domingo, 17 de enero de 2016

Querella.

Querella.
“El cansancio y la falta de esperanza hacía mella, cada día que pasaba, entre aquellos que aún se mantenían en pie. Incluso Olaf parecía cansado y abatido. No es de extrañar que surgiera la primera querella. Tolland, hijo del antiguo jefe de la aldea, y dos años mayor que Olaf, ya había mostrado ciertas reticencias ante el liderazgo de aquel mequetrefe que dirigía a los que creía, por derecho de linaje, sus súbditos. Aunque no había conseguido ningún apoyo en los instantes posteriores al desastre, debido a su mal carácter y crueldad, cada día eran más los que se arremolinaban a su alrededor buscando quizá otra salida a la situación. Una fría tarde, cuando la niebla había ocultado el débil sol que apenas los había calentado durante su cotidiano peregrinar ocurrió lo inevitable.
–¡Olaf! –gritó Tolland, apenas a unos metros.
Este se volvió despacio, sin apenas alterarse, aunque su mano derecha se enrojecía a medida que apretaba con fuerza la empuñadura de su alfanje.
-¿Qué quieres? –le respondió con voz cansada y mirándole a los ojos, como siempre hacía cuando de algo importante se trataba.
-Ya es hora de que dejes que alguien con más valía se haga cargo de esta desastrosa situación-. Y levantó su arco hacia él.
-¿Y ese alguien eres tú? –preguntó en alta voz, mientras elevaba la mano derecha y apoyaba el alfanje sobre su espalda-. ¿Una mierda de rata tísica, se cree capaz de sacar a lo que queda de este pueblo de una muerte segura?
La flecha surgió de repente del arco de Tolland. Olaf se inclinó hacia su izquierda lanzando el alfanje. Tolland, desprevenido, solo tuvo tiempo de dirigir sus ojos hacia su pecho y ver la empuñadura de la espada que atravesaba su corazón. Olaf se mantenía en pie, ligeramente escorado sobre su lado izquierdo. En su pierna se podía ver clavada la flecha. Corrí hacia él y me miró a los ojos, como siempre hacía cuando de algo importante se trataba. –Corta el astil y deja el resto dentro –me dijo. Ya sanará.”

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