miércoles, 18 de julio de 2012

Los armarios.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que a él pocas cosas le daban miedo en la vida, pero que había algo que le tenía horrorizado: los armarios.

Mi abuelo le tenía pánico a los armarios. Podría uno pensar que era ese miedo irracional al que muchos se enfrentan en su infancia de quedarse dormidos en la oscuridad de la noche y de pronto ver como la puerta del armario se abre, deja entrever un haz de luz, y aparece la forma de un ser monstruoso que se acerca a tu cama para devorarte. Pero el caso es que en la casa de los padres de mi abuelo, cuando él todavía no tenia pelos en la “pilila”, no había armario en su habitación; es más, ni siquiera contaba con habitación propia, ya que dormía con sus otros seis hermanos varones, dos perros, un gato, y un señor de Cuenca al que mi bisabuelo le alquilaba un hueco donde dormir cuando pasaba por allí caminito de Jerez –no sé que asuntos tenía aquel señor en Jerez, pero no importa-.

Mi abuelo nos contó, que ese pavor a los armarios lo tuvo a raíz de los múltiples viajes que realizó con la cuadrilla de Antoñito “El Cojo”, gran matador de toros, por esos ruedos de Dios – y de Franco, en aquella época-.

La cuadrilla andaba un poco apurada económicamente y ese era el motivo por el que tenían que dormir en pensiones de mala muerte, en habitaciones con una sola cama, y a tres barbas por cama. Y siempre le tocaba la compaña de “El Rafaliyo”, uno de sus monosabios, y de “El Raro”, un mozo de espadas.

Mi abuelo estaba acostumbrado a pasar las noches de esa forma, en las que el olor a sudor, el ronquido y el sonar de la trompeta cular no eran motivo de desvelo para él, pero lo que le quitaba el sueño y le impedía dormir era el dichoso armario.

Los nietos sabíamos que mi abuelo le tenía miedo a otras cosas, como por ejemplo a mi abuela, pero no podíamos concebir que un “tiarrón” tan grande y tan guapo como él – ¿les he dicho que se parecía a José Coronado?- , pudiera huir ante la sola presencia de un simple armario como “El tumbaollas” del agua. “El tumbaollas” no era de la cuadrilla de mi abuelo, pero como si lo “seriese”. Es tal el pánico que les tenía a los dichosos armarios que en casa de mi abuelo guardaban la ropa en la nevera. ¡Lo que se ahorraron en matapolillas!

No me pregunten como pudo ser sacada, pero una fotografía muestra el momento crucial en que comenzó la fobia de mi abuelo.

Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se ve una habitación pequeña. A la derecha, una estrecha ventana deja pasar la luz de luna. En la pared izquierda, vacía de cualquier decoración, un armario con una de sus puertas entreabiertas. Una cama grande ocupa casi toda la habitación. Tres hombres echados sobre ella. En el lado izquierdo, completamente dormido y en posición fecal, “El Rafaliyo”. En el lado derecho, con los ojos como platos y con el pánico reflejado en su rostro, mi abuelo. Y en el centro, con una sonrisa de oreja a oreja, y su mano apoyada donde ya le habían salido pelos a mi abuelo, “El Raro”.

Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: ¡Están ahí, y pueden salir del armario cuando menos te lo esperas!

Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


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