domingo, 9 de diciembre de 2012

Nacido de las aguas.


Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos la salida de la esclavitud de su pueblo.
El parto fue difícil. Una matrona aficionada, mi bisabuela por supuesto; unos paños limpios, un cubo de agua y un viejo colchón situado en el centro de un pequeño cuarto de una, también pequeña, vivienda destinada a los trabajadores de la Finca “El Piojoresucitao” fueron los únicos testigos del alumbramiento del que llegaría a ser famoso en las plazas de toros de España –de Franco en aquella época-. Mi abuelo nació de nalgas y resultó realmente complicado el alumbramiento; no solo por sus cuatro kilos y medio, sino por que en la cabeza llevaba ya el “castoreño” –sombrero típico de los picadores de toros-.
-Es un niño –dijo la comadrona mientras cortaba con cuidado el cordón umbilical-. ¡Y muy grande… en todo! (Yo también heredé ciertos grandes atributos de mi abuelo y lo digo sin presumir, que conste).
Una vez lavado fue puesto en brazos de mi bisabuela, que mirándolo con cariño dijo: -Tú no sacarás de la esclavitud-.
Mis bisabuelos no estaban dispuestos a que su hijo pasara por las penurias diarias en que se encontraban todas las familias que trabajaban para Farasbinto Ontinyent –más conocido como Fara-ón, en los ambientes labriegos- y que se consideraban como un pueblo en la esclavitud.
Decidieron endosárselo a la hija de Fara-ón. A esta la llamaban “La señorita”: catalana de Sitges, de lujo, muy sexy y con unos precios bastante asequibles ( 60 – 90- 60 reales). Todas las tardes solía ésta dar un paseo por la orilla del Guadalquivir para que pudiera expresar su aerofagia sin tener que gastarse una “pasta” en ambientadores. Mi bisabuelo metió al futuro picador en una cesta de mimbre que se utilizaba para la recogida de plátanos en la finca -como no había ningún platanero en dos mil kilómetros a la redonda, estaba prácticamente nueva-, y lo depositó sobre las aguas del río, dejando que la corriente llevara al futuro caudillo hacia donde la “señorita” observaba, con los ojos abiertos, el caer de la tarde. ¡Los tres ojos tenia abiertos!
Los labradores de las cercanías miraron al cielo pensando que una tormenta se avecinaba, pues se oían truenos a lo lejos, pero era “la señorita” que, al ver la cesta descender corriente abajo, había echado a correr hacia ella con el consiguiente estruendo a cada paso que daba.
Mi abuelo pasó a formar parte de la familia de Fara-ón. Como la “señorita” solo tenía mala leche, buscaron un ama de cría entre los trabajadores que lo amamantara y mi bisabuela se ofreció voluntaria. Así pues, el picador fue criado por la madre que lo parió.
El niño creció fuerte y robusto ya que fue bien cuidado y alimentado, y tan mimado que a la edad de cinco años le regalaron un pony. Se agenció una vara de avellano y comenzó sus primeras prácticas del que terminaría siendo su oficio. Acostumbraba el canalla -¿no les he dicho alguna vez que mi abuelo era un poco canalla?- a realizar sus primeros pinitos como picador de toros cerca de las cocinas de la finca.
Una fotografía muestra uno de aquellos gloriosos momentos.
Mi abuelo, con sus escasos seis años monta su pony en el obrador. Sobre este reposan las porciones de masa que el panadero ha preparado para hornear unos ricos buñuelos de viento. Mi abuelo tiene en la mano la vara de avellano con uno de los postres ensartado en la punta.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo.
-Sabía que había nacido para ser picador de toros.
-Yo inventé los “Donuts”
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


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