martes, 4 de septiembre de 2012

Los Zombis.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos cómo fue su primer encuentro con los “Zombis”.
Mi abuelo no era “estudiao”, pero a listo no le ganaba nadie; y gracias a ese sexto sentido, que Dios en un su infinita misericordia y en su gran acierto de reparto le otorgó, fue el primero en darse cuenta de que en el pueblo pasaba algo raro.
El primer indicio lo descubrió jugando al escondite con los “criaímeles” en el cementerio del pueblo; mi abuelo y sus amigos tenían la costumbre de jugar a dicho juego en el camposanto del lugar.
Argimiro “El Paladas” era el enterrador y encargado de la apertura y cierre de tan silencioso lugar, y mi abuelo y sus amigos aprovechaban los momentos en que este se ausentaba (todos los días a las seis de la tarde, si no había cadáver que llevar a la fosa) para dar rienda suelta al placer de esconderse entre las tumbas. En verano no era emocionante, pero qué decir del subidón de adrenalina que se producía a finales de otoño y en invierno, cuando a esa hora la noche caía de repente,  te encontrabas agazapado viendo cómo la luna llena asomaba tras la tapia del cementerio y su luz marcaba en el camino de grava la sombra de decenas de cruces.
¡Acojonao! Te encontrabas: ¡Acojonao!
Pues, con el acojono encima, con los pelos de punta (hasta los del pubis) y agachado para no ser descubierto por “el que se la quedaba”, mi abuelo observó como una de las lápidas no se encontraba en su posición original, sino que aparecía desplazada hacia un lateral, dejando el hueco justo para que una persona de complexión normal pudiera entrar, o lo que es peor…salir. Esto fue el principio, el Apocalipsis vino después.
El primer “Zombi” fue avistado por mi abuelo en Enero, a media mañana, y en medio de la plaza del pueblo. Solo él, gracias a su sexto sentido, percibió su presencia. Su color amarillento le hacía resaltar ante los demás transeúntes que por allí vagaban; hombres, mujeres y niños, aceitunados y tostados por el duro sol de Andalucía, pululaban por el lugar, y cosa rara, a nadie le llamó la atención; no solo su color, sino su vestimenta, que en vez de camisa arremangada hasta el codo, pantalón sobado de franela y zapatos de esparto, llevaba una mortaja de color verde aceituna.
Miraba el “Zombi” la plaza con mucho interés, y con aún más interés estudiaba a los parroquianos. ¡Dios! -pensó mi abuelo- este está calibrando el género.
El domingo siguiente aparecieron tres “Zombis” en la plaza, y mi abuelo comprobó que no entraban a misa de doce. ¿Cómo era posible que nadie viera tan claras evidencias?
Otra muestra, clave para mi abuelo, de la colonización “Zombi”, fue la desaparición paulatina de ratas en el basurero, de gatos en los tejados y de perros echados a la sombra. ¡Aquello no era normal! ¿Estaban ciegos los habitantes del pueblo?
Mi abuelo tenía razón: los “Zombis” conquistaron el pueblo. Una fotografía lo muestra claramente.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. La fotografía muestra una panorámica (obtenida con un “ojo de pez”) de toda la plaza del pueblo.
En ella se puede ver como los habitantes del pueblo caminan por la plaza sin prisa, pero sin pausa. Todos ellos llevan en sus manos bolsas blancas sin ningún tipo de serigrafía. Sonríen como si hubieran realizado el negocio de su vida.
A la izquierda, donde antes estaba la panadería de Luciano “ El Tortas”, un letrero luminoso anuncia: “Restaurante La Gran Muralla de Zom-Bi Huan”, y en su entrada un Menú del día: Rollito de Primavera, arroz tres delicias, tallarines con setas chinas y bambú, flan nata nueces, dos pesetas.
En el centro, ocupando el local de la antigua biblioteca, la tienda de Zom-Bi Chu: “Todo a uno, dos y tres “céntimos”, en cuyos escaparates se pueden apreciar camisetas del combinado nacional de fútbol con la leyenda “Viva la Loja”.
Y a la derecha, ocupando los bajos de la casa del médico: Zom-Bi Fri (masajes, dentista, video-club, herboristería, endocrino, sexólogo y alimentos para mascotas).
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Nos conquistalon sin dalnos cuenta.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


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