi abuelo nos narró muchas historias vividas por él en su longeva vida. Historias que, jurando por lo más sagrado para él: su cerda ibérica “Paloma”, aseguraba que eran totalmente verídicas, y que n había añadido ni un solo detalle que no hubiese ocurrido tal y como lo contaba.
Esta historia que paso a relatar es referida en mi familia de generación en generación y siempre de forma oral. Es el abuelo quien realiza tal menester a los nietos; y eso es precisamente lo que hizo él al comprobar que todos sus hijos habían decidido utilizar extracto de sudor de lagarto mezclado con pelos de sobaco de rana, que es muy bueno para no tener familia. De la doxología, modo y lugar de aplicación y contraindicaciones no me pregunten, que yo todavía estoy por la labor de formar un equipo de fútbol con suplentes, masajista y delegado de campo incluido.
Mis primeros ancestros eran gemelos (hermanos de madre, y según aseguraban algunos, del mismo padre). Por causas de la vida quedaron huérfanos y tuvieron que ser alimentados por una “loba”. Y anda que no era “loba” la tía, que le gustaba más un revolcón que arrascarte el culo cuando te pica.
Les pusieron por nombre Calixto y Melibeo -de ahí el apodo de mi familia: “Los Celestinos”-.
Se hicieron pastores: Calixto de cabras, Melibeo de ovejas.
Una mañana de Agosto salieron ambos con sus respectivos rebaños, pero cuando quisieron darse cuenta se habían metido ya a últimos de Noviembre; y como se les hacía tarde para volver, decidieron aposentarse de manera estable en el lugar donde se encontraban.
Desde un altozano divisaron un pequeño riachuelo que serpenteaba a los pies de este. En sus dos orillas crecía abundante vegetación y las tierras limítrofes eran llanas y con escasa piedra en su superficie. No lo dudaron: este era el lugar ideal para el primer asentamiento.
Pero, como no podía ser de otra manera, y como dicen las escrituras: ”Siempre que haya dos o más reunidos, allí estaré yo”, apareció la disputa -que es lo que llevan los españoles en la cadena del ADN ( justo entre el botijo y la siesta)-.

Calixto quería construir en el altozano, terreno pedregoso ideal para la cría de cabras; y Melibeo prefería hacerlo a orillas del riachuelo, más apropiado para sus ovejas.Una señal divina acabó con el dilema. Un rayo surgió del cielo y dio contra un álamo; la mitad de este ardió y la otra quedó impoluta. Los dos hermanos, asustados, se dirigieron al árbol, y del cielo surgió una voz que decía:Este es mi lugar predilecto… ¡astilladlo!
Calixto astilló la parte quemada del árbol, Melibeo la otra. Con la madera que consiguió cada uno hicieron sus respectivas cabañas, una arriba y otra abajo, pero ni se ayudaron ni se dirigieron la palabra. Acabaron los dos al mismo tiempo, se miraron desde lejos, se dieron la vuelta y como ya era el séptimo día, se pusieron a descansar.
La tranquilidad, la paz, el sosiego… la soledad.
Dos horas sin hacer nada aburren a cualquiera, y más si todavía no se ha inventado la televisión. ¡Menos mal que el divino hacedor no descansa ni los domingos! Unas voces surgieron a lo lejos. Los hermanos observaron que se acercaban dos hombres, venían discutiendo. Al ver las cabañas se separaron y cada uno de ellos tomó una dirección distinta.
…………..
-Bon día.
-Guenas.
-Estó buscan un lugá per formá una nova nació.
-Si te quitas el chicle de la boca podré entenderte mejor, colega.
-Yo parle solo catalá.
- Pues, ale, a cascala. Tira tó pabajo y dentro de dos días tasientas.
……………
-Egunon.
-¿Mandeee?
-¡Gora Euskadi Askatuta!
-Sigue tó recto, y cuando veas a la Concha, te haces un acuario.
……………..
Calixto y Melibeo se reunieron diez minutos más tarde sabiendo lo que tenían que hacer. Una fotografía muestra aquel reencuentro entre hermanos.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
En ella se ven a mis antepasados, uno al lado del otro. Con los restos del álamo se han hecho unos carteles indicadores. Calixto muestra el suyo: Astilla la Vieja. En el de Melibeo se puede leer: Astilla la Nueva
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Formamos la primera nación de Europa. ¡Ahora vas y lo cascas!
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.

