domingo, 25 de agosto de 2013

D. Vitorino Corneone.

Neo... dice:
¿Me permiten?
Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos que él había picado el primer toro de la primera corrida de la ganadería de D. Vitorino Martín. Fue en San Sebastián de Los Reyes un 25 de junio de 1961. Mi abuelo tuvo que suplir al primer picador del diestro Antonio Chanel “Antoñete”. Atendía el picador al nombre de José Fulgencio, que causó baja para dicho festejo debido a un ataque repentino de cuernos provocado por el maestro de espadas de Antonio Bienvenida (que también lidiaba esa tarde), al cual no se le ocurrió otra cosa que afilar la espada con la parienta del picador.
Mi abuelo, aunque fiel a Antoñito “El Cojo”, diestro torero al que acompañó en su longeva carrera, no pudo decir que no ante las súplicas insistentes de Antoñete (¿Todos los buenos toreros se llaman Antonio?). Así que allí se presentó cubierto con su castoreño, con sus caballos y con “Rafaliyo” de monosabio.
Los alguacilillos, a lomos de sus caballos, encabezaban el paseillo. Detrás, orgullosos y altivos: Antonio Bienvenida, Antoñete y Curro Montes. Las cuadrillas de estos, sumisos, pero bellos, cerraban la procesión. La plaza guardaba silencio respetuoso ante el desfile de sus soldados. El enemigo esperaba en los corrales.
La suerte quiso que la lidia del primer toro le correspondiera a Antoñete. Salió el primer “Vitorino” con fuerza. Era largo, de elevada envergadura, astifino y con dos pitones más que considerables. Su color negro zahino destacaba ante el dorado del albero. Dio dos vueltas a la plaza sin que ninguno de los subalternos del diestro se atreviera siquiera a asomar tras los burladeros.
Mi abuelo observaba al morlaco tras la puerta de chiqueros. Nunca había visto un animal tan bello como aquel. Por un solo instante, y por una sola vez en la vida, odió su profesión.
Llegó el tercio de varas y apareció mi abuelo en el coso taurino. Se tragó su pesar por tener que enfrentarse a tan noble animal y asió la pica con fuerza. Antoñete le indicó que se colocara en la zona de sombra, ya que así el astado se encontraría el sol de frente y quedaría deslumbrado. Mi abuelo, con dos cojones, no le hizo caso y se colocó en el lado contrario. Antoñete se dirigió hacia él airado. Mi abuelo le miró directamente a los ojos… y el maestro, comprendiendo, bajó los suyos.
Mi abuelo, preparado, se dirigió al toro: ¡Eh, toro!
Aquella actuación tuvo consecuencias en la vida de mi abuelo.
Una fotografía lo muestra.
En ella se ve a mi abuelo picando al toro, montado sobre su caballo. Este, debido a la fuerza de la embestida, no toca con ninguna de sus patas la arena del ruedo. Los ojos de mi abuelo brillan y el sudor recorre su cara mientras sus manos muestran el esfuerzo efectuado al clavar la pica.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Detrás, con difícil caligrafía de mi abuelo.
Desde aquél día me llamaron Don Vitorino Corneone.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.

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