Mi abuelo también fue picador.
En
los últimos años de su vida nos contó a los nietos que siete días después de
haber comenzado el Camino de Santiago, tras ascender una pequeña loma, observar
la llanura repleta de viñedos, y encontrar en un cruce de caminos un pequeño
cartel que, aunque estaba escrito en vasco, indicaba
perfectamente la dirección a Burgos, tuvieron
la seguridad de que se hallaban en algún lugar de la rioja alavesa y de que no se
habían perdido.
Mi abuelo y su cuadrilla habían decidido
realizar dicha peregrinación a Santiago de Compostela, para dar al gracias al
Patrón de España, por haber resultado ilesos en un percance ocurrido a la
entrada de La Plaza
de toros de Pamplona durante los encierros de 1950.
Habían realizado un sorteo para recaudar fondos para dicha acción
de gracias, y Dios, en su inmensa
misericordia, había acontecido obsequiándoles con una buena recaudación y que
el número agraciado no hubiera
aparecido; con lo cual se quedaron con
las “perras” y con el premio.
El
viaje a Saint Jean pie de Port, inicio de la primera etapa, lo realizaron en el
camión de Aniceto “ El Bujías” que transportaba fruta a los gabachos,
y como le daba lo mismo que los agricultores “franchutes” le pincharan las
ruedas por el este, por el oeste, o por el centro les hizo el favor de
acercarlos hasta la frontera. El viaje fue bastante penoso debido a que ocho personas no caben en la cabina de
un “ Barreiros” y se turnaron para
viajar en el remolque con la fruta; cuatro terminaron con agujetas traseras y
tres con diarrea, debido a la ingesta desmesurada de sandías.
Una vez
llegados al pueblo de salida, y para reponerse del duro viaje, hicieron lo que
se suele hacer en estos casos: buscar la primera tasca abierta para meterse
unos chatos de vino; y como no, buscar cobijo para pasar la noche.
No encontraron ninguna posada libre, y Froilán
“ el Comeostias” -párroco del pueblo- viendo en este suceso una señal divina
propuso que se fueran a dormir al primer
establo que encontraran. Aunque era pleno Agosto, y en vez de una mula y un
buey encontraron dentro siete cabras y varias gallinas, el establo -con su
pesebre y todo- que encontraron les sirvió para formar un “Nacimiento” de lo más “apañao”.
Se levantaron con las primeras luces del
amanecer y se pusieron en marcha. Después de siete días de peregrinar estaban
totalmente convencidos de que se habían perdido. No habían encontrado a ningún
peregrino por los senderos y caminos que tomaron. Pasaron las noches durmiendo
al raso, o en los pajares de alguna granja que les pillaba a mano. Y aunque preguntaron a los pocos lugareños que vieron, no pudieron entenderse con ellos ya que, aunque "Pitxote" había nacido en Larrabezua, no sabía el vasco.
No fue hasta ese séptimo día, y al subir una loma, cuando pudieron darse cuenta de que estaban en el buen camino.
Una fotografía muestra ese momento.
Al
ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se puede ver a los siete miembros de la cuadrilla de mi
abuelo rodeados de viñas, con incontables hileras de vides. Están encabezados por Froilán, portando en alto una
cruz del siglo XVIII que había tomado prestada del Museo Catedralicio de Córdoba
para tan noble causa. Van vestidos de peregrinos, pero con algún ligero
cambio: las típicas calabazas huecas, que contenían el agua con las que los peregrinos
paliaban la sed, fueron sustituidas por
botas de vino, que también refrescaban y ayudaban a olvidarse de las ampollas
que se formaban en los pies de todos -menos en los de “El Siempresentao”, ya
que la silla de ruedas ayudaba bastante a preservarle de la rozadura del
calzado-. Mi abuelo sustituyó el típico bastón
por su puya de picador de toros, y “El Suertudo” por su bastón de ciego. “El
Susordenes” no llevaba el sombrero de ala ancha, sino su tricornio de Guardia
Civil. “Pitxote” y “El Flaco”, en vez de
una concha de vieira, portaba cada uno una talega con cuatro kilos de
mejillones al vapor.
Están caminando, y van en la dirección
que un pequeño indicador de caminos muestra. En este, con las letras talladas
en la madera, se lee claramente: A BORDEUAX 100 Kmts.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi
abuelo: Todos creímos que allí ponía Burgos en vasco… y seguimos “palante”.
Guardo
esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me
acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.
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