domingo, 4 de agosto de 2013

Los siete.


Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos una de las historias de “los siete”.
Mi abuelo y su cuadrilla fundaron una sociedad. La formaban siete miembros: mi abuelo “El Picador”, Froilan “El Comeostias”, Luis “El Pitxote”; Pedrito “El Sortudo”; Olegario “El Flaco”; Ramón “El Susórdenes” y Jacinto “El Duermesentao”.
Dicha sociedad fue creada, sin ánimo lucrativo, para potenciar la relación personal y amistosa de sus integrantes con encuentros semanales en los cuales, y mediante una serie de actividades lúdicopastorales, se fomentaría la interrelación afectiva; vamos, que se iban a juntar para merendar los sábados por la tarde. Cómo eran tiempos de escasez y cada cual aportaba como mucho un huevo, una patata o una cucharada de aceite, decidieron llamarla: Sociedad Gastroeconómica “el P.P.” (Para Papear)
Necesitaban una razón social y un local adecuado. Froilán “El Comeostias”, párroco del pueblo, decidió, sin permiso del obispo, ofrecer de manera altruista la sacristía para que el grupo pudiera realizar sus encuentros. Olegario “El Flaco”, que medía uno cincuenta y pesaba más de cien kilos, decidió, vista la escasez culinaria, rebautizarla como la “carestía”. Él era el informático del grupo. Se encargaba de informar a todos los socios de la fecha y hora de la reunión. No es que tuviera mucho trabajo, ya que siempre eran los sábados a las seis de la tarde.
Pedrito “El Sortudo”, vendedor de la ONCE, aportó una sartén de 24 centímetros, pero que de tanto uso por parte de su santa madre había quedado en una de 15 tirando por demás.
Jacinto “El Duermesentao” se encargaba del fuego. Una cuerda atada en la parte trasera de su silla de ruedas arrastraba una carretilla en la cual transportaba todo lo que pillaba que pudiera ser combustionado. Una vez llevó la rueda de repuesto que le mangó a uno de Madrid que acertó a pasar por allí caminito de Jerez. La merienda no salió muy buena que digamos, y aunque el olor a caucho “quemao” acompañó a Froilán “El Comeostias”, incrustado en las tres sotanas negras que guardaba en la sacristía, hasta el lavatorio de los pies del Jueves Santo siguiente, no vino mal la cosa, ya que en vez de ofrecer sus pies descalzos, les encargó a las tres primeras feligresas que se acercaron a cumplir con el rito Semanasantil que fueran al pilón del Barrioeltinte a lavarle las susodichas sotanas, dándoles indulgencia plenaria para tres años bisiestos (a las feligresas, no a las sotanas)
Ramón “El Susórdenes”, sargento de la Guardia Civil, era el cocinero. No tenía ninguna estrella “Michelín” pero el tricornio le quedaba mejor que a Arguiñano el gorro. Además, tenía una mano para la tortilla de patatas que daba gloria ver como le daba la vuelta ¡Un porte! ¡Un carisma en el mando! ¡Hasta las patatas se mantenían firmes mientras él las cortaba! Ni una sola se quejó ante la mordiente llegada del cuchillo y la atenta mirada de Ramón.
El tesorero no podía ser otro que Luis “El Pitxote” (escrito así, con txo, ya que Luis era natural de Guipuzcoa) ya que venía con un bote incorporado de serie el cual venía bien para guardar la aportación de los socios, pero que era utilizado para introducir en él la pilila y mostrársela a las mozas del pueblo al grito de: Mira, mira, una anguila. Como es natural “El Pitxote” era el único que manejaba el dinero una vez introducido en el bote.
¿Y mi abuelo? Mi abuelo aportaba el material imprescindible para que dicha sociedad gastroeconómica fuera un éxito.
Una fotografía muestra a los componentes de “El P.P.” Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Parecen “Los intocables”. Paso firme, al compás. Decisión en sus ojos. Portan respectivamente la sartén, la sotana, el tricornio, la silla de ruedas, el bote, aparecen nítidos en la imagen. En el centro y en primer término, cual Elliot Ness, mi abuelo porta lo imprescindible: la baraja de cartas en la mano derecha y la bota de vino colgada al hombro.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.

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