jueves, 7 de junio de 2012

La comunión.


jachuspa dijo:
Uno de los programas de la radio que más me gustaban era aquel que ponía en boca de Fernando Amezquetarra, un personaje vasco del siglo XVIII-XIX, una serie de anécdotas, o “susedidos” que provocaban la hilaridad de los oyentes. Nunca conocí al locutor protagonista de este espacio y mucho menos, a Fernando Amezquetarra. Patrocinaba este programa una Caja de Ahorros de la localidad cuyo objetivo quedaba claro en la cuña final: “hay que ahorrar, para gastar”.
Aquel locutor siempre me llamó la atención, me intrigaba; nunca conseguí imaginarme cómo era físicamente, ni tan siquiera la edad que tenía, a mí me parecía, por el tono de su voz, que estaba entre los cincuenta y la muerte, pero a lo mejor me equivoco. Tenía fama de tacaño, de muy tacaño. Cuando llegó el euro, a él le había caducado el dinero que tenía en la cartera. Eran unos billetes de 500 pesetas que había introducido, según dijo, durante el Plan de Estabilización. A él le hubiera gustado llevar el dinero como lo hacía su héroe, Jesús Gil, enrollado y sujeto con una goma; refrenaba su entusiasmo porque en San Sebastián, los menos consideraban a Gil un personaje zafio y obsceno y los más, directamente, decían que era más hortera que bailar con la música del telediario. Quizás hubiera cambiado de opinión, si hubiera sabido que la goma con la que Gil rodeaba los billetes era de Loewe.
En el transcurso de todos esos años, sólo tuvo que sacar uno de los billetes durante la comunión de un sobrino (aquel esfuerzo lo pagó caro y tuvieron que operarle a corazón abierto del túnel carpiano y además escayolarle el periné. No quedó bien, y estuvo en terapia psicológica muchos años). Quiso, como decía, dar al muchacho como regalo por su comunión cinco duros; le entregó el billete y pidió que le devolviera el cambio; lógicamente el niño iba corto de numerario y entre eso y que el pantalón del traje de la comunión, por ahorrar, carecía de bolsillos, le dijo que no tenía. Atrapó aquél al vuelo el billete y volvieron los 100 duros a la cartera; a la vez, unas lágrimas de alegría reprimida pero incontenibles, corrían por las mejillas del tío.
Cuando fue a la sucursal del Banco de España de la calle Garibay, el cajero le dijo que le era imposible cambiar esos billetes. Estuvo a punto de darle un derrame de huesos. El funcionario ante este panorama, le dijo, solucionándole el problema: “mire señor, cambiarle el dinero es imposible, pero aquí tiene la dirección del anticuario de Tita Cervera”.



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