domingo, 17 de enero de 2016

Seguimos.

Seguimos.
Corté el astil de la flecha, me quité la sucia camisa que llevaba puesta desde que abandonamos la aldea, la rompí y con ella vendé lo mejor que pude la pierna de Olaf. Me miró a los ojos, como siempre hacía cuando de algo importante se trataba, y me dijo:
-Nunca faltará una camisa para cubrir tu torso. Nunca te dirán que eres un perdulario.
Asentí, sabiendo que sus palabras se cumplirían.
-Tráeme el carcaj de Tolland.
Fui a por él. Tolland se hallaba boca abajo, con el alfanje clavado en el corazón y parecía flotar sobre el charco que su sangre había formado en el frío suelo. Corté la tira de cuero que lo sujetaba a sus hombros y tiré con fuerza.
-Tráeme también mi espada –me dijo Olaf, observando desde el suelo la escena.
Me acerqué y le entregué lo que me había pedido. Asió el carcaj con su mano izquierda y el alfanje con la derecha. Se levantó y su figura formó una perfecta sinfonía con las montañas nevadas que se elevaban tras él; como formando parte de ellas.
- ¡O conmigo, o contra mí! –gritó hacia lo que quedaba de su pueblo.
El silencio fue la respuesta obtenida.

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