Mi
abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los
nietos que “El Cojo” también tuvo que realizar un cese entre los miembros de su
cuadrilla. Como era andaluz, mi abuelo lo llamaba “Zeze”, pero todos los nietos
sabíamos que en realidad era una destitución.
Cada miembro de la cuadrilla se encargaba de
una labor en la planificación de cada temporada. Dichas labores se denominaban
“ministerios”, porque en realidad era un misterio que todo funcionara, pero
como era de poca cosa, lo llamaban “ministerio”.
Uno de las más importantes era el Ministerio
de Alimentación. Lo llevaba “El Rafaliyo”, uno de los monosabios de mi abuelo,
que se encargaba del aprovisionamiento de “manduca” para todo el grupo.
A “El Rafaliyo” le fallaba el sentido del
equilibrio, por lo que constantemente tenía que sujetarse a lo primero que
encontraba cerca. Concluyendo: era muy “agarrao”. Y ese “agarramiento” tuvo
consecuencias agroalimentarias en el grupo. Como “El Rafaliyo” destinaba poco
del presupuesto general a su “ministerio”, mi abuelo llegó a perder siete
kilos, un mechero de yesca y tres calcetines en las dos temporadas que estuvo
el monosabio a cargo de esta labor, por lo que “El Cojo” decidió “zezarle”.
Mi abuelo nos contaba que durante esa época
tuvo una falta acuciante de proteínas, y que sólo eran paliadas en los días
libres que tenían entre festejo y festejo que podían volver al pueblo, gracias
a que podía robarle unos besos escondidos a su novia (mi abuela), y siempre que
esa noche pusieran albóndigas para cenar en casa de su futuro suegro, y ésta
(mi abuela) no se hubiera lavado los dientes.
Tras el “zeze” de “El rafaliyo”, mi abuelo fue
nombrado por unanimidad -excepto “El Rafaliyo”, claro- como nuevo encargado del
“ministerio” de Alimentación.
Una fotografía muestra el cambio que se
produjo.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo. En ella se ve a mi abuelo junto a la “dekauve” que utilizaba el
“Ministerio de transportes”. Jamones, chorizos y morcillas aparecen por todos
lados. Sacos de garbanzos, alubias y lentejas se amontonan en el suelo. En una
esquina se pueden ver garrafas de aceite de oliva. Pero sobre todo destacan
treinta y cinco cajas, de veinte botellas cada una, de “Coñác Soberano”.
Detrás,
con la difícil caligrafía de mi abuelo: Ministerio
de Soberanía Alimentaria le
pusimos.
Guardo
esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me
acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.
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