martes, 24 de julio de 2012

El Sorteo.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que tras salir ilesos del famoso tapón en la entrada de la plaza de toros de Pamplona en los “Sanfermines” de 1950, decidieron darle gracias al Altísimo –porque mira que el tío fue a poner el Cielo alto de narices-, realizando una peregrinación, con camino completo incluido, a Santiago de Compostela –patrón de España, y a las órdenes del Generalísimo en aquella época-. La peregrinación debía de ser completa desde San Juan al pie del Puerto ( Saint Jean Pied de Port, lo llamaban los que hablaban raro) hasta la plaza del Obradoiro.
Como andaban escasos de posibles decidieron realizar un sorteo para recaudar fondos para la causa. No solo se trataba de caminar, sino que dicha peregrinación acarreaba ciertos gastos en hospedaje, compras en los comercios de alimentación, y sobre todo, en los “bebercios”.
Para poder realizar el sorteo necesitaban como es óbice, un premio, y si este era atractivo, mejor que mejor.
Pensaron que cada integrante de la aventura peregrinaria donara algo propio de valor y así formar un lote de productos que fuera digno de ser sorteado.
Froilán “El Comeostias”, párroco del pueblo, ofreció como aportación una tabla tallada en madera con escenas del Evangelio de San Juan, en la cual aparece Cristo Nuestro Señor, en la cruz, haciendo entrega a este de La Virgen María como su madre.  Que detrás de la talla pusiera “Made in Taiwán” no le restaba valor histórico a la ofrenda.
 Luis “El Pitxote”, conocido como “el tonto del pueblo”, entregó lo que más quería: el bote en el que metía la “pilila”  antes de enseñársela a las mozas del pueblo a la voz de: Mira, mira, una anguila.
Pedrito “El Sortudo”, ciego y vendedor de la ONCE donó a “Canuto”, el primer perro lazarillo que tuvo. “Canuto” había muerto unos años antes en acto de servicio al detener el ciego caminar de Pedrito ante un paso a nivel sin barreras, segundos antes del paso del TALGO que unía Córdoba con Madrid, con tal mala suerte que se fue a parar justo en medio de las dos vías. Era un buen lazarillo, pero de trenes entendía poco. Pedrito le estuvo tan agradecido que llevó su cuerpo a disecar a un taxidermista de Rute y dormía todas las noches abrazado a él.
Olegario “El Flaco”, hombre de metro cincuenta escasos de estatura y ciento cincuenta kilos de peso, aportó los fascículos de un curso completo de adelgazamiento de gran valor, ya que estaba sin desembalar.
Ramón “El Susórdenes”, sargento de la Guardia Civil, entregó una multa de tráfico, perfectamente conservada, que le puso al coche de “El Caudillo” por no llevar agua en el “limpiaparabrisas”.
Jacinto “El Duermesentao”, aquejado desde niño por una meningitis, dio como presente un “kit” completo para la limpieza y mantenimiento de una silla de ruedas, que resultó un gancho perfecto para la venta de papeletas del sorteo.
Y mi abuelo…, mi abuelo donó, con mucho dolor eso sí, un par de calcetines usados, que guardaba como oro en paño, de la primera vez que salió de España para varear con Antoñito “ El Cojo” , en Nimes –provincia de Francia-.
Una vez recopilado el premio del sorteo se procedió a la venta de papeletas. Por unanimidad, y mediante el “tú te callas”, se decidió sacar a la venta cien mil papeletas con los números comprendidos entre el uno y el cien mil; éstas estaban realizadas a mano, sobre el papel de estraza que se utilizaba para envolver la mortadela en la charcutería de Jesús “El Cuartoymitad”.
El éxito del sorteo fue rotundo, las papeletas se acabaron en tres semanas. Influyó en tal logro que Froilán “El Comeostias”, párroco del pueblo, proclamara indulgencia plenaria a todos los poseedores de una de dichas papeletas en cada una de las homilías que este realizaba, desde el púlpito, en todas las misas que presidía.
