lunes, 4 de junio de 2012

Didier y Chantal.


eltumbaollas dijo:
Salgo de casa con mi perro, alegre y combativo, saludo a las vecinas con mi mejor sonrisa y ellas me corresponden. Yo no tengo perro pero me gusta sacarlo a pasear. Un martes invité a un amigo a comer y como no tengo amigos no vino; comí solo y le hablé mucho, hasta le enseñé las fotos de un viaje que no hice aquel verano lluvioso. Fui al médico y allí fui una señora que se dolía de los huesos; al llegar a casa me miré en el espejo abominable (Borges) y volví a ser yo. Nunca hice negocios con putas pero llevo un putero dentro.
La conocí en un psiquiátrico de La Rochelle que se llama Pier Loti, por allí muchas cosas se llaman Pier Loti; entraba en mi habitación a la hora de la siesta y me enseñaba eso del sexo. Me tenían drogado con Aloperidol pero en cuanto la vi supe que era puta y que la deseaba. Después de mi alivio sexual y de la siesta nos daban descafeinado con galletas y zumo de brick. Luego salíamos a pasear la prostituta francesa y yo por los jardines del centro. Ella no estaba allí por puta si no por orden judicial después de que la pillaran conduciendo bebida. Allí los jueces no se andan con mamonadas, si eres reincidente te ofrecen susto o muerte que quiere decir que o te haces un tratamiento de desintoxicación o al talego; todos acaban en el psiquiátrico.
Yo estaba allí porque salí a buscar un gato con un perro que no tenía.
Una mañana ingresó mi gran amigo Didier, un anciano borrachuzo de barbas blancas y melena más blanca aun. Le dieron una paliza enorme en una Boite de la Isla de Olerón unos fachorros rapados porque tiraba los tejos a una negrita imposible. Tras varias semanas en el hospital de Rochefort lo mandaron al psiquiátrico para que yo la goce. El trío de la muerte nos llamaban los locos y los yonquis: la puta, el viejo y el español. Cada mañana, antes del desayuno, le daba un paquete de Lucky a Didier y un beso a Chantal, ellos me abrazaban y me sentía bien. Tras el desayuno, cada día, pedía permiso para salir al jardín con mis amigos y cada día las enfermeras me decían lo mismo: “No, espera aquí que el Doctor te llamará enseguida” y me llamaba. Una mañana blandeé y le reconocí que no tenía perro y que no buscaba gatos y todo acabó, me dio el alta y tuve que irme. Al día siguiente volví en horario de visita con dos cartones de Lucky y un bonito pijama para Didier. A ella le compré unas gafas de sol muy horteras pero ya no estaba. La noche anterior se había pegado con otra interna musulmana y la habían trasladado a una prisión: la musulmana había muerto. No me dieron referencias de dónde estaba ni me dijeron su apellido. La perdí para siempre. Si aquella noche yo hubiera estado allí aquella tragedia no hubiera sucedido. Didier falleció hace dos veranos en una residencia de Le Chateau d’ Oléron.
Voy a sacar al perro…


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