jueves, 20 de septiembre de 2012

El tabaco nos matará.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos el porqué no había dejado de fumar nunca.
Son las dos de la mañana y en una pequeña tasca del barrio de Vallecas solo quedan tres personas. Manolo “el aguaor”, el dueño del tugurio, espera dando bostezos tras la barra que los dos últimos clientes de esa noche den por concluida su visita a su humilde pero honrado abrevadero. En el lado izquierdo de la barra, frente a un vaso de vino tinto, un hombre alto, fuerte y bien aseado contempla pensativo su imagen en el espejo que tiene enfrente. No parece tener prisa. En la mesa más alejada, entre sombras, con sombrero echado hacia delante ocultando su rostro, un hombre sentado permanece inmóvil. Lleva así desde hace una hora; justo desde el momento en que hizo su aparición por la puerta del local el tipo alto.
- Hace calor, ¿no? -preguntó Manolo para romper el silencio en que se encontraban desde hacía ya demasiado tiempo-.
- Hace -respondió mi abuelo desviando la mirada del espejo-.
- ¿De paso por Madrid?
- Cuestiones de trabajo.
- ¿Viajante?
- No, picador de toros.
Mi abuelo sacó su picadura y lió un cigarrillo con parsimonia; encendió la yesca de su mechero, llevó esta hacia la punta del pitillo y aspiró suavemente. El humo del tabaco, a medida que mi abuelo lo degustaba (cómo se nota que de casta le viene al nieto), se fue esparciendo por la taberna. Un leve movimiento y un suspiro se produjeron en el alejado rincón. Otro cigarrillo nació de las manos de mi abuelo y lo colocó a en la barra, a su derecha.
-Saca dos chatos de vino -dijo mi abuelo a Manolo-. Paisano, ¿un vino… y un cigarro? -añadió sin dejar de mirar su imagen en espejo-.
La sombra no se movió y mi abuelo siguió fumando, no sin dirigir intencionadamente el humo hacía la mesa del rincón.
- “Talin” -dijo Manolo-, no hay peligro.
Esta vez si  se movió y se dirigió a la barra, no sin cautela. Se quitó el sombrero mientras se acercaba y cogió con avidez el cigarro que mi abuelo había dejado. Este le pasó la yesca que aún prendía en su mechero.
- El tabaco terminará matándome -dijo “Talin” mientras chupaba del cigarro como si de la última bocanada de aire se tratara-.
- El tabaco no mata –le respondió mi abuelo-. Matan los hombres.
- Es raro que eso lo diga un torero.
- Torero no, picador… solo picador.
- Pero… los dos derramáis sangre en la arena.
- En estos tiempos que corren hay demasiada sangre derramada en España, y no de toro precisamente –contestó mi abuelo, mientras “Talin” bajaba la cabeza y agarraba el vaso de vino que Manolo había puesto frente a él-.
Permanecieron varios minutos en silencio. “Talin” sacó de su bolsillo una pitillera de cuero donde guardaba varios cigarrillos liados previamente. Abriéndola, se la ofreció a mi abuelo.
- El tabaco nos matará a los dos… pero creo que tardará en hacerlo -dijo este, mientras cogía uno de los cigarrillos-.
…….
- ¿Has estado alguna vez en Rusia?
- En Rusia no hay corridas de toros. No se me ha perdido nada por allí.
- A mi tampoco se me ha perdido nada. Nada se puede perder al que nada tiene. Los raposos, cuando llega la noche, tienen sus madrigueras; pero yo, yo no tengo donde reposar la cabeza.
- Frase digna de un fracasado. ¿Es tuya?
- No, la dijo un tal Jesús.
- ¿Jesús? ¿Así, sin mote?
- Tenía mote: le llamaban “El Nazareno”. Fue el primer comunista de la historia.
- ¡Comunista! Estamos hablando de palabras… peligrosas.
- Creo que tú no eres peligroso.
- Todos tenemos un lado oscuro. Espero que Dios, en su infinita misericordia, pueda perdonarnos los males que hemos hecho en nuestra vida.
- ¡Dios no existe! ¡Solo existe la lucha para obtener la libertad del pueblo!
- Dios… puede que exista, puede que no. En el momento de nuestra muerte lo sabremos con exactitud; pero lo que sí tengo claro que existe son los males que hemos hecho, los queramos ver o no.
…………
- ¿Otro cigarro?
- ¡El tabaco nos matará… pero no sabemos cuando! Ah, por cierto. Si quieres pasar desapercibido no te pongas ese sombrero… ¡ponte una peluca!
Una fotografía muestra el momento de la despedida.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo
Mi abuelo sale de la tasca. La oscuridad apenas deja ver su rostro. Detrás de él, con un rabo de toro a modo de bisoñé está “Talin”. Manolo “el aguaor” cierra la puerta.

Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
Si alguien me preguntaba quien era, yo le respondía: Es Talin.
El tabaco terminará matándome poco a poco. Pero yo nunca tuve prisa.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


martes, 11 de septiembre de 2012

Agridulce.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contaba a sus nietos que él, al ser picador de toros, como todos los dedicados a la profesión, era un hombre profundamente religioso y siempre llevaba dos estampas diferentes de La Virgen.
……………..
-Mi hombre, ¡si no se ve la otra orilla!
Está frase quedó siempre grabada en la memoria de mi abuelo. Fueron las palabras que mi abuela, con dilatada sorpresa, exclamó  al llegar al destino de su viaje de bodas: el mar.
Mi abuelo y  mi abuela, y el seiscientos por supuesto, pasaron unos días de jamón y chorizo –así llamaba él a lo que otros denominaban como “de rosas y miel”, porque le eran mucho más agradables al olor y al paladar(el jamón y el chorizo, digo)- en un pueblecito de pescadores de la costa gaditana;  donde, entre los contados momentos en que mi abuelo, para no perder la forma,  no se entrenaba con mi abuela en el noble arte de la puya, pudieron disfrutar de la belleza y el sosiego que aquellos parajes les ofrecieron (después llegaría el progreso y el turismo, que hasta un restaurante suizo pusieron: muy bueno por cierto el menú y sus vinos; y los dueños encantadores. Si tienen oportunidad, acérquense por allí.)
Regresaron un ocho de Septiembre. Mi abuelo con la satisfacción del deber cumplido y mi abuela con una sonrisa de oreja a oreja… que se le borró al ver a la chica de la curva.
Mi abuelo casi perdió el control del coche al pisar fuertemente el freno y por poco no se salen de la cuneta. Se bajaron ambos y se encaminaron, no sin cierto recelo, hacia el lugar de la supuesta aparición. Pero no, no era una aparición. Hacía ellos se dirigía una joven con pasos cansinos y totalmente desorientada. Mi abuelo,  recogiéndola entre sus brazos y dándole una palmaditas en la cara, intentó que saliera del estado catatónico en que se encontraba. Sus ropas estaban hechas jirones y solo susurraba: ¡No, daño, no!
Como estaban cerca de su casa decidieron trasladarla allí.
……
Mi abuelo, con los codos apoyados en la mesa, dirigía su mirada preocupada hacia el dormitorio. Mi abuela había aseado a la chica,  retirado sus destrozados ropajes, puesto un camisón y la había llevado a un sitio donde pudiera descansar. Salió con expresión extraña.
-¿Qué tal está? -preguntó mi abuelo-.
-Se ha quedado dormida.
-¿Qué vamos ha hacer?
-Llamar a la Guardia Civil… La han violado.
-¡Cagonlaleche! ¿Tenía alguna documentación encima?
-No, pero… es deficiente mental.- le comunicó mi abuela, casi saltándosele las lágrimas- ¡Pobrecita! ¿Quién habrá sido el hijodeputa que ha sido capaz de hacerle esto? ¡Si apenas parece tener quince años!
………
-¿Sor Inés?
-Sí, adelante. Siéntense, por favor.
-Soy Ramón Encinas, sargento de la Guardia Civil.  Y aquí la persona que encontró a Remedios… y que en estos momentos la acoge en su casa.
- Muchas gracias -dijo Sor Inés, estrechando la mano de mi abuelo-. ¡Que Dios le bendiga!
Mi abuelo y Ramón “El Susórdenes” – su amigo íntimo – se entrevistaron con la superiora del Convento de Las Hermanas y Madres, que a lo largo de los años pasó de convento a hospicio dada la cantidad de bebés dejados durante la noche en su puerta principal.
