martes, 31 de julio de 2012

Primeros pasos.


dromegalos dijo:

Primeros pasos
Los primeros pasos de la nena, sin una mano que la sostuviera en ese equilibrio inestable de edades tempranas, los dio en la calle de Alcalá. Muy cañí. La terraza del Círculo de Bellas Artes era un lugar idóneo para ver pasar a la gente. Siempre me gustó observar, y hacerlo en semejante escaparate un día lluvioso, con un descomunal toldo protegiéndonos del calabobos, nos pareció un plan apetecible. 
Pero ese no era el día de mirar a otros. El camarero, un hombre de edad cercana a su jubilación, había decidido dar una lección de abuelo primerizo a aquellos padres inexpertos y sobreprotectores. Sus sienes plateadas a lo Gardel lo avalaban, y tras comenzar a hacer gracietas a la pequeña L, la animó con los brazos abiertos a echar el vuelo sin manos. Ella, en ocasiones bebé coraje, no se lo pensó mucho y se lanzó al peligro. Fueron cinco, quizá seis pasos. Hermoso. Quedó grabado en mi mente y no sé porqué lo recordé hoy. Todo hubiera sido idílico, si aquel camarero no se hubiera encontrado tan ocioso como para dedicarnos la hora que allí estuvimos en impartir su lección magistral sobre la paternidad responsable. Tremenda paliza. Como dice mi suegra, en la vida se puede ser de todo menos pesado. 
Quiso el destino que aquel sirviente no se contentase con un paseito, y cual entrenador aplicado, mantuvo a L en plan peregrina hasta que, ¡oh! que sorpresa, fue a dar con su cuerpecito en la moqueta empapada y pisoteada, dejando el abrigo blanco hecho un cromo. En compensación por lo primero, decidí no recordar en público a todos sus antepasados, y cogí a la pequeña para que se quedara un rato en el improvisado vestuario entre sillas de terraza. 
Pero el palizas nace palizas, crece palizas y, lo que es peor, se reproduce en nuevos palizas. De morirse nada. Y así continuó el “mozo”, sin el menor asomo de rubor por la pifia, repartiendo consejos, que tan ávidamente solicitábamos los padres de la criatura.
Mi mente es limitada, y soy de la estúpida creencia de que cuando algo entra por un oído, otra idea, pensamiento o imagen sale por el otro y se pierde. Por ello selecciono perlas como la que nos dejó, la única que guardo del tremendo sermón que recibimos. Por lo visto su nuera germana era de la curiosa creencia de que el aseo con baño diario arruinaba el pH de la piel, por lo que más enjabonado que a días alternos era todo un exceso. Repliqué, eso sí para mis adentros no fuera a iniciar una insufrible perorata de horas, que ya podría habérsenos pegado de los alemanes cualquier otra otra cosa menos esa.
Nota: el bar interior de la cafetería, estupendo. No dejen de visitarlo. 


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