jueves, 19 de julio de 2012

D. Gil de Tombepot (1)


eltumbaollas dijo:

El hidalgo vizcaíno don Gil de Tombepot llegó a Barcelona huyendo, a uña de mula vieja, de unas afrentas de honra. A las puertas de Barcelona en la explanada del Pla de la Boquería, junto al mercado de esclavos, conoció a un clérigo de los llamados els josepets (carmelitas descalzos) que compraba pequeñas cantidades de azurita, cerusa, témpera y disolventes al aceite. El frailecillo al que conocían todos como Quicote de Cabieces era un hermano muy viajado y un gran amante del Arte Sacro. Conocedor de la geometría y la perspectiva le hablaba al hidalgo Tombepot de una iglesia de San Francisco en Arezzo donde un tal Pietro Borghese (conocido como Piero della Francesca) pintaba los frescos de la capilla mayor. Al saber que el hidalgo pretendía embarcar hacia Génova con intención de llegar a Florencia le pidió que buscara al “pictor” della Francesca y le entregara una molida de azurita traída de Mauritania que le sería de gran utilidad. En el muelle acordó con el capitán del barco el precio del pasaje y cerrado el trato se procuró las viandas para el viaje. El rudo capitán, al que apodaban “el escorao”, tenía una pata de palo y una mano con seis dedos. Cosa que asustó mucho al hidalgo vizcaíno.
Tres meses después en el día de la Exaltación de la Santa Cruz nuestro hidalgo don Gil se encontró con el maestro en San Francisco de Arezzo que acababa de regresar de Roma a terminar los frescos de la Basílica. Cogió con gusto el saco de azurita y se apresuró a realizar pruebas mezclándolo con huevo ante la sorpresa de don Gil.
Pasó dos años con el maestro y no aprendió ni matemáticas, ni geometría euclidiana, ni perspectiva y ni siquiera aprendió el uso del ábaco; más bien disfrutó de la compañía del maestro y admiró su arte aunque no lo entendiera bien y al fin decidió volver a Barcelona para contar sus vivencias al frailecillo Quicote. Pero esa es otra historia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario