jueves, 8 de agosto de 2013

Entregar las armas.

Neo... dice:

Entregar las armas.
Mi abuelo también fue picador.
En los últimos años de su vida nos contó a los nietos el día que tuvieron que rendirse y dejar las armas.
Mi abuelo fue niño en su infancia, como todo niño que se precie; que yo he llegado a ver niños patalear y coger una buena “perra” en muchos viajes del Inserso, que hasta mearse, oigan. Tenía un grupo de amigos y el era el cabecilla, como no podía ser de otra manera, ya que uno es nieto del mejor picador de toros que ha dado la historia desde que Teseo debutó en Creta con el minotauro.
Como todo buen jefe mi abuelo tenía su nombre de guerra: Virgenesetórix; “Virgen” porque todavía no había catado hembra y “esetorix” por su afición al mundo del arte de cuchares.
Tenía una banda… y ¡menuda banda! Estos eran sus miembros además de mi abuelo y sus nombres guerreros:
-Froilan “Egoteabsólbix”: el druida. Se encargaba de surtir al grupo de la poción mágica: vino de consagrar “mangao” en la sacristía. Llegaría a párroco del pueblo.
-Luis “Tontoloshuévix”: el músico. Cantaba bien pero tenía la voz muy desagradable. Nombrado para el cargo debido a que era el único que tenía un instrumento musical: un bote donde introducía su “pilila” para enseñarsela a las mozas y que le acompañó toda su vida. Imagínense con qué tocaba el bote. Le tenía tanto aprecio que, por expreso deseo, en él fueron introducidas sus cenizas y venerado en la Iglesia parroquial ya que se le atribuían efectos curativos y afrodisiacos.
-Pedrito “Ojoavizórix”: el vigía. Era ciego de nacimiento, pero tenía un oído… Capaz de distinguir a varios cientos de metros un burro de una oveja, solamente escuchando el sonido de sus pisadas y claro está, si balaba o rebuznaba.
-Jacinto “Abraracúrcix”. No tenía cargo específico pero era el mejor tratado. Jacinto era porteado siempre por dos de sus compañeros; una meningitis mal curada y la parálisis de sus dos piernas eran motivo suficiente.
- Olegario “Obésix”: uno de los porteadores. Era grande y fuerte: ya a los seis años medía metro cincuenta… tanto de alto, como de ancho.
- Ramón “Altoalaguardiacivix”: el otro porteador. Era estricto, serio, muy recto y con un acusado bigote desde su tierna infancia. La mano derecha de mi abuela a la hora de impartir órdenes.
Se hacían llamar Los Gallos y la banda rival El Imperio Marrano. El jefe de los marranos era Florencio “El Pajas”. Mi abuelo le pilló en el Pajar de Camilo “Trigolimpio” montado en una banqueta y teniendo su primera experiencia sexual con Laurita: la burra encargada de mover el trillo en la era. Él, que siempre fue buena persona, pero un poco canalla, le pegó una patada a la banqueta, Laurita tensó los muslos, y Florencio se quedó colgando de los cuartos traseros de la burra cual péndulo de Foocault. Desde aquel día se declararon enemigos acérrimos.
“El Pajas” era conocido por la banda de mi abuelo como “El Cesar” ya que era imposible conseguir que cesara de darle al manubrio. No es que tuviera buenos amigos, pero como su padre era el más rico del pueblo lo que no arrastran tetas, arrastran pesetas.
Grandes batallas tuvieron las dos bandas en aquellos tiernos años de su infancia, pero los Gallos causaban graves daños en el enemigo dada su maestría en el uso del tirachinas. Hasta Pedrito, que tiraba de oído hacía estragos. “El Pajas”, harto de perder, fue a llorarle a su padre, y este no tardó en tomar cartas en el asunto.
Una fotografía muestra lo sucedido:
Se ve un prado. En el lado izquierdo aparece la banda de Los Marranos, el pudiente padre de Florencio y dos Guardias Civiles. En el centro “El Pajas” pisotea con rabia los tirachinas de la banda de mi abuelo. Esta, en el lado derecho, mira hacia arriba. Observan la trayectoria de siete pequeños objetos que apenas se distinguen sobre el azul del cielo.
Detrás con la difícil caligrafía de mi abuelo.
Nos dijeron que arrojáramos las armas a los pies de “El Pajas”.
Las municiones se las arrojamos a la cabeza.
Veintisiete puntos de sutura le pusieron.
Al ser su primer nieto me dejó la foto como recuerdo.
Guardo esa fotografía con mucho cariño, y siempre que escucho a Víctor Manuel me acuerdo de ella.
Sí, mi abuelo también fue picador.

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