miércoles, 18 de julio de 2012

Echao palante.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él siempre había sido un “echao palante”, pero que, con el paso del tiempo y la experiencia, decidió evitar problemas y que lo mejor era siempre estar en la retaguardia.
Mi abuelo siempre fue un hombre que no podía ver una injusticia y era el primero en acudir en ayuda de los más débiles.
Nos contaba que andando por esas plazas de Dios – y de Franco en aquellos tiempos- formando parte de la cuadrilla de Antoñito “El Cojo”, y cosechando éxito tras éxito con la lidia de los toros bravos que hacían el deleite de los aficionados al toreo, tuvo ocasiones de comprobar lo injusta que es la vida con unos, y lo “aprovechaos” que eran otros.
Mi abuelo llegaba pronto a la plaza para preparar todos los aperos necesarios para su parte en la lidia; ya que mi abuelo era el segundo picador. Había que tener todo preparado; el caballo bien pertrechado, las picas, el traje, las varas de los monosabios, y mil y un detalles que los profanos desconocen.
Él observaba que mientras unos esperaban la hora del festejo tomando copitas de anís o “sol y sombra” en las tascas cercanas al coso, pobres hombres merodeaban intentando conseguir una “perragorda” ofreciendo sus servicios en “lo que haga farta”. Trabajos que nadie quería realizar eran ofrecidos a estos por un abrazo, y a mi abuelo, esto le hacía hervir la sangre.
Pero él, que no contaba con mucho poder adquisitivo, no podía hacer nada, o más bien poco.
Nos decía que siempre buscaba entre “los buscones” al que veía con más necesidad y le encargaba realizar las labores más livianas. Mi abuelo era un canalla, pero era un buen tío.
Lo dicho, siempre el primero en ayudar; siempre el primero en denunciar las injusticias, siempre el primero dispuesto a todo, hasta que se dio cuenta de que al primero es al que más fácil le pueden “hacer madre”.
Mi abuelo era generoso, dentro de lo generoso que puede ser un padre de familia con ocho hijos, mi abuela, y “Paloma” (La cerda Ibérica a la que tenía tanto cariño).
Nos contó que una vez se encontró en la calle a un mendigo, y que viendo lo realmente necesitado que parecía este decidió meterse la mano en el bolsillo y darle todo lo que tenía: una peseta. El mendigo le miró asombrado, y viendo que mi abuelo ya se alejaba y parecía pudiente, ya que siempre había sido muy limpio y aseado y le gustaba vestir lo mejor posible, no dudo en abordarle por detrás, ponerle la toledana en el cuello y exigirle hasta los calcetines.
Mi abuelo era generoso, pero a canalla no le ganaba nadie. Viendo que su obra caritativa había ido a parar a malas manos, levantó los brazos en señal de sumisión, se dio la vuelta, y mientras al mendigo se le formaba una sonrisa de oreja a oreja, le pegó una patada en todos los "cataplines" que se le cayó la toledana, la peseta de la propina y un palillo de dientes que llevaba en la oreja, antes de que los ojos se le pusieran uno mirando al cielo y el otro al infierno..
Mi abuelo era canalla, pero era generoso, así que le dio de patadas para que comiera caliente durante por lo menos seis meses.
A partir de entonces mi abuelo decidió no darle la espalda a nadie.
Una fotografía muestra esta decisión.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella aparecen todos los miembros de la cuadrilla de “El Cojo” tras haber cortado tres orejas en la Plaza de Toros de “La Maestranza” de Sevilla. Están duchándose. A mí abuelo se le ha caído el jabón. Todos está agachados intentando cogerlo; todos menos mi abuelo que está muy tieso pegado a la pared de la ducha y tirando con su mano derecha de una cuerda atada al jabón.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


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