Sor Inés les contó que Remedios fue abandonada por sus padres hacía dieciséis años en pleno invierno y solo arropada por una triste y vieja zamarra de pastor. Debido a ser una niña… especial, nadie quiso adoptarla. Como pasaron los años, las hermanas la acogieron como un miembro más de la congregación y terminó realizando labores en la cocina, donde demostró un don especial para tal menester. Remedios era “especial”, pero cuántos quisieran ser tan listos y tan dulces como ella. Últimamente había estado rara, triste; pero nadie pensó que huiría del que había sido su hogar durante toda su vida.
-Bueno, la cuestión es que no hemos conseguido saber absolutamente nada de lo que pasó. Pero… mi amigo… quisiera adoptar a Remedios.
-Pero… si es usted muy joven.-se dirigió Sor Inés a mi abuelo- Cómo…
Mi abuelo la interrumpió con un gesto amable de su mano.
 -Mi esposa y yo hemos acogido durante un mes a Remedios en nuestra casa mientras se intentaba solucionar este duro acontecimiento. Y sabiendo su situación, queremos que forme parte de nuestra familia. Es cierto que podríamos ser hermanos, pero algo en nosotros nos empuja a que sea... nuestra hija. Le prometemos que la cuidaremos y la querremos como si de nuestra propia sangre se tratara.
-¿Y ella?
-Ella… nos llama… papá y mamá -contestó mi abuelo sin poder contener las lágrimas-.
………………..
-¡Mamá! ¡Me duele mucho la tripita!
……………..
Hacía solo dos meses desde que Remedios había pasado a ser la hija de mi abuelo. Éste, como  no tenía que volver a su profesión de picador de toros en la cuadrilla de Antoñito “El Cojo” - gran diestro taurino que exhibió su arte por esas plazas de Dios, y de Franco en aquellos tiempos- hasta la primavera siguiente, aprovecho todo lo que pudo para disfrutar de sus dos amores: mi abuela y su maravillosa hija.
-Está embarazada. –le comunicó mi abuela la víspera de Reyes, mientras mi abuelo envolvía en la mesa de la cocina los dos regalos que había preparado para el día siguiente: Una gran caracola, para que mi abuela escuchara el mar, y un precioso pañuelo de seda, para su pequeña gran hija.
-Habrá que tomar una decisión. Hay métodos…
Mi abuela le miró a los ojos y buscó en ellos lo que siempre había hallado en la limpia mirada de mi abuelo, y lo encontró: amor a la vida.
-O sea, que ahora voy a ser abuelo, ¿no?
- Y padre por segunda vez – le dijo mi abuela acariciándose su todavía plana barriga.
………………
Remedios siempre formó parte de la familia de mi abuelo, y nunca nunca fue menos que los demás.
Una fotografía lo muestra. Está sacada el día de la boda del hijo mayor de mi abuelo.
Ante el altar mayor de La Iglesia posan los novios.
 Mi abuela y Remedios aparecen a la derecha del novio; éste ha tenido dos madrinas a falta de una.
La novia, cogida del brazo de mi abuelo, el cual ha sido su padrino, luce radiante y una lágrima se escapa mientras mira a Remedios. Remedios la observa con devoción y con amor. ¡Una hija no se te casa todos los días!
 Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
 Siempre fui devoto de las dos vírgenes del día ocho de Septiembre, el día que la recogimos en la curva: La Virgen de los Remedios por ella, y La Virgen de las Virtudes por mi primera nieta (y nuera).
Guardo esa fotografía con mucho cariño- ¡Qué guapos están mis padres!-, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.
A mi otro abuelo no llegué a conocerle, pero espero que Dios le haya perdonado por aquello que hizo.


