miércoles, 18 de julio de 2012

Sanfermines.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que no solo picó dos toros en las fiestas de San Fermín, sino que incluso corrió uno de los encierros.

A mí abuelo no le gustaban los encierros modernos. Decía que había demasiada gente, y que el que no era una botella de alcohol con pañuelo rojo atado al cuello era un “guiri” que te echaba el aliento directamente a la cabeza  y se te ponía el pelo verde… o ambas cosas la vez.

En la época que él corrió el encierro no había control de seguridad de la policía municipal, ni vallas que se cerraban tras el paso de la manada. Allí podía cada cual elegir que tramo correr, ir con lo que quisiera al recorrido y espacio suficiente para todos. Aquello sí que era realmente correr un encierro.

Tuvo la suerte – eso decía él- de participar en el encierro del día 9 de Julio de 1950, en el que se  formó uno de los mayores tapones en el callejón de entrada a la plaza que se recuerdan.

“El Cojo” y su cuadrilla toreaban el segundo y el quinto toro de la tarde de dicho día. Habían llegado la mañana del día anterior y se habían hospedado en la pensión “La Maña”, cuya dueña no era de Zaragoza, sino que tenía buenas manos; sobre todo para agarrar por la pechera a los hospedados que se querían marchar sin pagar.

Cual fue la sorpresa de mi abuelo cuando se presentaron frente a la puerta de su habitación, a las cinco en punto de la tarde, seis amigos, seis, del pueblo de mi abuelo. ¡Menuda ganadería!

- Hemos dicho en el pueblo que íbamos a por tabaco – le dijeron- Pero no hemos dicho a donde.

Los seis amigos de mi abuelo eran -con mote incluido-, Froilan “ El Comeostias”, Luis “El Pitxote”; Pedrito “El Sortudo”; Olegario “El Flaco”; Ramón “El Susórdenes” y Jacinto “El Duermesentao”.

Como es natural, salieron a beberse la cosecha del año anterior de todo Navarra y cuando llevaban ya la mitad de la de Olite surgió la frase: ¡A que no hay huevos de correr mañana el encierro! A las siete de la mañana ya estaban en las calles de Pamplona seleccionando el tramo a correr.

-Que no sea la cuesta de Santo Domingo – pedía “El Flaco”-  ya sabéis que a mí las cuestas…

- Pues, yo no quiero la calle de Mercaderes y su curva – dijo “ El Sortudo-. Yo prefiero las calles rectas.

- La calle Estafeta no me gusta por el nombre, parece un pecado – apostillaba el “El Comeostias”.

Así que decidieron correr el tramo final del encierro, la bajada de Telefónica que lleva directamente al callejón de entrada a la plaza.

Y tuvieron la suerte –según mi abuelo, claro- de encontrarse justo en medio del famoso tapón del año 1950.

Una fotografía muestra claramente dicho suceso.

Al ser su primer nieto me dejó esa foto como recuerdo. Está sacada desde el interior de la plaza y en ella se pueden distinguir claramente a los siete amigos entre todo el montón de mozos, cabestros y toros.

Mi abuelo aparece en el lado derecho, vestido con su mejor traje de luces, montado sobre el caballo, con todos los aperos puestos y que está a punto de ser derribado por el empuje de varios mozos.

A la izquierda de mi abuelo está “El Comeostias,” caído en la arena con las piernas en alto y con todos sus atributos al aire, ya que la sotana negra se le había subido hasta la altura del alzacuellos.

Al lado de este “El Flaco”, haciendo un gran tapón por la parte baja de la entrada, debido a su metro y medio de altura y a sus ciento cincuenta kilos. Un toro bragado aparece justo detrás de él. Creo que le pasó por encima sin apenas esfuerzo.

En el lado izquierdo de la fotografía está “El Suertudo”, estampado contra la pared, el bastón en su mano derecha, el perro lazarillo a sus pies, obediente, y la ristra de cupones de la O.n.c.e. volando por los aires.

Al lado de “El Suertudo” y de rodillas se ve al “Susórdenes”, con su traje verde totalmente lleno de arena, el tricornio desencajado y un gitano detrás pegándole una “colleja”.

En el centro, casi tapado por “El Duermesentao”, está “El Pitxote” con la bragueta bajada y su famoso bote entre las manos diciéndole algo a una de las “cabestras”.

Y en primer plano, como objetivo del fotógrafo y en realidad causante principal del desaguisado, a “El Duermesentao” se le ve realizando un gran esfuerzo para poder avanzar pero…
 la silla de ruedas aparece hundida un palmo en la arena de la Plaza.

Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: No caímos en la cuenta.

La guardo con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


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