sábado, 28 de julio de 2012

Perdidos en el camino.


Mi abuelo también fue picador.
 En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que siete días después de haber comenzado el Camino de Santiago, tras ascender una pequeña loma, observar la llanura repleta de viñedos, y encontrar en un cruce de caminos  un pequeño cartel   que,  aunque estaba escrito en vasco, indicaba perfectamente la dirección  a Burgos, tuvieron la seguridad de que se hallaban en algún lugar de la rioja alavesa y de que no se habían perdido.
Mi abuelo y su cuadrilla habían decidido realizar dicha peregrinación a Santiago de Compostela, para dar al gracias al Patrón de España, por haber resultado ilesos en un percance ocurrido a la entrada de La Plaza de toros de Pamplona durante los encierros de 1950.
Habían realizado  un sorteo para recaudar fondos para dicha acción de gracias, y Dios, en  su inmensa misericordia, había acontecido obsequiándoles con una buena recaudación y que el  número agraciado no hubiera aparecido;  con lo cual se quedaron con las “perras” y con el premio.
 El viaje a Saint Jean pie de Port, inicio de la primera etapa, lo realizaron en el  camión de Aniceto “ El  Bujías” que transportaba fruta a los gabachos, y como le daba lo mismo que los agricultores “franchutes” le pincharan las ruedas por el este, por el oeste, o por el centro les hizo el favor de acercarlos hasta la frontera. El viaje fue bastante penoso debido  a que ocho personas no caben en la cabina de un “ Barreiros”  y se turnaron para viajar en el remolque con la fruta; cuatro terminaron con agujetas traseras y tres con diarrea, debido a la ingesta desmesurada de sandías.
 Una vez llegados al pueblo de salida, y para reponerse del duro viaje, hicieron lo que se suele hacer en estos casos: buscar la primera tasca abierta para meterse unos chatos de vino; y como no, buscar cobijo para pasar la noche.
No encontraron ninguna posada libre, y Froilán “ el Comeostias” -párroco del pueblo- viendo en este suceso una señal divina propuso que  se fueran a dormir al primer establo que encontraran. Aunque era pleno Agosto, y en vez de una mula y un buey encontraron dentro siete cabras y varias gallinas, el establo  -con su pesebre y todo-  que encontraron  les sirvió para formar un “Nacimiento”  de lo más “apañao”.
Se levantaron con las primeras luces del amanecer y se pusieron en marcha. Después de siete días de peregrinar estaban totalmente convencidos de que se habían perdido. No habían encontrado a ningún peregrino por los senderos y caminos que tomaron. Pasaron las noches durmiendo al raso, o en los pajares de alguna granja que les pillaba a mano. Y aunque preguntaron a los pocos lugareños que vieron, no pudieron entenderse con ellos ya que, aunque "Pitxote" había nacido en Larrabezua,  no sabía el vasco.
No fue hasta ese séptimo día, y al subir una loma,  cuando pudieron darse cuenta de que estaban en el buen camino.
Una fotografía muestra ese momento.
 Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se puede ver a  los siete miembros de la cuadrilla de mi abuelo rodeados de viñas, con incontables  hileras  de vides.  Están encabezados por Froilán, portando en alto una cruz del siglo XVIII que había tomado prestada del Museo Catedralicio de Córdoba para tan noble causa. Van  vestidos de peregrinos, pero con algún ligero cambio: las típicas calabazas huecas, que contenían el agua con las que los peregrinos paliaban la sed, fueron  sustituidas por botas de vino, que también refrescaban y ayudaban a olvidarse de las ampollas que se formaban en los pies de todos -menos en los de “El Siempresentao”, ya que la silla de ruedas ayudaba bastante a preservarle de la rozadura del calzado-.  Mi abuelo sustituyó el típico bastón por su puya de picador de toros, y “El Suertudo” por su bastón de ciego. “El Susordenes” no llevaba el sombrero de ala ancha, sino su tricornio de Guardia Civil.  “Pitxote” y “El Flaco”, en vez de una concha de vieira, portaba cada uno una talega con cuatro kilos de mejillones al vapor.
Están caminando, y van  en la dirección que un pequeño indicador de caminos muestra. En este, con las letras talladas en la madera, se lee claramente: A BORDEUAX  100  Kmts.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Todos creímos que allí ponía Burgos en vasco… y seguimos “palante”.

 Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


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