sábado, 29 de marzo de 2014

Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza(9).

Andoni dijo:
Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza.
Dentro.
El celador nos abrió la puerta de quirófanos y nos invitó amablemente a pasar. Lo miramos asombrados, ya que la última vez que alguien con uniforme gris nos había tratado con tanta deferencia fue en Checkpoint Charlie, el paso entre el Berlín Este y Oeste, cuando dos tipos vestidos de militares americanos nos invitaron a realizarnos una foto, al módico precio de un euro (creo que ahora cobran dos euros si te ven con cara de guiri hispánico), y encima nos regalaron un vale del 10% de descuento por la compra de un Happy Meal en el Mc Donalds de al lado.
Pasamos al interior de un pequeño habitáculo, antesala del quirófano, donde nos entregó una especie de gorrito elástico de tela.
-Póngaselo en la cabeza –nos dijo.
-Ah, ¿es que primero vamos a la piscina? –le preguntamos nosotros.
- Es por higiene.
-Pues eso, como en la piscina.
- No, es por higiene del quirófano. Para que no se contamine-.
Menos mal que nos habíamos afeitado la barba hacía unos días que si no nos encasqueta otro en el morro a modo de bozal. Después nos ofreció otros dos elásticos más pequeños.
-Estos son para los pies.
- Esto está muy bien pensado – le dijimos.- Así no queda rastro de sangre en las uñas de los pies-.
Nos miró como raro y después de comprobar que estábamos en perfectas condiciones abrió el patíbu…, la puerta del quirófano.
Era amplio y muy bien iluminado, de paredes color verde esperanza y un detalle que me pareció muy acertado: no tenía ventanas. Es que no me parece de recibo que estés ahí metido, con un montón de desconocidos usando tu cuerpo a su antojo, cual prostituta de bajo estanding, y veas a un tipo asomándose por la ventana a ver lo que se cuece dentro. Tengo que reconocer que por lo menos, en ese aspecto, son discretos.
Dos batas verdes femeninas, con su casquetito en la cabeza, un bozalito blanco tapando su boca y guantes, también verdes, en sus manos levantaron la cabeza al acercarme a una mesa que había en el centro. Una de ellas, que estaba afilando lo que a mí me pareció un cuchillo jamonero, me dio los buenos días; la otra me preguntó:
-¿Qué brazo es?
- ¡Como me operéis de un brazo os pego un rijostio con el otro! – le respondí yo, el oscuro.
- No te pongas así, Carlos. Ya verás como ni te enteras.
- ¡Oiga, que yo no me llamo, Carlos! ¡Que el tal Carlos debe de ser el pintor de pasos de cebra que hay ahí fuera!

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