martes, 3 de diciembre de 2013

Historia de Bernadino de Bragamonte y Calzónquitao (VIII)


Andoni dijo:
Historia de Bernadino de Bragamonte y Calzónquitao.
Los primeros años de vida de Bernardino, aunque él no muy consciente de ello, fueron duros y sobre todo oscuros, muy oscuros. No solo resultaron ser de aquesta manera debido a la precaria situación económica de Argamasindo y Casquivana (sus progenitores), sino a que el chaval, que no es que tuviera pocas luces, a su condición de hideputa sumaba una ceguera de nacimiento; lo que conllevaba ciertos problemas de movilidad (y sobre todo de visibilidad) por las calles de aquel Toledo de finales del siglo XV.

Bernadino era ciego e hideputa, pero pronto demostró que había salido del útero materno “espabilao” a más no poder. A los ocho meses dio su primer paso, y viendo (es un decir) el ostión que se metió en la frente con una mesa camilla (utilizada por la familia para menesteres tales como apoyadero de trastos varios; mesa de comer, cuando se podía; y hasta tálamo puteril en los días que eran contratados los servicios desfogadores de Casquivana por el patriarca de una familia gitana de enanos saltimbanquis) no volvió a dar el segundo hasta los dos años y medio.
Pero aconteció que una vez dado este siguiente paso, Bernadino se la volvió a pegar. Esta vez no fue la mesa camilla (o sí), sino que se dio un buen viaje contra un arado romano perteneciente a Antonino de Palamós, natural de Babia. Antonino cumplía en aquellos momentos, con gran ímpetu, por cierto, con el aprovechamiento acordado con Casquivana de a un maravedí el rato y había dejado el arado que utilizaba de roturador de campos a tiempo parcial, apoyado en la parte trasera de la casa (por llamarle casa a la gatera donde vivían).
Bernadino, solo como siempre, había salido en busca de aventuras y de algo que llevarse a la boca, ya que pasaba más hambre que Nuestro Señor en el desierto. Como la única compaña que tenía eran los felinos callejeros de las calles de Toledo que acudían todas las mañanas a la gatera, creyéndose un gato, se arrastró a cuatro patas, oído atento y olfato afilado hacia el exterior. Sus patas delanteras descubrieron el arado, el oído le indicó que no se hallaba nadie presente y el olfato localizó aromas a remolacha; así que se tiro un buen “cuesco”.
Quiera el destino, la suerte o quién sabe qué, Bernadino apoyó lo que creía sus cuartos delanteros (o sea, sus manos) sobre el arado. Aferró el timón con fuerza, y realizando un pequeño esfuerzo se elevó. El chaval, en perfecto equilibrio, creyó que estaba bien posado sobre el suelo y dio un paso con la pata derecha. No pasó nada. Avanzó la izquierda y se dio contra el dental (la reja) perdiendo el equilibrio. Cayó otra vez hacia el suelo, con tan mala suerte que su frente chocó contra las belortas metálicas que sujetan el arado al timón saliendo trastabillado un par de metros.
Quiera el destino, la suerte o quién sabe qué, fue a parar a escasos centímetros de las ancas traseras de Torcuato, la acémila que utilizaba Antonino de Palamós, natural de Babia, en sus labriegos menesteres. Bernadino no gritó, no había dicho en su vida palabra alguna: los gatos no hablan, dicen miau.
Y esa fue la perdición de Bernadino. En cuanto su cuerpo rebotó contra la dura piedra, soltó tal maullido que despertó a medio vecindario, cuarto y mitad de vecindario del barrio vecino y, lo que es peor, asustó al mulo que, en viéndose atacado por una jauría de tigres de Bengala, lanzó una coz paralela hacia atrás. La hostia fue de órdago y señor mío. Bernadino recibió el impacto en todo el pecho y fue lanzado directamente al interior de la vivienda, yendo a parar encima de la mesa camilla. En aquellos precisos momentos Antonino embadurnaba de harina a Casquivana y como se le salía un huevo por la parte derecha del calzón, más que retozar, parecía que estaban rebozando. A Antonino se le bajó todo de golpe, hasta la levadura. Casquivana pegó un grito y Bernadino dijo su primera frase.
Bernardino era ciego, pero no era sordo. Noche tras noche había escuchado, en boca de su madre Casquivana, el constante reproche que esta realizaba a su marido Argamasindo cuando este regresaba, en deplorables condiciones, de su diario trabajo. Argamasindo era aguador en la calle de Las Moscas. Recorría arriba y abajo dicha calle con sus dos botijos, que ofrecía a los sedientos paseantes a un ochavo el trago del botijo derecho y dos del izquierdo: el derecho contenía agua, el otro un vinazo malo. Como el agua limpia era más preciada que el mal vino en aquella época, Argamasindo solía vender pronto el contenido del botijo derecho y se trasegaba él solo el izquierdo. Resultado: llegaba todas las noches con una borrachera de espanto y “meao” de arriba abajo.
Casquivana, en cuanto lo veía aparecer pegando tumbos de esquina a esquina y con menos equilibrio que un sordo en un tendedero, siempre soltaba la misma cantinela: Ahí viene… No tienes remedio… Siempre que te mamas te empapas.
Y parte de esta cantinela fueron las primeras palabras que Bernadino pronunció: Te mamas y te empapas.
Se hizo famosa en el barrio y comenzó a utilizarse como coletilla, sobre todo en los tugurios, burdeles, tascas, carnecerias y tabernas de los alrededores. Del barrio pasó al resto de la ciudad, y de la ciudad se extendió por todo el Reino. Años más tarde, el mismo Bernadino la llevaría, enrolado en la Pinta, hacia el Nuevo Mundo; por lo menos así aparece en su curriculum.

Con el paso de los siglos ha llegado a tal extremo su popularidad que hasta un grupo Folk de California se denominó así: The mamas & t´empapas.

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