miércoles, 21 de agosto de 2013

Los tumbaneos ( VIII )

Los TumbaNeos dice:
Philargurio era muy suyo, aunque más bien podría decirse que creía que todo era suyo. El Ceo, con un ligero movimiento de rabo le indicó que era su turno. Se dirigió al atril pisando de puntillas para no desgastar los zapatos ¡Qué buenos le habían salido! Trescientas pesetas le habían costado en un baratillo de Villagarcía de Arosa y aunque lo que se dice de piel no eran, hacía más de diez años que funcionaba el euro y como nuevos. Se colocó frente a sus compañeros con un cuaderno de papel reciclado que había comprado en un chino a 0.20 céntimos y lo abrió. Se atusó el pelo y una nube de caspa cayó sobre sus hombros: el champú de 0.60 céntimos que utilizaba no era muy bueno, pero hacía espuma y era barato. Se apretó el nudo de la corbata, pero como no llevaba, por no gastar, se rascó una oreja. Acercó la vista al cuaderno. Como veía menos que un ratón de cemento, y unas afelú valen un huevo, le pidió prestadas sus gafas a Orgé que le dio un corte mangas. El Ceo ya se estaba impacientando. -¿Vas a comenzar de una maldita vez, Tópamí? –le gritó. El Ceo le llamaba siempre Tópamí por su tendencia a expropiar todo que podía.
En la cocina nuestro executive-chef recibía un sobre reventón del carnicero. Firmaba albaranes hinchados al carnicero y luego se repartían las ganancias. El pescatero, el frutero y hasta el de los recambios de la máquina de condones utilizaban el mismo método. Tenía el cocinero más peligro que Julián Muñoz firmando permisos de obra en el ayuntamiento de Marbella. Nuestra Susi hacía tiempo que conocía el tejemaneje y se apresuró a la cocina a por su parte del botín. -Que una será ex-mojigata, pero no gilipollas – pensaba para sí. Acumulaba las ganancias obtenidas y se las llevaba a casa en bolsas de basura, cual Maite Zaldivar, en su Seat Ronda de tercera mano. En el hilo musical del hotel sonaba en aquellos momentos “Hoy quiero confesar” de Isabel Pantoja.
En el callejón trasero del hotel, entre cartones, un indigente descubrió que le habían birlado un tetrabrik de vino D. Simón; en su habitación, el representante de Cartagena se preparaba en aquellos momentos un kalimocho con Casera Cola.
El de Apatamonasterio intentaba introducir sin éxito la nevera de la habitación en su maleta. Tras varios intentos infructuosos decidió meter la maleta en la nevera. Tenía la duda de si los billetes del Monopoly pasarían inadvertidos a la hora de pagar la cuenta, pero como el “No” ya lo tenía, no había nada que perder.
Las dos señoras de Burgos salieron a dar un paseo por los alrededores. Una de ellas llevaba los vasitos con las bolas, la otra la mesita plegable. Eran unas entusiastas de los juegos de mesa, sobre todo del “trile”.
Philargurio terminó su exposición cerrando el cuaderno de todo a cien. La crisis mundial que había conseguido montar gracias a la avaricia era un gran logro, pero no lo eran menos las comisiones de los Bancos, las disputas familiares por causa de las herencias, los problemas conyugales que generaban los compradores compulsivos, las amistades perdidas jugando al tute por no pagar un Coca-cola…
Se retiró a su asiento mientras sus compañeros permanecían en silencio. Una mosca voló en medio de la habitación; el Ceo la mató con el rabo. Philargurio alargó la mano para recogerla; Gastrimargio fue más rápido y se la comió.

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