Mi abuelo también fue picador.
En
los últimos años de su vida nos contaba a sus nietos que él, al ser picador de
toros, como todos los dedicados a la profesión, era un hombre profundamente
religioso y siempre llevaba dos estampas diferentes de La Virgen.
……………..
-Mi hombre, ¡si no se ve la otra orilla!
Está frase quedó siempre grabada en la
memoria de mi abuelo. Fueron las palabras que mi abuela, con dilatada sorpresa,
exclamó al llegar al destino de su viaje
de bodas: el mar.
Mi abuelo y mi abuela, y el seiscientos por supuesto,
pasaron unos días de jamón y chorizo –así llamaba él a lo que otros denominaban
como “de rosas y miel”, porque le eran mucho más agradables al olor y al
paladar(el jamón y el chorizo, digo)- en un pueblecito de pescadores de la costa
gaditana; donde, entre los contados
momentos en que mi abuelo, para no perder la forma, no se entrenaba con mi abuela en el noble arte
de la puya, pudieron disfrutar de la belleza y el sosiego que aquellos parajes
les ofrecieron (después llegaría el progreso y el turismo, que hasta un
restaurante suizo pusieron: muy bueno por cierto el menú y sus vinos; y los
dueños encantadores. Si tienen oportunidad, acérquense por allí.)
Regresaron un ocho de Septiembre. Mi abuelo
con la satisfacción del deber cumplido y mi abuela con una sonrisa de oreja a
oreja… que se le borró al ver a la chica de la curva.
Mi abuelo casi perdió el control del coche
al pisar fuertemente el freno y por poco no se salen de la cuneta. Se bajaron
ambos y se encaminaron, no sin cierto recelo, hacia el lugar de la supuesta
aparición. Pero no, no era una aparición. Hacía ellos se dirigía una joven con
pasos cansinos y totalmente desorientada. Mi abuelo, recogiéndola entre sus brazos y dándole una
palmaditas en la cara, intentó que saliera del estado catatónico en que se
encontraba. Sus ropas estaban hechas jirones y solo susurraba: ¡No, daño, no!
Como estaban cerca de su casa decidieron
trasladarla allí.
……
Mi abuelo, con los codos apoyados en la
mesa, dirigía su mirada preocupada hacia el dormitorio. Mi abuela había aseado
a la chica, retirado sus destrozados
ropajes, puesto un camisón y la había llevado a un sitio donde pudiera
descansar. Salió con expresión extraña.
-¿Qué tal está? -preguntó mi abuelo-.
-Se ha quedado dormida.
-¿Qué vamos ha hacer?
-Llamar a la Guardia Civil … La han violado.
-¡Cagonlaleche! ¿Tenía alguna documentación
encima?
-No, pero… es deficiente mental.- le
comunicó mi abuela, casi saltándosele las lágrimas- ¡Pobrecita! ¿Quién habrá
sido el hijodeputa que ha sido capaz de hacerle esto? ¡Si apenas parece tener
quince años!
………
-¿Sor Inés?
-Sí, adelante. Siéntense, por favor.
-Soy Ramón Encinas, sargento de la Guardia Civil. Y aquí la persona que encontró a Remedios… y
que en estos momentos la acoge en su casa.
- Muchas gracias -dijo Sor Inés, estrechando
la mano de mi abuelo-. ¡Que Dios le bendiga!
Mi abuelo y Ramón “El Susórdenes” – su amigo
íntimo – se entrevistaron con la superiora del Convento de Las Hermanas y
Madres, que a lo largo de los años pasó de convento a hospicio dada la cantidad
de bebés dejados durante la noche en su puerta principal.
Sor Inés les contó que Remedios fue
abandonada por sus padres hacía dieciséis años en pleno invierno y solo
arropada por una triste y vieja zamarra de pastor. Debido a ser una niña…
especial, nadie quiso adoptarla. Como pasaron los años, las hermanas la
acogieron como un miembro más de la congregación y terminó realizando labores
en la cocina, donde demostró un don especial para tal menester. Remedios era
“especial”, pero cuántos quisieran ser tan listos y tan dulces como ella.
Últimamente había estado rara, triste; pero nadie pensó que huiría del que
había sido su hogar durante toda su vida.
-Bueno, la cuestión es que no hemos
conseguido saber absolutamente nada de lo que pasó. Pero… mi amigo… quisiera
adoptar a Remedios.
-Pero… si es usted muy joven.-se dirigió Sor
Inés a mi abuelo- Cómo…
Mi abuelo la interrumpió con un gesto amable
de su mano.
-Mi
esposa y yo hemos acogido durante un mes a Remedios en nuestra casa mientras se
intentaba solucionar este duro acontecimiento. Y sabiendo su situación,
queremos que forme parte de nuestra familia. Es cierto que podríamos ser
hermanos, pero algo en nosotros nos empuja a que sea... nuestra hija. Le
prometemos que la cuidaremos y la querremos como si de nuestra propia sangre se
tratara.
-¿Y ella?
-Ella… nos llama… papá y mamá -contestó mi
abuelo sin poder contener las lágrimas-.
………………..
-¡Mamá! ¡Me duele mucho la tripita!
……………..
Hacía solo dos meses desde que Remedios
había pasado a ser la hija de mi abuelo. Éste, como no tenía que volver a su profesión de picador
de toros en la cuadrilla de Antoñito “El Cojo” - gran diestro taurino que
exhibió su arte por esas plazas de Dios, y de Franco en aquellos tiempos- hasta
la primavera siguiente, aprovecho todo lo que pudo para disfrutar de sus dos
amores: mi abuela y su maravillosa hija.
-Está embarazada. –le comunicó mi abuela la
víspera de Reyes, mientras mi abuelo envolvía en la mesa de la cocina los dos
regalos que había preparado para el día siguiente: Una gran caracola, para que
mi abuela escuchara el mar, y un precioso pañuelo de seda, para su pequeña gran
hija.
-Habrá que tomar una decisión. Hay métodos…
Mi abuela le miró a los ojos y buscó en ellos
lo que siempre había hallado en la limpia mirada de mi abuelo, y lo encontró:
amor a la vida.
-O sea, que ahora voy a ser abuelo, ¿no?
- Y padre por segunda vez – le dijo mi
abuela acariciándose su todavía plana barriga.
………………
Remedios siempre formó parte de la familia
de mi abuelo, y nunca nunca fue menos que los demás.
Una fotografía lo muestra. Está sacada el
día de la boda del hijo mayor de mi abuelo.
Ante el altar mayor de La Iglesia posan los novios.
Mi
abuela y Remedios aparecen a la derecha del novio; éste ha tenido dos madrinas
a falta de una.
La novia, cogida del brazo de mi abuelo, el
cual ha sido su padrino, luce radiante y una lágrima se escapa mientras mira a Remedios.
Remedios la observa con devoción y con amor. ¡Una hija no se te casa todos los
días!
Al
ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi
abuelo:
Siempre fui devoto de las dos vírgenes del día
ocho de Septiembre, el día que la recogimos en la curva: La Virgen de los Remedios por
ella, y La Virgen
de las Virtudes por mi primera nieta (y nuera).
Guardo esa fotografía con mucho cariño- ¡Qué
guapos están mis padres!-, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de
ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.
A mi otro abuelo no llegué a conocerle, pero
espero que Dios le haya perdonado por aquello que hizo.
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