domingo, 15 de julio de 2012

La lengua en el matrimonio.


jachuspa dijo:

Siempre tuve problemas con la lengua en mi matrimonio; incluso antes. Mi novia era de letras y muy aplicada. Dominaba el francés y el griego clásico, aunque a veces me comentaba, que se le atragantaba el aoristo. Yo era más patalallana y seguidor de Cela; llamaba al pan pan y al sesenta y nueve, sesenta y nueve.
Llevábamos poco tiempo casados cuando comencé a decirle que se estaba enterneciendo, una manera sutil de indicarle que estaba cogiendo peso. Era un lince y se dio cuenta en cuanto varias de sus amistades comenzaron a preguntarle si era la nueva directora de marketing de Michelin; inmediatamente comenzó a ceñir su cintura y pecho. Con el tiempo, cuando me atreví, le sugerí que se quitara la faja, pues no dejaba discurrir a la naturaleza por sus cauces. La respuesta, todavía resuena en mis oídos: ¡faja, paleto; estás diciendo que llevo faja! Callé y miré para abajo; tronó: ¡enteráte, cateto, se llama bustier, repite conmigo, bustier!. Joder, dije, como adelgaza el saber idiomas.
No fue el único enfrentamiento, un día me llevó a comer a Las Rejas; yo pedí arroz a la cubana y pescadilla enroscada. Brillaron sus ojos y me espetó si yo no sabía nada de la nouvelle cuisine y la deconstrucción de los platos. Lo adiviné enseguida: amaba la nueva semántica de las cartas de los restaurantes, la deconstrucción y odiaba a Derrida.


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