Postal de Vacaciones.


Jachuspa dijo:
Les envío una postal de vacaciones:
Hace muchísimo calor en Cartagena, no mueve ni una gota de aire; doy la vueltas en la cama una y otra vez, pero no consigo dormir; además, el Ipod se ha quedado sin pila y esto sí que jode; tengo que buscar en la mesilla el cargador o si no, medio Orfidal. Al quitarme los auriculares, me incorporo agarrando con mi mano derecha el cabecero de la cama, a la altura de la señal que hice en 2003 y que indica hasta donde llegó el sudor ese año.
Desde este microcosmos sorprendente que es el patio de vecindad llega al dormitorio un ruido estruendoso y descacharrante; sobresaltado, mi mujer me tranquiliza diciendo que es la lavadora del vecino de arriba; a mí no me lo parece. Es un tío raro el vecino del cuarto y, conociéndole, lo más probable es que pueda tener instalado en su casa un acelerador de protones. Dicen de él que en las noches de luna llena cocina leucocitos. Sospecho que debe de hacer extraños y terribles experimentos pues, para disimular su alopecia, se ha comprado una peluca y a los cuatro días le han salido canas.
La ventana está abierta de par en par. ¡Qué poco ruido quitan las mosquiteras!, a través de ella se filtra la luz que viene del patio y de los ascensores. Esta madrugada se han puesto todos de acuerdo en apagarlas y encenderlas a la vez; parece estén conectadas a un estroboscopio. De repente, un enorme eructo sacude el tedio; con la satisfacción del deber cumplido, su autor se asoma a la ventana, gritando para que le oiga todo el mundo: “ ¡Así empezó Tom Jones!”. Debe de estar entrenando para Operación Triunfo.
A algunos les va mal con la Play y se pasan a la música en vivo: cuelgan de una cuerda un radiocasette y lo hacen descender por el interior del patio: con una precisión matemática, el loro se detiene, justo, en el hueco de cada ventana abierta; con suerte, no te toca el regatón.
Las conversaciones, algunas lejanas, que puedo escuchar tienen que ver con la crisis y con una furcia de reciente avecindamiento en esta comunidad. Comentan, por lo bajini, que la pelandusca trabajaba en un cuquiclub de la afamada cadena Relais & Putains, especializado en desprecintar vástagos adinerados. De allí fue despedida debido a una malhadada operación de apendicitis que la impedía escotarse como antaño. Ahora mismo en esa casa se oyen voces alteradas; se le ha averiado la bacaladera de la Visa; lo sé, porque ha dejado de sonar la sevillana de despedida de los clientes que lleva incorporada el artilugio, y por la imprecación de la lumi: “se jodió la tragaperras”. También hablan de Cristobalito, un charrán con síndrome de Diógenes, tan pestilente, murmuran, que le hizo una rozadura con la uña del pie a un vecino y a punto estuvieron de extirparle el bazo al lesionado; como mal menor le tuvieron que poner la antitetánica. Ahora, está liquidando existencias y tiene cola a la puerta de su casa. Ha colocado un cartel a la entrada con esta leyenda: “los españoles, primero”.
Las paredes son de papel; en otro de los pisos se ha celebrado una sesión espiritista, tal vez para sordomudos. Sin darse cuenta, se han ido sin despedirse convenientemente y han dejado sólo al espíritu quien, al no encontrar respuesta a su presencia, está machacando el suelo a base de golpes con las sillas y movimientos de la mesa, en sincronía con las luces que se encienden y apagan siguiendo el alfabeto Morse. Aquí, se dice, recibe el Gran Joao, quien realiza sus rituales de limpiezas a los espíritus impuros en un programa que denomina “La noche de las algas monocromáticas”, un acontecimiento que según publicita, sucede cada 15.000 años. Estoy por pedirle presupuesto para que limpie el patio, que tiene guarrerías de aproximadamente esa edad.
En el bajo hay una academia de baile que, por motivos coyunturales, se dedica ahora a preparar el ingreso en el Colegio de San Ildefonso. Suena, aunque lejano, el sorteo de la Lotería Nacional de 1958: se les habrá olvidado apagar el casette. Lo llevan claro los del primero, el Gordo lo cantan al final.
Cuando empiezo a coger de nuevo el sueño, pared con pared, hablan Caridad y Ginés:
- Ginés, ¿tú conoces a Jesús Eguiguren?
- Me suena, ¿no es el novio de Kylie Minogue?
- No. Es un político vasco
- ¡Ah! ¿y qué le pasa?
- Que abandona la política. Lo mandan al paro
- ¿se ha quedado con el Cupo para él solito? Pobrecico ¡hay tanta necesidad!
- No es por chorizo, es por guarro
- ¿por guarro?
- Sí, era el gerente de una fábrica de mierda y lo echan por goloso
Zzzzzzzzzz……zzzzzzzzzz.zzzzzzzzzzzzzz


