Teoría del involucionismo.
Desde que el primer mono decidió ponerse de pie y darse la vuelta para perpetuar la especie las cosas han ido de mal en peor.
Qué felices eran nuestros antepasados sin otra preocupación que quitarse piojos unos a otros.
Ni despertador, ni ducha, ni metro, bus o caravana para ir al curro se introducían en su descansado peregrinar diario.
Nunca un ¿hija, vas a tardar mucho? a la puerta del baño.
Un buzón lleno de cartas del banco era algo desconocido, a la vez que tranquilizador.
No había edad de jubilación… ¡Coño (con perdón), si es que no había jubilación!
Eso del estudias o trabajas para ver si pillabas cacho se sustituía por un “aquí te pillo, aquí te mato”.
No estaba el “Herrera” a las seis de la mañana llamándote camastrón y amargándote el resto de la jornada.
No tenían revista de prensa del Patrón. Vivían en la ignorancia y no había palabras para el mármol; pero es que tampoco existía La Argos, aunque algún remero por allí pululaba y no señalo a Luigi.
No había días festivos, ni puentes, ni semanas santas, ni navidad, ni belenes, ni mulas, ni bueyes ( Pterodactilos y Tiranosauriso Rex sí, pero como que no había forma de meterlos en una cuadra y que se quedaran quietos).
No existían los partidos políticos…¡ni políticos!; ni sindicatos, así que no había bares.
La prima de riesgo no había nacido, ya que Riesgo era zoofílico.
Grecia era España, y en Cataluña no dejaban entrar a ningún mono que no tuviera acento raro al gruñir.
En fin que cualquier tiempo pasado fue mejor, y al que inventó la rueda más vale haberle dado de ostias que, con su inventito de los cojones, puso la primera piedra para que comenzara el problema del paro.