viernes, 3 de enero de 2014

Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza.(6)

Andoni dijo:

Crónica de una operación de cadera anunciada visto desde el lado oscuro de la fuerza.
El pre-operatorio.
La puerta se cerró tras nosotros y dejamos de oír el murmullo de las mujeres rezando el Rosario. Mi madre lo rezaba pidiendo para que la mano de Dios guiara sabiamente las idem del cirujano; mi cuñada para que el anestesista acertara con la dosis adecuada; la pescadera para que el quirófano estuviera perfectamente aséptico y nuestra suegra… sí, creo que nuestra suegra pedía algo, pero mejor no saber el qué.
La bata rosa del culo potable nos acompañó hasta un pequeño habitáculo rodeado por cortinas verdes en el cual había una cama con ruedas. Había varias camas con sus respectivas cortinas. Lo llaman “boxes”. Como hacía calor y no habían dado probabilidad de lluvia les pedí que me pusieran ruedas blandas de seco; petición, que por cierto, fue ignorada por la enfermera jefe.
Al entrar en la celda monacal, que tal parecía dado el tamaño, la bata rosa nos indicó:
-Desnúdese completamente y póngase este pijama.
El “pijama” resultó ser una bata azul de tejido de sábana con dos mangas cortas y una sola abertura, de arriba abajo, con tres cintas para su posterior atadura. Vamos, como una camisa de fuerza, pero para pesos mosca.
La señora Neotenmeyer recogió la camisa hawaiana, el pantalón de mil rayas, los calzoncillos “bóxer” (caramba, qué coincidencia), los calcetines de rombos y las zapatillas de rejilla, y los guardó en una pequeña bolsa de deporte que traía para tal menester (tengo que reconocer que es una mujer muy precavida). Intentamos ponernos el pijama. Primera duda: ¿La apertura para atrás o para adelante? Nos la pusimos para adelante; para atrás era imposible atarse las cintas.
La bata rosa entró y al vernos de aquella manera nos corrigió:
-Se pone al revés- y volvió a salir.
Vestidos correctamente, pero sin abrochar, nos tumbamos en la cama rodante y al poco volvió a aparecer nuestra auxiliar favorita (ya casi era de la familia). Al ver el anillo de matrimonio en nuestra mano derecha nos indicó:
- Quítese todos los objetos metálicos- y volvió salir.
Le pusimos de mote “La culo, en acción precoz”, ya que no acababa de entrar cuando ya estaba saliendo. Nos quitamos el anillo, la cadena, el crucifijo… el cortauñas, el mechero… y la herradura de la buena suerte que llevábamos en el tobillo derecho. La señora Neotenmeyer los guardó en su bolso al lado del móvil, los pañuelos de papel, las aspirinas, el gelocatil, el pintauñas, el frasquito de colonia, las llaves, la lima de uñas, una plancha de viaje y unas bragas de repuesto (ya les he dicho que es una mujer precavida).
“La culo”, cariñosamente hablando, volvió a entrar, pero esta vez llevaba una filomati en la mano. Me levantó las faldas sin ningún pudor y… pegando un grito salió corriendo. Nos quedamos sorprendidos. Es cierto que estamos dotados estupendamente, pero creo que la reacción al ver nuestro más querido apéndice fue bastante exagerada.
Dos celadores, de gris (como la Policía Armada), entraron a los pocos instantes alertados por los gritos histéricos de nuestra bata rosa. Uno de ellos traía en sus manos un extintor y otro un bate de beísbol. Nosotros, asustados preguntamos:
-¿Qué ocurre?
- No se mueva- nos contestó el del bate de beisbol, mientras levantaba con la mano izquierda el pijama. -¡Pero, por Dios! ¡Cómo se le ocurre! Exclamo.
-Oiga, en algún sitio me tenía que colgar mi patita de conejo de la buena suerte -le respondí. Además, no es de metal, que la tengo atada con una cuerda.
Una vez aclarada la situación, y repuesta del susto, la batita rosa (ya es que le habíamos tomado cariño) nos afeitó desde la cadera hasta el muslo. Lo que es el centro centro, con lo que habitualmente pensamos, ni lo tocó. Segunda duda: ¿No lo hizo porque no era necesario o es que aún le duraba el pánico?

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