martes, 5 de junio de 2012

Discoteca Cerebros.


jachuspa dijo:
Corría el verano del año 38 AP (antes de Pachi); para ser exactos era el domingo 25 de julio de 1971, y en aquel valle de lágrimas se celebraban las Magdalenas, las fiestas patronales. En Rentería (Errentería, Orereta) había 3 discotecas: Penny Lane, Apolo y Cerebros; esta última desapareció pronto, para no desentonar con el ambiente.
El portero de la discoteca Cerebros era un miembro o ex miembro del milenario y legendario cuerpo de guardamontes, de sobrenombre “Culitos”. Era este un hombrón a quien yo conocía desde mi más tierna infancia; siempre le había mirado de abajo arriba, entonces porque era un chiquinino y ahora porque yo no pasaba de 1,65 m, pese a que pronto iba a cumplir 18 años. Culitos, era un prodigio de perspicacia, tal vez debido a los años pasados controlando caseríos y txerrijanas. En su nuevo empleo como portero, fiaba a su retentiva el control del personal que salía a tomar el aire durante las sesiones en la discoteca, y nunca daba contraseña alguna para poderla exigir al regreso. Debo decir que jamás pagué por entrar. Unía a su sagacidad una dulce voz de pito, que parecía que le habían dado de mamar por un chistu.
Como decía, era un 25 de julio, caluroso y venturoso, cuando nos decidimos a entrar por la grátula en el Cerebros. El método era sencillo y consistía en lo siguiente: durante la primera hora, tras la apertura de la discoteca, tomábamos, para hacer tiempo, un cubata en el July, de la calle Viteri, no muy lejos del garito; después, con la camisa por fuera del pantalón, las greñas al viento, el voltigeur, farias o ducados en la mano y mirando a cualquier lugar menos a Culitos, bajábamos más deprisa que corriendo, las escaleras de la discoteca. Ahora que lo pienso no sé bien porqué en Rentería nunca hubo boîtes, sólo discotecas, a diferencia de San Sebastián, donde sí las había y eso que está más lejos que Rentería de Francia. ¡ Ah, la grandeur, qué cosas!.
El momento de hacer acto de presencia, estaba bien escogido, pues durante la primera hora se bailaba la música rápida, por la que yo no sentía ninguna atracción; a mí lo que me gustaba, era lo lento. Creo que esta forma de bailar, a decir de mi hija, desapareció durante el período interglacial Mindel-Riss. Una pena, esto del progreso.
A mi baja estatura, en un país de machotes y neskas comme il faut, unía un escasísimo éxito a la hora de bailar arrimado; vamos, que no me comía ni el pan de una trampa, de lo que se derivaba, también, una escuálida autoestima. Pero estaba escrito que aquella tarde iba a marcar el resto de mi vida pues a las primeras de cambio, una bellísima muchacha accedió, afirmativamente, al preceptivo requiebro de ¿bailas?. Lo que sucedió después, paso a relatarlo a continuación.
Desde el primer momento sentí que me estaba enamorando; me lo decía mi corazón y la entrepierna. Además, la bella irunesa, me dijo que era de Anaka, desde el principio me permitía bailar cheek to cheek, lo que incrementaba cada vez más mi entusiasmo, entre otras cosas. Por eso, frente al silencio de los dos, me sorprendió que a mitad de la canción me preguntara:
- Oye, tú crees en Dios
Quedé estupefacto ante tan extraña pregunta. Había oído hablar de la forma de hacer proselitismo de los mormones, en aquella glaciación se les denomina protestantes, pero me extrañaba que intentasen aplicar sus técnicas en un lugar como Cerebros, adonde habían acudido, no me cabía ninguna duda, confundidos por el nombre. Ahora estaba claro el porqué un pibón como ese quiso bailar conmigo. Resoplé y me animé por fuera, pues por dentro no hacía falta y armándome de valor respondí:
- Sí, naturalmente que creo.
- Pues, anda majo, déjale sitio en medio.
Cuando me desperté, estaba tumbado en una camilla del Cuarto de Socorro de San Sebastián, con un papel entre mis manos firmado por el médico de guardia; decía el galeno, que había sido atendido de una crisis de ansiedad y de quemaduras de primer agrado en la zona inguinal.




3 comentarios:

  1. Nosotros íbamos desde Donosti los domingos por la mañana al Penny Lane.

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  2. Nosotros íbamos desde Donosti los domingos por la mañana al Penny Lane.

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  3. Le llamaban “culitos” por la nariz que tenía.

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