martes, 4 de septiembre de 2012

Los Zombis.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos cómo fue su primer encuentro con los “Zombis”.
Mi abuelo no era “estudiao”, pero a listo no le ganaba nadie; y gracias a ese sexto sentido, que Dios en un su infinita misericordia y en su gran acierto de reparto le otorgó, fue el primero en darse cuenta de que en el pueblo pasaba algo raro.
El primer indicio lo descubrió jugando al escondite con los “criaímeles” en el cementerio del pueblo; mi abuelo y sus amigos tenían la costumbre de jugar a dicho juego en el camposanto del lugar.
Argimiro “El Paladas” era el enterrador y encargado de la apertura y cierre de tan silencioso lugar, y mi abuelo y sus amigos aprovechaban los momentos en que este se ausentaba (todos los días a las seis de la tarde, si no había cadáver que llevar a la fosa) para dar rienda suelta al placer de esconderse entre las tumbas. En verano no era emocionante, pero qué decir del subidón de adrenalina que se producía a finales de otoño y en invierno, cuando a esa hora la noche caía de repente,  te encontrabas agazapado viendo cómo la luna llena asomaba tras la tapia del cementerio y su luz marcaba en el camino de grava la sombra de decenas de cruces.
¡Acojonao! Te encontrabas: ¡Acojonao!
Pues, con el acojono encima, con los pelos de punta (hasta los del pubis) y agachado para no ser descubierto por “el que se la quedaba”, mi abuelo observó como una de las lápidas no se encontraba en su posición original, sino que aparecía desplazada hacia un lateral, dejando el hueco justo para que una persona de complexión normal pudiera entrar, o lo que es peor…salir. Esto fue el principio, el Apocalipsis vino después.
El primer “Zombi” fue avistado por mi abuelo en Enero, a media mañana, y en medio de la plaza del pueblo. Solo él, gracias a su sexto sentido, percibió su presencia. Su color amarillento le hacía resaltar ante los demás transeúntes que por allí vagaban; hombres, mujeres y niños, aceitunados y tostados por el duro sol de Andalucía, pululaban por el lugar, y cosa rara, a nadie le llamó la atención; no solo su color, sino su vestimenta, que en vez de camisa arremangada hasta el codo, pantalón sobado de franela y zapatos de esparto, llevaba una mortaja de color verde aceituna.
Miraba el “Zombi” la plaza con mucho interés, y con aún más interés estudiaba a los parroquianos. ¡Dios! -pensó mi abuelo- este está calibrando el género.
El domingo siguiente aparecieron tres “Zombis” en la plaza, y mi abuelo comprobó que no entraban a misa de doce. ¿Cómo era posible que nadie viera tan claras evidencias?
Otra muestra, clave para mi abuelo, de la colonización “Zombi”, fue la desaparición paulatina de ratas en el basurero, de gatos en los tejados y de perros echados a la sombra. ¡Aquello no era normal! ¿Estaban ciegos los habitantes del pueblo?
Mi abuelo tenía razón: los “Zombis” conquistaron el pueblo. Una fotografía lo muestra claramente.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. La fotografía muestra una panorámica (obtenida con un “ojo de pez”) de toda la plaza del pueblo.
En ella se puede ver como los habitantes del pueblo caminan por la plaza sin prisa, pero sin pausa. Todos ellos llevan en sus manos bolsas blancas sin ningún tipo de serigrafía. Sonríen como si hubieran realizado el negocio de su vida.
A la izquierda, donde antes estaba la panadería de Luciano “ El Tortas”, un letrero luminoso anuncia: “Restaurante La Gran Muralla de Zom-Bi Huan”, y en su entrada un Menú del día: Rollito de Primavera, arroz tres delicias, tallarines con setas chinas y bambú, flan nata nueces, dos pesetas.
En el centro, ocupando el local de la antigua biblioteca, la tienda de Zom-Bi Chu: “Todo a uno, dos y tres “céntimos”, en cuyos escaparates se pueden apreciar camisetas del combinado nacional de fútbol con la leyenda “Viva la Loja”.
Y a la derecha, ocupando los bajos de la casa del médico: Zom-Bi Fri (masajes, dentista, video-club, herboristería, endocrino, sexólogo y alimentos para mascotas).
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Nos conquistalon sin dalnos cuenta.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


