miércoles, 7 de agosto de 2013

Guapo oscuro.

Neo... dice:

Era joven, parecía sano, y según la opinión totalmente subjetiva de mi esposa: era guapo. Yo no voy a entrar a discutir con la parienta, que siempre llevo las de perder, pero de una cosa si estoy seguro: era negro. Negro no es la palabra exacta para definir el color de la piel del sujeto aquel, pero a riesgo de equivocarme, aunque con muy pocas probabilidades de ello, diría que era marrón (marrón chocolate; casi casi del mismo tono que una tableta de Nestlé envoltorio rojo).
La primera vez que reparé en él fue debido a un juramento en hebreo; o quizá fuera un juramento en africano debido a su presumible procedencia, que el tipo aquel profirió, por lo bajo, eso sí, pero con muy mala leche, cuando recibió en pleno rostro el humo que yo había expulsado, con total satisfacción, de una intensa calada que le había pegado a mi “ducados”. Los fumadores saben de sobra a qué me refiero, y pueden comprender la sensación que produce un buen pitillo, con el que me estaba homenajeando, durante la espera a que todos los hombres (como yo) fumadores (también como yo) nos vemos obligados a realizar durante la sesión de compras semanales.
Le miré de reojo, pegué otra calada y dirigí el humo en su dirección. Si él no fumaba no era mi problema: yo no me ducho todos los días y tengo que aguantar el desagradable olor de muchos metrosexuales que no saben distinguir entre unas gotas y un chorretón de colonia “pour honme”.
Me dí cuenta enseguida de que era pobre. El bote que mostraba en su mano derecha extendida hacia todo el que salía del supermercado me dio una buena pista. Uno no es que presuma de inteligente pero, aunque no fui a la “Versidad”, pasé del “tomate” en la cartilla.
Allí estábamos yo y el “marrón” (el burro detrás para que no se espante) en una situación realmente incómoda. Bueno, incómodo estaba él recibiendo el humo de mi “ducados”, que a punto estuve de pedirle la recaudación de la mañana para sufragar el próximo paquete de cigarrillos; que uno es fumador, pero no voluntario de Cáritas.
Mi señora salió con seis bolsas de la compra: tres en cada mano. Ella tampoco fue a la “Versidad” pero sabe que el peso hay que repartirlo equitativamente. Yo, como no podía ser menos, acudí en su ayuda y recogí dos de sus bolsas con mi mano derecha; en la mano izquierda llevaba el pitillo y todavía tenía dos buenas chupadas para aprovechar. Como soy caballeroso y de buen corazón escogí, eso sí, las dos bolsas más grándes: una que llevaba el papel higiénico y otra que contenía tres lechugas de oreja de burro; ¡pero que tres lechugas! Que más que de oreja parecían de “pilila” de pollino en plena efervescencia. No es que pesaran mucho las bolsas, pero lo que incomodan…
Emprendía el camino a casa cuando noté que mi esposa no me seguía. Me volví y observé que dejaba las bolsas en el suelo, abría su cartera, sacaba unas monedas y las depositaba en el bote del “chocolate” mientras le dedicaba una sonrisa. Éste sonrió también y le dijo algo que sonó a “Gracias”, pero en raro. Mi esposa, con una sonrisa bobalicona aún en su rostro, le respondió un “De nada”, pero en entendible. Recogió la compra y se dirigió hacia mí.
El “Negro” me miró; me sonrió pero con una sonrisa digamos… extraña, y masculló en voz baja algo que yo entendí como un “Te jodes”, pero que no lo puedo asegurar ya que yo no se hablar “raro”.
Mi mujer dice que era guapo, yo digo que era negro … o color marrón mierda.

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