miércoles, 5 de junio de 2013

Navidad.

Neo... dijo:

Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos cosas de La Navidad.
Era la primera Nochebuena que estaba solo. Nunca en su longeva vida había pasado una Navidad sin estar acompañado; y allí sentado, contemplando los recipientes que le habían dejado cada uno de sus ocho hijos para que cenara aquella noche, no pudo por menos que suspirar, agachar la cabeza y dejar que las lágrimas surgieran abundantes de sus gastados ojos.
-Me queda poco- dijo en un susurro, mientras secaba su tristeza con el puño de la camisa.
-¡Picador…!- se dijo para sí- Se te escapa la vida.
Mi abuela había fallecido pocos años antes y fue un duro golpe para él. Ni comparación con los recibidos durante tantos años por esas plazas de Dios – y de Franco en aquella época-. Pero mi abuelo era fuerte – aunque un poco canalla, eso sí- y la lucidez no le abandonó en ningún momento de su vida, ni siquiera en aquellos tristes momentos. Él tenía claro el sentido de su vida. Él sabía perfectamente para qué vivía:
-¡Para morir! Desde que nací, vivo para morir- contestaba cuando alguien le preguntaba qué pensaba al respecto.
Los primeros años tras la pérdida fue de hijo en hijo cual imagen de Patrona de pueblo que las beatas veneradoras -pagando religiosamente la cuota, claro-, tenían derecho de aposentar en sus casas durante un tiempo determinado. Pero este último año ninguno de ellos pudo acogerlo en su casa. Al parecer mueven mas dos tetas que dos carretas; y una barbaridad si estas (las tetas) son de suegra.
¡Bueno! -pensó- El cielo puede esperar. Y si no espera, que por lo menos me pille con el estómago lleno. Y Se dispuso a abrir la cena que sus hijos le habían preparado. Los recipientes que cada uno de ellos, preparados por sus respectivas eso sí, le ofrecían estaban envasados de forma anónima en claro signo de no realizar acepción de nueras. De todas formas no hacía falta que tomaran dichas precauciones: mi abuelo tenía a todas las arpías en el mismo concepto.
Las bebidas fueron fáciles de localizar: una botella no entra en un “Taper Ware”.
Una de ellas se encontraba envuelta con la portada de La Vanguardia: era de Cava “ Cordon Miu” de a 125 pesetas la botella en el Carrefour.
-¡Jodó, la Montserrat! Si que se ha estirado sí. Por lo menos la ha envuelto con una hoja de periódico y no con el papel del “bater” que manga en el Hospital-.
La otra botella estaba envuelta en papel de regalo de “El Corte Inglés”. Mi abuelo la desenvolvió con extrañeza. Aquello no era normal en la generosidad de sus nueras. Era de manzanilla “La Hina”, edición especial Expo Sevilla 92, muestra gratuita, prohibida su venta.
-¿De donde habrá sacado el papel “La Loliya”? Ah, claro, que viven cerca de una planta de reciclaje.-
Abrió lo que parecía contener …¿angulas? No, angulas precisamente no eran. Su ajito y su pizca de guindilla si parecían lo que representaban, pero…
-¡Leches! ¡Si esto son fideos! ¡Y con los ojos pintados a rotulador! Lucreccia, Lucreccia, Vosotros los italianos ¿a todo le metéis pasta?
La chuletilla de cordero más que propia parecía de la madre del cordero. Es que solo había una… y media dos palmos.
-Fuencisla, Fuencisla, cómo se nota que tu padre era pastor.
Lo que parecían anchoas del Cantábrico terminaron siendo sardinas de Santurce, ya que por el olor que desprendían no podían tener otra denominación de origen.
-Karmentxu, Karmentxu, cómo se nota que la última sardina que se pescó en “El Abra” fue a finales de los sesenta.
Otro contenía patatas… crudas y … ¿cómo lo diría yo…?¿Duras?
-Benahoare, Benahoare. Una cosa es que os gusten las papas arrugás, y otra muy distinta que las arrugas sean por octogenarias.
¡Una tableta de turrón! ¡Había una tableta de turrón!… No, era un ladrillo tabiquero.
-Florencia, Florencia, serás de Alicante, pero cómo se nota que tu padre era albañil.
Y por fin descubrió el postre: Una gran tarta de San Marcos, maravillosa, deliciosa, en su punto, fresca, del día… eso sí, también tenía su pequeño defecto.
Una fotografía muestra aquella escena:
Mi abuelo aparece en el comedor de su casa. Se ha vestido para pasar la nochebuena, como siempre, con su mejor traje de picador de toros. Sobre una gran mesa, vestida con un precioso mantel, está colocada, en perfecto orden, la vajilla y los diferentes vasos – agua, vino y champan-; la cubertería perfectamente situada y al lado del anfitrión una cubitera con la manzanilla y el cava. En una mesita auxiliar el menú: Angulas, anchoas del Cantábrico, papas “arrugás”, chuletillas de cordero. Sobre una bandeja de plata reposa el turrón y la gran tarta de San Marcos corona el centro… A esta le falta un buen trozo.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo:
- Será cabrón el condenao de mi nieto el mayor.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.

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