jueves, 26 de julio de 2012

El último cumpleaños.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él nunca pensó que iba a ser abuelo.

 Sí, es cierto que tenía ocho hijos, y que estos -con la ayuda interesada de sus nueras-  engendrarían vástagos, o vástagas (para que no se me mosqueen las feministas), que perpetuarían su digno apellido. Lo que  nunca tuvo en mente es que un mocoso, que apenas levantaba medio metro del suelo, se acercaría a él llamándole: ¡Abuelo!¡Abuelo!
Y ese mocoso fui yo, primogénito de su segundo hijo, Baraquisio,  alumbrado por mi madre un 5 de Enero, víspera de la festividad de Los Reyes Magos, para alegría de todos… menos para mí. Siempre he recibido regalo de cumpleaños y de Reyes “conjuntamente” -conjuntamente me daban un regalo que servía para los dos días. ¡Tacaños, más que tacaños!-
Mi abuelo tuvo más nietos, pero sólo el aquí presente le llamaba abuelo: soy hijo único, de padre cordobés y madre jienense, ahí es nada.
Mis tíos, hermanos de mi padre, claro, tuvieron suerte dispar al encontrar a su media naranja, ya que la mayoría de ellos a lo único a que se pudieron arrimar fue a algún limón verbenero, dos berzas y a mi tía Encarna “ La Peras”, que no explico el porqué la llamábamos así ya que caen por su propio peso; las peras que tenía, digo.
Mi abuelo era llamado por sus nietos de diferentes maneras, según el origen de sus respectivas madres –conocidas por “Las Arpías” cuando ellas no estaban presentes-. Bueno, solo estaban presentes mi abuela , mi madre y un servidor escondido tras el sofá. Es que siempre tuve un lado femenino que me llevaba a escuchar conversaciones ajenas, pero solo en ese aspecto se manifestaba mi lado femenino, que conste.
Como digo, mi abuelo era interferido como: Yayo, aitite, guelu, avi, avo, e incluso uno de mis primos le llamaba Grand-Pére; pero éste era de madre rara que hablaba como si tuviera un “gargajo en la boca”, y su lado femenino - el de mi primo el raro-  predominaba sobre su otro lado femenino.
Mi abuelo tenía un fotografía, sacada semanas antes de su último suspiro, con todos sus nietos.
Al ser el primero de ellos me dejó la foto como recuerdo.
 En ella aparece él sentado en una silla plegable de las que utilizan los pobres para ir al monte o a la playa, según gustos, y todos sus nietos alrededor. Quiso Dios -y la genética- que todos los allí fotografiados fueran catalogados en el registro civil como varones, excepto mi primo el del gargajo en la boca, que unas veces parece, y otras no cabe la menor duda.
Es el día de su "cientocinco cumpleaños", y cada uno de nosotros, agrupados por familias, mostramos a la cámara el regalo de cumpleaños de nuestro abuelo.
Mis primos de Galicia le entregaban un kilo de cáscaras de mejillones; los extremeños el hueso de un jamón de bellota, utilizado varias veces para dar sabor al cocido; los de Baleares una “sobrasada” que según decían, eran los cartílagos de un pollo que había sobrado el día anterior, convenientemente asados en leña de caja de fruta, y que parece ser que era un plato típico de las Islas Baleares; los canarios una jaula para pájaros; los maños unos caramelos en forma de adoquín,  más duros que la cara de un político en plena campaña electoral; los vascos una chapela en la que se leía: Is not Spain; el raro mostraba un picardías en color “furcia”, y su primer nieto, como no podía ser menos, le regaló un álbum de fotos con tapas ribeteadas en oro, el cual contenía impresiones fotográficas de todos los momentos vividos por él en su peregrinaje por esas plazas de Dios – y de Franco en aquella época-.
 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


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