domingo, 13 de enero de 2013

La Guia Michelín


jachuspa dijo:
Uno de los secretos mejor guardados en el mundo –más que la combinación de la caja fuerte de Fort Knox- es la identidad de los inspectores de la Guía Michelin. He de confesarlo: además de remeros, en la soirée de Dª Maralhino, había un inspector de la citada guía gastronómica, quien confesó bajo tortura que también lo hacía para la Gault-Millau y además, era el negro del fulano que escribe de estos temas en el New York Times. Me quedé con la duda de si el pluriempleo era por necesidad o por no ir a comer a su casa a mediodía.
Lo descubrí casualmente debajo de un canapé de rabo de toro, fibrilando por la emoción y levitando por afición. Con voz entrecortada, a medio camino entre el acento cockney de Limehouse y el suburbial de Malasaña, decía: “Give me more, give me more”. La gentil dama que me atendía en esos momentos creyó que, o bien estaba intentando practicar inglés con ella, o era un pobre remedo de José Luis Moreno, y me sonrió. Ya solos los dos, me confesó que esto era comer y no las chorradas que había padecido en el Noma de Redzepi, donde tuvo que pedir ouzo para poder digerir tanto brote de soja y coliflor: “Vamos – sonreía-, que te entra el flato y tienes que dar las gracias y eso cotiza a 1.500 coronas danesas por cabeza”. Estaba cabreado el tipo y me temo que le va a costar alguna estrella a este garito. A mí me recordó algún que otro restaurante de postín –no citaremos nombres- que tienen una prosa ridícula y pueril en sus cartas, tan sólo al alcance de la estulticia de algunos de sus comensales, los cuales no entrarían a comer en ningún restaurante en el que los precios de sus platos estuvieran por debajo del porcentaje del IVA que te cobran, y donde he escuchado a algún comisionista de pedernal, pronunciar la palabra fricandó con un suave gusto a ladrillo en un francés gargarizado, cuando cinco minutos antes dudaba entre merluza o chuletón. Lugares donde comes el menú degustación y con la alfalfa del tercer plato dejan rebuznar a todos los comensales y lo publicitan como una perfomance; lugares que a veces tienen dificultades para distinguir los límites entre un aperitivo y un plato de verdura; lugares donde te cobran hasta por enseñarte la huerta de la tía Vitorina, donde la traca final es la presencia del chef vestido con uniforme de cocinero de paseo, que se diferencia de los babys de los niños por la farfolla de los alamares y por llevar el nombre del fulano bordado con hilo de oro y lapislázuli y donde, el objetivo final de esta visita no es otro que calcular con exactitud, la cantidad de vaselina necesaria para lubricar la factura que, en pocos minutos y con forma de misil tierra-Visa, va a impactar en tu mesa. Es una costumbre que está haciendo furor entre las madames de las casas de putas de postín y entre los proxenetas que ejercen al aire libre.
¡Qué tiempos aquellos en los que se iba a los restaurantes a combatir con saña aquel recio refrán castellano que decía “hambre que espera hartura, no es hambre pura”!. Sépalo usted Dª Maralhino, no sé cuantas estrellas le van a adjudicar en la próxima guía, pero he sabido que el Vaticano, en la próxima encíclica, no va a proponer a su casa como ejemplo de lo que viene siendo la templanza en el comer, el ayuno y abstinencia.

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