miércoles, 18 de julio de 2012

Ministerio de Soberanía Alimentaria


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que “El Cojo” también tuvo que realizar un cese entre los miembros de su cuadrilla. Como era andaluz, mi abuelo lo llamaba “Zeze”, pero todos los nietos sabíamos que en realidad era una destitución.
Cada miembro de la cuadrilla se encargaba de una labor en la planificación de cada temporada. Dichas labores se denominaban “ministerios”, porque en realidad era un misterio que todo funcionara, pero como era de poca cosa, lo llamaban “ministerio”.
Uno de las más importantes era el Ministerio de Alimentación. Lo llevaba “El Rafaliyo”, uno de los monosabios de mi abuelo, que se encargaba del aprovisionamiento de “manduca” para todo el grupo.
A “El Rafaliyo” le fallaba el sentido del equilibrio, por lo que constantemente tenía que sujetarse a lo primero que encontraba cerca. Concluyendo: era muy “agarrao”. Y ese “agarramiento” tuvo consecuencias agroalimentarias en el grupo. Como “El Rafaliyo” destinaba poco del presupuesto general a su “ministerio”, mi abuelo llegó a perder siete kilos, un mechero de yesca y tres calcetines en las dos temporadas que estuvo el monosabio a cargo de esta labor, por lo que “El Cojo” decidió “zezarle”.
Mi abuelo nos contaba que durante esa época tuvo una falta acuciante de proteínas, y que sólo eran paliadas en los días libres que tenían entre festejo y festejo que podían volver al pueblo, gracias a que podía robarle unos besos escondidos a su novia (mi abuela), y siempre que esa noche pusieran albóndigas para cenar en casa de su futuro suegro, y ésta (mi abuela) no se hubiera lavado los dientes.
Tras el “zeze” de “El rafaliyo”, mi abuelo fue nombrado por unanimidad -excepto “El Rafaliyo”, claro- como nuevo encargado del “ministerio” de Alimentación.
Una fotografía muestra el cambio que se produjo.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se ve a mi abuelo junto a la “dekauve” que utilizaba el “Ministerio de transportes”. Jamones, chorizos y morcillas aparecen por todos lados. Sacos de garbanzos, alubias y lentejas se amontonan en el suelo. En una esquina se pueden ver garrafas de aceite de oliva. Pero sobre todo destacan treinta y cinco cajas, de veinte botellas cada una, de “Coñác Soberano”.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo: Ministerio de Soberanía Alimentaria le pusimos.

Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.



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