domingo, 9 de diciembre de 2012

No se encontró a nadie.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos la vez que fue y no se encontró con nadie.
Mi abuelo siempre fue muy hombre, en el sentido masculino de la palabra. Es decir, que nació con lo que nació y lo utilizo (vaya si lo utilizo: ocho hijos tuvo) para lo que se supone que hay que usarlo: mear de pie, activar el acné juvenil y multiplicar con llevadas). En algún momento de su vida pensó que aquello no funcionaba correctamente; pero claro, con noventa y ocho años, lo que le pasaba era que le fallaba la vista. Así que decidió, por primera vez en su vida, acudir al oculista para ver si podía elevar “la moral” de mi abuelo.
- A ver, ¿que letra es ésta?
- Oiga, que yo aquí he venido a mirarme los ojos, no a un examen de literatura. Y si hace el favor de acercar un poco el cartelito a lo mejor se lo digo.
- Siéntese ahí, y cuando vea perfectamente las letras me lo dice.
- ¡Coño! ¡Qué bien se ve! Pero no tendré que ir por la calle con el pedazo maquinón este ¿no?
-No, tranquilo. Este aparato es para graduarle la vista, después le haremos unas gafas a su medida.
- ¿Y con esas gafas se me levantará?
- ¿Cómo?
- Verá doctor, yo no necesito las gafas para la vida cotidiana; yo las necesito para poder observar a las “zagalas” y así… ya sabe… Que pesar no pesa mucho, que se levanta con el pensamiento pero mi problema es que últimamente me falla la memoria.
Mi abuelo quedó encantado con las primeras y únicas lentes que utilizó en su longeva vida. Así que inmediatamente compró el periódico y consultó la cartelera de cine buscando algún film con el que comenzar el tratamiento a su problema de falta de rigidez. Lo encontró en el cine “Moscú”, el cual estaba especializado en proyectar películas subidas de tono; y como de subir se trataba…
La película prometía: La sábana peligrosa.
Mi abuelo compró la entrada para la sesión de las cinco y media que solía ser la más frecuentada, ya que aunque a bueno no le ganaba nadie, a canalla tampoco, y anda que no iba él a presumir delante de todas aquellas personas de su masculinidad.
Cual sería su sorpresa cuando tras entregar la entrada con gesto altivo al portero del cine, sentarse en su butaca y ponerse los “quevedos” comprobó que él era el único asistente.
Mi abuelo vio la película totalmente solo y no se marchó a la mitad porque era muy mirado para el dinero y la entrada le había costado 75 pesetas.
Una fotografía muestra la salida de mi abuelo del cine “Moscú”.
En ella se puede ver el frontal del local. Este es un edificio bajo y alargado. Sobre él se pueden observar a modo de decoración, tres torres coronadas con cúpulas parecidas al kremlin en la Plaza Roja de Moscú. Mi abuelo observa detenidamente, con sus anteojos puestos, el cartel de la película que acaba de ver.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo:
-La película se titulaba: La “sabana” peligrosa. Era un documental sobre África. Con razón no me encontré con nadie.
-Con otras películas funcionaron las gafas.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.


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