domingo, 2 de septiembre de 2012

El malo de la película.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él nunca quiso ser el malo de la película.
Mi abuelo no era idiota; un poco canalla sí, pero idiota no; y malo, lo que se dice malo, tampoco; sino que tenía la costumbre de encontrarse siempre en el sitio y en el momento justo donde no debía de estar y realizando lo que no debía de hacer.

En su infancia había pasado graves deficiencias culinarias; o quizá fuese más acertado llamar a esa escasez alimentaria: hambre. Pero mi abuelo comía caliente, eso sí; gracias a que mi bisabuelo se quitaba el cinto bastante a menudo como premio a las constantes desubicaciones espacio-temporales de su hijo.

La infancia de mi abuelo transcurrió en una época en que los españoles, a consecuencia de los bajos salarios, malas condiciones laborales y grandes diferencias entre clase sociales, tuvieron verdaderos problemas para poder comer dignamente. El pan negro era apreciado en la mesa como si de una mariscada se tratase, y el comer carne dependía del termómetro: si la temperatura ascendía a más de treinta grados y la canícula estival hacía acto de presencia, se podían abrir de par en par las ventanas y la puerta de la casa para que las moscas acudieran ( como lo que son: moscas) a refugiarse en el puchero de sopa, aportando un alto valor nutritivo a la misma, ya que el hueso de jamón, utilizado en incontables ocasiones para tal menester, tenía menos carne que el tobillo de un jilguero.
Otra de las excelencias culinarias usadas en aquellos tiempos era la sopa de piedras: una buena cazuela puesta al fuego, agua hasta los bordes, sal al gusto y dos cantos “rodaos” por comensal. Se calentaba el agua hasta alcanzar el punto de ebullición, se le añadía la sal y se introducían en la cazuela los cantos “rodaos”. A los dos minutos (segundo arriba, segundo abajo) se retiraba esta del fuego, se tapaba con un paño y se dejaba reposar durante cinco minutos (segundo arriba, segundo abajo). Antes de servir se retiraban las piedras, que ya habrían dado su sabor, y se guardaban bajo una capa de estiércol de origen animal (no racional, a poder ser) para una próxima utilización en tan deliciosa sopa.
Mi abuelo, una vez asentado como segundo picador del famoso torero Antoñito “El Cojo”, y recién casado con mi abuela se prometió a sí mismo que nunca sería el malo de la película. Una fotografía lo muestra con claridad.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. Mi abuelo se halla en la cima de un altozano. Observa el vuelo de una cazuela y dos cantos “rodaos” que ha lanzado con rabia hacia lo alto, y que el viento, muy fuerte en aquellos momentos, aleja ladera abajo. La expresión de su cara y el rictus de su boca parecen reñir al viento.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Juro por Dios que nunca volveré a pasar hambre.
A partir de entonces mi abuelo fue conocido con el apodo de “ Señorito Escarlata”
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.