jueves, 19 de julio de 2012

En el bando de los buenos.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que el siempre perteneció a un bando: el bando de los buenos.

Mi abuelo pertenecía a los buenos ya que nunca estuvo enfermo. Dolorido si, pero enfermo nunca. Ni un catarro, una gripe, un resfriado o un simple dolor de cabeza tuvo en su longeva vida. Otra cosa fueron los esguinces, rotura de costillas, escafoides, humero, radio y de cúbito “supino”.

Su profesión de picador de toros hacía que fuera propenso a visitar asiduamente a Fermín “El Quebrantahuesos”, traumatólogo vitalicio de su pueblo. Cuando no sufría percances en los brazos y en las manos, los recibía en las extremidades inferiores debido a que tenía la costumbre de caer siempre debajo del caballo cuando el toro empujaba con fuerza.

Nos contó que una vez no solo tuvo que recibir escayola y muletas durante tres meses debido a quedar su pierna aprisionada bajo el equino, sino que se sumaron a este  Antoñito “El Cojo”, tres banderilleros, dos monosabios, un mozo de espadas, el “alguacilillo” y el que tocaba el clarín, al grito de “Al montón de ropa, que hay poca”. Con razón le llaman “La Fiesta Nacional”; no se pusieron a bailar todos juntos “La Conga” porque el presidente les dio dos avisos, que si nó.

En otra ocasión sufrió una rotura de su “costilla”, pero como fue a mi abuela a quién se le cayó el plato hondo del ajuar de boda, la cosa pasó sin tratamiento ni nada.

Pero el suceso más grave fue a consecuencia de un accidente de tráfico.

Mi abuelo tuvo un “seiscientos” durante treinta y siete años y lo cuidaba mejor que a sus hijos. Le tenía tanto cariño al coche que no había momento libre que tuviera para lavarlo, cepillar la tapicería –y eso que era de “escay”-, sacarle brillo al volante y darle “Cristasol” a los faros. También le puso mote al coche; le llamó “Recaredo”, pero no en honor del Rey visigodo, sino porque lo utilizaba para hacer los “recados”. Lo utilizaba para todo; nos decía que no sacaba la basura con él porque no le entraba por la puerta de la cocina.

Mi abuelo sufrió el accidente de tráfico el último día de vida útil de “Recaredo”. El motivo fue que, con el paso del tiempo, “Recaredo” pasó de utilitario a apartamento totalmente exterior con vistas; sobre todo con vistas a la calzada, ya que se podía ver esta debido a los agujeros que tenía en los bajos.

A mi abuelo nunca le gustó que ningún otro disfrutara con una de sus posesiones -le pasaba lo mismo con “Recaredo” que con mi abuela- y no era partidario de las donaciones de órganos, ya que – imagínate que después me reencarno en un semental, y me falta la “pilila”- nos decía-. Así que decidió no vender a “Recaredo” como coche usado, ni llevarlo a un desguace. Lo llevó a otro sitio.

Y ese día se produjo el accidente de tráfico por el cual mi abuelo tuvo que permanecer hospitalizado seis meses con fracturas en el noventa y siete por ciento de su cuerpo, ya que solo se libraron de ruptura los lóbulos de las orejas. Una fotografía lo muestra.

Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se ve a “Recaredo” sobre una cinta transportadora, saliendo por el portón trasero de una gran máquina compresora de metal, convertido en un cubo de Rubik, pero en abstracto. Mi abuelo…, mi abuelo no aparece en la foto.

Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: No quise dejarlo solo.

Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.





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