Mi abuelo también fue picador.
En
los últimos años de su vida nos contó a los nietos el día que él también tuvo que
endeudarse, pero claro fue una deuda personal y no dejó el pufo al resto de
españoles.
Había llegado el momento de la corrida de su vida. Siempre había soñado con ella y no escatimó gastos en todos los preparativos que incluso tuvo que pedir unos cuantos de cientos de pesetas al banco Abraham. El banco Abraham estaba situado en el barrio de
Aquel día, muy temprano, se bañó de cuerpo entero –cosa que no hacía desde meses atrás-, se cortó el pelo y se afeitó en el Barbero (el “Bar bero” era la tasca del pueblo, que era regentada por Verónica Rodríguez Cifuentes, pero que todo el mundo llamaba “Bero”; así, como suena, con “b” alta –cosas de
Lo tenía todo pensado: El primer puyazo en
todo lo alto, con fuerza pero sin hacer daño; el segundo suave, sin prisa pero
sin pausa, y el tercero, si hacía falta, a darlo todo.
Alguien le sacó una fotografía para inmortalizar dicho día.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como
recuerdo. En ella se ve a mi abuelo de “punta en blanco”: gallardo, orgulloso y con esa mirada que solo tienen los hombres seguros de sí mismos. A su lado, con
un pequeño ramo entre sus manos y con el vestido blanco que guardó con tanto
cariño toda su vida, aparece mi abuela. El cura que los casó aparece al fondo a
la derecha, sentado ante un vaso de vino.
La guardo con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.
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