Mi abuelo esa misma noche soñó con un número y adquirió para sí el 100.000.
El sorteo, para no crear suspicacias, se realizó en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo S.O.S; edificio religioso del siglo XVIII, de estilo románico, y lugar de peregrinación de los parroquianos de los alrededores para venerar la reliquia que albergaba detrás del altar mayor: la mano incorrupta de San Adelfo. San Adelfo fue alcalde del pueblo a mediados del Siglo XIX, y nunca pudo ser probado que metiera mano a los fondos del Ayuntamiento, de ahí que su mano incorrupta  fuera motivo de romerías y celebraciones. Subió a los altares a principios del Siglo XX –No se sabe a ciencia cierta quién le subió, pero que subió no hay ninguna duda, ya que allí está,; la mano,digo-.
El día elegido para el sorteo fue el 22 de Diciembre.
 La tarde anterior al evento se retiró el ara de la celebración eucarística, y como les pareció más acorde a las fechas festivas en que se encontraban, colocaron cinco bombos usados por la banda municipal de música, en cada uno de los cuales introdujeron bolas de navidad numeradas del  al 0 al 9.
Ya tenían el premio y el método, así que solo les faltaba la mano inocente para sacar el número agraciado. Era muy apreciado en el pueblo Olegario, apodado “Sanín” porque nació con insuficiencia cardiaca, dermatitis atópica y alergia a las angulas y a la langosta -viandas estas que no pudo degustar en su longeva vida, a pesar de sus deficiencias de salud-. Este era hijo de Alfonso “El Correburras”, lugareño que como su apodo indica tenía una piara de cerdos con los cuales se ganaba la vida. “Sanín” era apreciado por su inocencia y por ser padre de cinco hijos, todos varones, que eran como la marabunta, pero con piedras en las manos. Así que decidieron que los niños de “Sanín” el de Alfonso fueran los encargados de la sustracción de las bolas del sorteo.
El sábado, 22 de Diciembre de 1951, a las doce del mediodía, en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo S.O.S no cabía un alma. Todos los que habían adquirido un número de la rifa estaban allí presentes, e incluso muchos de ellos siguieron el evento fuera del templo, sobre todo los fumadores, algún moro y dos carteristas que vinieron expresamente desde la capital par ver si hacían el Agosto en pleno invierno.
Mi abuelo, que no era tonto, aunque a veces se lo hacía, sobre todo cuando mi abuela le preguntaba donde había estado, al aparecer a las tres de mañana en condiciones físicas bastante mejorables, se dio cuenta de que nunca podría salir premiado ya que solo había cinco bombos y su número tenía seis cifras; así que se negó a que comenzara el sorteo hasta que no pusieran otro bombo con una sexta extracción. Como no tenían mas bombos a mano utilizaron un tonel de vino en el cual introdujeron diez nuevas bolas de Navidad, que numeraron del 0 al 9 con la barra de labios de Felipa “La Posturas”, mujer que era muy criticada por la sección femenina del pueblo, pero muy visitada por el sector masculino, ya que tenía muy buenos precios en los productos cárnicos que ofrecía a la clientela. Como “Sanin” no tenía más hijos se decidió que el encargado de sacar la sexta bola del sorteo fuera Manueliyo “El Ivete”, que lo mismo servía para un roto que para un descosido.
Una fotografía muestra el momento culmen del sorteo.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se ve el altar mayor de la iglesia, con el retablo de estilo churrigueresco al fondo. Los bombos ocupan la mayor parte del espacio, los niños de “Sanín” el de Alfonso y Manueliyo muestran al público asistente las bolas numeradas que acaban de sacar de lo bombos y del tonel.
 De izquierda a derecha aparece el número premiado: el uno, el cero, el cero, el cero, el cero y el dos.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo. No me tocó por poco.
 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


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