lunes, 12 de agosto de 2013

Apearse de la burra.

eltumbaollas dice:
Buenos días
hace tiempo yo también me apeé de la burra.
Así lo escribí hace mucho tiempo:
Compartíamos dos botellas de Johny Walker Green Label con un grupo de músicos Taarab a las puertas del Kibokoni Palace, un burdel de cinco plantas al que todos llamaban La Boite. Mi socio Zacarías, un angoleño de ochocientos metros cúbicos, reía y bailaba y pasaba la botella a los músicos mientras yo reposaba la embriaguez en una esquina donde los perros se aliviaban. Era, entonces, Mombassa una ciudad impertinente y el barrio de Kibokoni, junto al puerto, una entrada al infierno. Un blanquito acompañado de un gigante angoleño era algo muy tentador.
Entre la melopea atisbé un brillo que atravesó el cuello de Zacarías y su cabeza se descolgó hacía mí. Vi unos ojos rojos, de enajenado, y otro brillo que se dirigía a mí. Oí un estruendo en mi cabeza y sin venir a cuento me poseyó la calma, se distanció tanto que se transformó en visible. Vi mi calma y mis pensamientos se elevaban y los veía marear con el viento. Noté el levitar y oriné entre gozos. Era la Muerte, luego vino el frío y un aire denso que no se dejaba respirar. Pensé que mi socio Zaca tampoco podría respirar.
Sentí un inmenso dolor en mi cabeza y comprendí que no había muerto. Añoré la calma de la muerte próxima y maldije la vida de dolor. Abrí los ojos y no supe dónde estaba. Los cerré. El insoportable dolor y la sed me obligaron a abrir los ojos de nuevo. Estaba a bordo, lo que me pareció como estar en casa y me acordé de Zaca.
Me explicaron que Zaca, decapitado a machete, quedó en la morgue del Fuerte Jesús, que yo había recibido un machetazo en la cabeza que milagrosamente no fue mortal y que navegábamos rumbo a Puerto Victoria donde desembarcaría y tomaría un avión a Ciudad del Cabo y desde allí a Frankfurt.
Pensé en Zaca, el negro gigante, recordé la seguridad que me daba andar con un titán como él y como vi caer su cabeza. Reparé en que me faltaban una cadena con una cruz de oro que me regaló la tía Pruden en mi primera comunión y un Seiko de canarias que me compré una navidad solitaria. Lloré por todo.
Así me caí del caballo, necesitando de un titán acabado a machete y de un hombre como yo al borde de la muerte. Dejé de navegar, los burdeles y el scotch. Y me fui a Artea donde cultivo calabazas, pimientos y tomates. Y mi Alma vacía se comienza a llenar.

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