miércoles, 18 de julio de 2012

Las cosas tienen que estar donde deben de estar.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que una de las cosas que más le molestaban era el desorden. Había tenido una mala experiencia, y desde entonces su lema siempre fue: las cosas tienen que estar donde deben de estar.

La experiencia la tuvo una tarde en la plaza de toros de Madrigal de Las Altas Torres. Antoñito “el Cojo” le había dado unos buenos capotazos a un toro"bragado"y mi abuelo se aprestó a salir a la plaza. Se subió al caballo y le pidió a Rafaliyo la “pica”. Este no la encontraba y mi abuelo le urgía.

–Al fondo a la derecha -le gritaba- Junto a los estoques ¡Rápido!.

Rafaliyo la encontró y se la dio a mi abuelo. Este la cogió y condujo al caballo a su posición.
El toro embistió con fuerza. Mi abuelo picó con ganas; ese toro tenía que salir bien templado. “El cojo” le hacía señas a mi abuelo de que dejara de empujar, pero este, viendo que el toro seguía embistiendo con mucha bravura, no le hizo caso.
 El “Cojo” ya no le hacía señas sino que le gritaba desaforadamente: ¡Déjalo! ¡Por tus muertos, déjalo ya!
El público reía a carcajadas, el torero gritaba y mi abuelo siguió 
 empujando hasta que el toro se retiró cansado.
Mi abuelo levantó la “pica” y dio un grito de triunfo.

Alguien le sacó una fotografía.

Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se ve a mi abuelo con los músculos en tensión, con un grito en su boca, y en su mano derecha, con el brazo levantado, se puede ver una caña de pescar. Estaba donde no debía estar.
La guardo con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


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