jueves, 20 de septiembre de 2012

El tabaco nos matará.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos el porqué no había dejado de fumar nunca.
Son las dos de la mañana y en una pequeña tasca del barrio de Vallecas solo quedan tres personas. Manolo “el aguaor”, el dueño del tugurio, espera dando bostezos tras la barra que los dos últimos clientes de esa noche den por concluida su visita a su humilde pero honrado abrevadero. En el lado izquierdo de la barra, frente a un vaso de vino tinto, un hombre alto, fuerte y bien aseado contempla pensativo su imagen en el espejo que tiene enfrente. No parece tener prisa. En la mesa más alejada, entre sombras, con sombrero echado hacia delante ocultando su rostro, un hombre sentado permanece inmóvil. Lleva así desde hace una hora; justo desde el momento en que hizo su aparición por la puerta del local el tipo alto.
- Hace calor, ¿no? -preguntó Manolo para romper el silencio en que se encontraban desde hacía ya demasiado tiempo-.
- Hace -respondió mi abuelo desviando la mirada del espejo-.
- ¿De paso por Madrid?
- Cuestiones de trabajo.
- ¿Viajante?
- No, picador de toros.
Mi abuelo sacó su picadura y lió un cigarrillo con parsimonia; encendió la yesca de su mechero, llevó esta hacia la punta del pitillo y aspiró suavemente. El humo del tabaco, a medida que mi abuelo lo degustaba (cómo se nota que de casta le viene al nieto), se fue esparciendo por la taberna. Un leve movimiento y un suspiro se produjeron en el alejado rincón. Otro cigarrillo nació de las manos de mi abuelo y lo colocó a en la barra, a su derecha.
-Saca dos chatos de vino -dijo mi abuelo a Manolo-. Paisano, ¿un vino… y un cigarro? -añadió sin dejar de mirar su imagen en espejo-.
La sombra no se movió y mi abuelo siguió fumando, no sin dirigir intencionadamente el humo hacía la mesa del rincón.
- “Talin” -dijo Manolo-, no hay peligro.
Esta vez si  se movió y se dirigió a la barra, no sin cautela. Se quitó el sombrero mientras se acercaba y cogió con avidez el cigarro que mi abuelo había dejado. Este le pasó la yesca que aún prendía en su mechero.
- El tabaco terminará matándome -dijo “Talin” mientras chupaba del cigarro como si de la última bocanada de aire se tratara-.
- El tabaco no mata –le respondió mi abuelo-. Matan los hombres.
- Es raro que eso lo diga un torero.
- Torero no, picador… solo picador.
- Pero… los dos derramáis sangre en la arena.
- En estos tiempos que corren hay demasiada sangre derramada en España, y no de toro precisamente –contestó mi abuelo, mientras “Talin” bajaba la cabeza y agarraba el vaso de vino que Manolo había puesto frente a él-.
Permanecieron varios minutos en silencio. “Talin” sacó de su bolsillo una pitillera de cuero donde guardaba varios cigarrillos liados previamente. Abriéndola, se la ofreció a mi abuelo.
- El tabaco nos matará a los dos… pero creo que tardará en hacerlo -dijo este, mientras cogía uno de los cigarrillos-.
…….
- ¿Has estado alguna vez en Rusia?
- En Rusia no hay corridas de toros. No se me ha perdido nada por allí.
- A mi tampoco se me ha perdido nada. Nada se puede perder al que nada tiene. Los raposos, cuando llega la noche, tienen sus madrigueras; pero yo, yo no tengo donde reposar la cabeza.
- Frase digna de un fracasado. ¿Es tuya?
- No, la dijo un tal Jesús.
- ¿Jesús? ¿Así, sin mote?
- Tenía mote: le llamaban “El Nazareno”. Fue el primer comunista de la historia.
- ¡Comunista! Estamos hablando de palabras… peligrosas.
- Creo que tú no eres peligroso.
- Todos tenemos un lado oscuro. Espero que Dios, en su infinita misericordia, pueda perdonarnos los males que hemos hecho en nuestra vida.
- ¡Dios no existe! ¡Solo existe la lucha para obtener la libertad del pueblo!
- Dios… puede que exista, puede que no. En el momento de nuestra muerte lo sabremos con exactitud; pero lo que sí tengo claro que existe son los males que hemos hecho, los queramos ver o no.
…………
- ¿Otro cigarro?
- ¡El tabaco nos matará… pero no sabemos cuando! Ah, por cierto. Si quieres pasar desapercibido no te pongas ese sombrero… ¡ponte una peluca!
Una fotografía muestra el momento de la despedida.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo
Mi abuelo sale de la tasca. La oscuridad apenas deja ver su rostro. Detrás de él, con un rabo de toro a modo de bisoñé está “Talin”. Manolo “el aguaor” cierra la puerta.

Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
Si alguien me preguntaba quien era, yo le respondía: Es Talin.
El tabaco terminará matándome poco a poco. Pero yo nunca tuve prisa.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


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