domingo, 9 de diciembre de 2012

Relaciones internacionales.



Mi abuelo también fue picador.

En los últimos años de su vida nos contó a los nietos sus relaciones internacionales.
Mi abuelo siempre pensó que el arte del toreo no solo debía de circunscribirse a su muy querida España, sino que había que intentar que otros países pudieran disfrutar de tan noble fiesta, y comprobar el triunfo del género humano, con capacidad para razonar – aunque en muchos casos no se diera el caso-, sobre el género animal que, privado de razón, solo se movía por sus bajos instintos.
“El Cojo” y su cuadrilla decidieron ser pioneros en la exportación de la fiesta nacional a otros países; y, aunque andaban un poco escasos de “posibles”, contactaron con varias embajadas extranjeras para ofrecer sus actuaciones, pagadas eso sí, que aunque uno tenga inquietudes expansionistas, gilipoyas no es.
Su primer contacto fue con el embajador de Portugal, D. José Mouriño Soistodosimbeciles. El embajador fue receptivo a la idea, pero les impuso la condición de que el toro no debía ser sacrificado en la plaza, ya que su legislación les impedía el maltrato animal, y que incluso al bacalao, animal muy apreciado culinariamente en su país, se le practicaba la eutanasia antes de formar parte de un menú del día de dos escudos. En vez de matar al toro, y ya que se trataba de una fiesta, se formaría una “conga” con el morlaco. Debido al poco raciocinio del animal, este, en vez de ponerse a la fila se empeñaba en colocarse el primero pero en dirección contraria, ante el estupor de los esforzados integrantes de la fila – de ahí el nombre de ForÇados-. Lo cierto es que la fiesta no era lo mismo, pero hay que reconocerlo: los portugueses son unos ilusos.
Tras la buena acogida en Portugal decidieron realizar la misma oferta al embajador francés D. Allons Enfant Delapatrie. Fue acogida con ciertas reservas la proposición, pero al ver la fotografía que “EL Cojo” le mostró en la cual se podía apreciar que del traje de luces, a la altura de la ingle derecha, sobresalía un bulto realmente considerable, el embajador, suspirando de manera lasciva, dio el visto bueno. Ya se sabe que la mitad de la población francesa es femenina, y la otra mitad, de lejos parece y de cerca no cabe la menor duda.
¿Y por qué no llegar más lejos?
Como en aquella época no había embajador ruso en España, ya que parece ser que a Franco no le gustaba la ensaladilla de ese país, y de la estepa lo único que apreciaba eran los polvorones, decidieron contactar con alguien cercano a dicho país. El elegido fue un catalán que decía que había ido una vez a Rusia y que tenía una foto en la Plaza Roja. Su nombre era Arturo y algo “Mas”, pero según mi abuelo no era muy de “piar”, aunque tenía pinta de ser un buen pájaro.
Fue difícil, ya que cada dos por tres estaba celebrando la Diada y viajando por ahí buscando apoyos para no se qué historia rara de una invasión de España a Cataluña.
Con este no hubo nada que hacer. Decía que estaba en contra de los toros, que iba a cerrar la Monumental de Barcelona y que lo único con cuernos que entraría en “Els Països” serían los “cargols” con pan tumaca.
Una fotografía muestra el momento de la despedida entre Arturo y algo “Mas” y mi abuelo.
En ella se puede ver al catalán alargando su mano derecha hacia mi abuelo para despedirse, mientras este, precavido, se lleva la suya hacia su mano izquierda.
Detrás, con la difícil caligrafía de mi abuelo:
Este era capaz de robarme el reloj.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.

Sí, mi abuelo también fue picador.


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