domingo, 30 de septiembre de 2012

El Palacio de Txapela.


La historiografía del camino de Santiago no estará completa hasta que en ella no se incluya la del ramal que partiendo de la estación del topo en Hendaya, continuaba por Gainchurizqueta e Inchaurrondo para terminar en Caparroso.
Precisamente en Inchaurrondo existió, hasta su desaparición durante el siglo XX, el llamado Palacio de Txapela. Este establecimiento agropecuario, considerado uno de los grandes hitos de este barrio donostiarra (incluso figura en el himno oficial: Inchaurrondo tiene cosas que no tiene el mundo entero/el palacio de Txapela con su hermoso lavadero/la subida de Lizardi con su gran iluminación/ y aunque ustedes no lo crean Inchaurrondo es lo mejor) hunde sus raíces en la noche de los tiempos.
Durante la Edad Media estuvo considerado como el establecimiento más importante de todo el Camino de Santiago. En el lobby se encontraban varias tiendas de souvenirs, una casa de lenocinio –todo a cien y con tarifa plana para hormonados- y el despacho de billetes de la Roncalesa, la Burundesa y la Veloz Sangüesina. El regalo más vendido en esta época que nos ocupa eran unos cinturones de castidad de macramé y petit point de la conocida marca “Así, Dios me salve” cuya novedad consistía en una cerradura que también podía usar los zurdos.
Fueron los pioneros en utilizar las tarjetas de crédito de los Thurn und Taxis, en cuyo frontal llevaban un retrato al óleo de Ángela Merkel y en su reverso un Jano bifronte: Mario Draghi/Mariano Rajoy, conocido como Ma/Ma
Allí se proporcionaban todo tipo de servicios al viajero y al peregrino; desde los propios de la hostelería –fueron los descubridores del menú turístico y de la carta en varios idiomas- como los derivados del SPA allí instalado. Muchas parejas de novios lo eligieron para pasar allí su primera noche de luna de miel; era muy comentado el dicho que figuraba en el frontispicio de la suite nupcial: “bien dice un loco/que en la noche de bodas/ se duerme poco”.
Popularizó entre los peregrinos un tratamiento pionero que allí se llevaba a cabo y cuyo objeto era contribuir a aliviar la dureza del camino. Consistía en un peeling de los pies realizado mediante corcones del Urumea; fue tal el éxito alcanzado, que condujo a esta especie ictícola al borde de la extinción. Hubo un viajero que entusiasmado por los resultados obtenidos, quiso llevar al alto Perú esta técnica con el objeto de aplicársela a los conquistadores españoles; cambió corcones por pirañas no consiguiendo los resultados apetecidos y sí un extraño y significativo aumento en la siniestralidad, lo que se tradujo en un incremento exponencial del número de muñones y mutilados seguido, a la vez, de una disminución drástica en el número de clientes. Fue procesado por la Santa Inquisición por carecer de titulación y, especialmente, por soplapollas.
El lavadero, al que hace referencia el himno, fue otrora lugar de experimentación tanto de los procedimientos para la obtención de la piedra filosofal, como de las técnicas de la decoloración. Comenzaron los experimentos, con un tratamiento radical para quitar la sarna que mortificaba a los viajeros a base de friegas de ácido sulfúrico. La experiencia aconsejó, con el tiempo, la conveniencia de rebajar o diluir el ácido con agua del lavadero. Encargaron de su administración a un sordo que, milagrosamente, recuperó el oído gracias a su proximidad a los sarnosos. De esta experiencia salieron las primeras muestras corales que, mutatis mutandis, han desembocado en esos ochotes y orfeones, orgullo de esta tierra. Hemos sabido de estos arcanos gracias a los cuidados médicos proporcionados a un famoso cantante norteamericano, con los resultados que ya conocemos.
Las aguas de este lavadero ganaron fama entre los peregrinos como el mejor purgante además de laxante para estreñidos. Fueron, si se me permite la comparación, el origen de la fórmula química del famoso tres en uno. Del riego con estas aguas en las vides próximas se obtuvo, en vez de txacolí, un maravilloso vino quinado que aliviaba las penas de los escrofulosos, mejoraba la leche de las amas de cría y actuaba, sin saberlo entonces, como el Colgate posmoderno en todos aquellos con fetidez en el aliento. Del intercambio de productos derivados de la vid y otras hierbas, los peregrinos franceses se llevaron la patente del pacharán, reconvertido mediante deconstrucción, pero con poco éxito, en anisette Cusenier y en el mejor de los casos en pastis.
También fueron pioneros en este establecimiento en el tratamiento de las enfermedades vergonzantes, apareciendo allí colgado, por vez primera en una de las ventanas, un cartel que así rezaba: “Consulta de piel, sífilis y venéreas”. Estaba a cargo del consultorio, un afamado médico, de ignota procedencia aunque, al parecer, devoto seguidor de Hildegarda de Bingen; de él se decía que había descubierto nueva farmacopea para el tratamiento del mal francés y que tenía ideado, pendiente de patentar, un desfibrilador para ladillas.
Aquella Babel social, cultural y pionera en la diglosia, lo fue también en el arte culinario. En este lugar se descubrió esa joya de la gastronomía y de la vida ordinaria tal es la empanada, que alcanzó gran predicamento, siglos después, principalmente en Cataluña, País Vasco y Galicia. Y todo ello por 5 maravedís más IVA.

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