martes, 3 de diciembre de 2013

Historia de Bernadino de Bragamonte y Calzónquitao (5)


La relación entre Argamasindo y Casquivana, padre y madre respectivamente de Bernadino, no estaba legalizada. En aquellos años finales del siglo XV no estaba bien visto entre los vecinos toledanos que dos personas de diferente sexo convivieran bajo el mismo techo, entre las mismas paredes, y una encima de otra en noches de apareamiento, sin haber pasado por el sacramento del matrimonio. Una cosa era el “Aquí te pillo, aquí te la hinco” pagando el maravedí correspondiente, y otra el “Te la hinco, sin pagar ni cinco”; fórmula a la que se acogía Argamasindo tras apiadarse de su “hijo de puta” Bernadino y de su puta madre Casquivana. Es cierto que el zagalillo tenía toda la pinta de ser fruto de las arremetidas que le pegó a la susodicha en el camino de Cebolla, pero una cosa era aprovechar la subida del muerto para descargar, que cargar con el muerto toda la vida. Y los vecinos ya comenzaban a hablar y murmurar. Sobre todo a hablar… y a murmurar.
Argamasindo no amaba a Casquivana y esta no lo podía ni ver; pero ante la disyuntiva de verse en la calle, con un chiquillo agarrado de las ubres, era mejor abrir las piernas todas las noches y cerrar la boca durante el día. Así que, aunque lo que se dice cariño no había, decidieron de mutuo acuerdo, y para evitar situaciones vecinales comprometidas, buscar un sacerdote que les uniera en una sola carne, aunque esta fuera escasa y llena de gusanos.
Argamasindo, en su oficio de aguador en la calle Las Moscas, había coincidido varias veces con un monje franciscano que por allí predicaba y al que en arrebatos de humildad cristiana, cada vez que se cruzaba con él, le lanzaba tres “lapazos” en la cara para mayor gloria de San Francisco, buen alivio flemático de Argamasindo y mejor refrigerio del fraile. De los salivazos pasaron al saludo con inclinación de cabeza y, como una cosa conlleva a otra, una mañana se dieron los buenos días. Él fue el elegido por Argamasindo para que realizara su unión marital con Casquivana. Éste, Fray Casto Urdiales de nombre monacal y natural de Torrelavega, aceptó encantado dicho ofrecimiento para mayor gloría de Dios, y aceptó también los diez maravedíes que Argamasindo le ofreció para mayor gloria de la escasa economía de la Ermita de La Virgen de La Bastida; lugar donde, más que residir, se confundía con el polvo del camino que llevaba a ella.
Hacía años que se había cambiado el hábito de celebrar el sacramento esponsal en la casa de los contrayentes y se había trasladado al exterior de una iglesia o lugar sagrado, así que se decidió que el lugar elegido fuera el pórtico de la ermita.
Los monjes franciscanos que residían en aquel pequeño templo de la carretera de Argés recibieron con alegría la noticia y, para mayor gloria de La Bastida y de la Virgen, se presentaron en la fecha indicada y a la hora acordada con todos sus franciscanos hábitos recién pasados por el suelo de los chiqueros adyacentes. Fray Almunia de doña Godina, natural de Calahorra, dechado de virtud, caridad, fe y esperanza mantuvo el suyo en adobo durante tres días en la letrina principal (la letrina secundaria era el pinar); acto de tal humildad por el que fue ascendido a los altares tras el Concilio de Trento en el siglo XVI.
Un 9 de Noviembre de mil y cuatro y cientos y ochenta de nuestro señor se encontraron ante la Ermita de La Virgen de La Bastida: Argamasindo, Casquivana, los monjes franciscanos con sus hábitos rebozados en caldo de cerdo, Fray Almunia de doña Godina con su adobo natural humano y como oficiante del acto Fray Casto Urdiales; personajes tales que no se podía negar que allí se paladeaba olor a Santidad en cantidades apocalípticas.
Fray Casto, que en este acto sacramental era novato, por no decir novicio, y no tenía muy claro los pasos a seguir imploró al Espíritu Santo. Este (El Espíritu Santo) acudió raudo a la llamada, a pesar de ser el Paralítico, e insufló sus siete dones sobre Urdiales. El de Torrelavega vio los cielos abiertos y a los ángeles descendiendo por la escalera de Jacob y supo, en un pestañear de ojos, el rito a seguir.
Os voy a hacer dos preguntas –dijo el fraile a los contrayentes-.
-¿Queréis cambiar de estado?

-En caso afirmativo ¿Queréis que ese estado sea independiente del que habéis tenido hasta ahora?
Argamasindo y Casquivana, aturullados por el momento sublime, acojonados por el que dirán, y no teniendo ni repajolera idea de lo que decidían, dijeron que sí a ambas cuestiones.
Fray Casto Urdiales, que sí sabia que la formula de unión matrimonial había cambiado, los casó con el : Yo os uno en el nombre de Dios.
De aquesta manera tan plural, por no decir singular, se formalizó el matrimonio de los progenitores de Bernadino de Bragamonte y Calzónquitao.

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