sábado, 3 de agosto de 2013

Políticos del XIX y XX.

jachuspa dice:
Si por alguna extraña circunstancia se hiciera realidad, cosas más raras se están viendo, la película de Dan O´Bannon, “El regreso de los muertos vivientes” o alguna serie de televisión como “The walking dead”, buena parte de los políticos españoles de los siglos XIX y XX “resucitados” creerían estar viviendo un déjà vu.
Si el zombie de Romero Robledo o el comisionista- marido (de casado Duque de Riánsares) de la viuda de Fernando VII, aquella de quien decían las coplillas: “Clamaban los liberales/ que la reina no paría/ y ha parido más Muñoces/ que liberales había”, o tal vez, el benemérito Marqués de Salamanca y tutti quanti, que supieron vivir indecorosamente del presupuesto y de otras tropelías, leyeran, oyeran o vieran las noticias del panorama político nacional español, creerían que están en el cielo, que hicieron escuela; inclusive, próceres como Cánovas o Sagasta, pensarían que segundas partes siempre fueron buenas…incluso terceras.
Si algo caracteriza al siglo XIX es la impresentable, en términos generales, clase política que gobernó España aquellos años y de la que es deudora la actual. Ya en aquellos días, se les suponía un destino terrible a los políticos a su muerte: el infierno. Tras el fallecimiento de Narváez, circuló un telegrama por los cafés y mentideros de la Villa y Corte: “Ha llegado el duque de Valencia/se le está poniendo el rabo/se espera con impaciencia/a don Luis González Bravo”. Rico y Amat en su “Diccionario de los políticos” escrito allá tan pronto como 1855 los definía así: “Zánganos de colmena que se alimentan únicamente con la miel de la patria” y decía que su patriotismo “…es la ilusión de la juventud, la especulación de la virilidad, el egoísmo de la vejez”.
Cuando se produjo el desastre del 98 mucha gente se preguntó cómo fue posible aquello y culpó a los políticos por su ineptitud. La pregunta lógica hubiera sido otra: cómo fue posible que España, con la casta política que la gobernó, aguantara con los restos de su menguado Imperio colonial hasta esa fecha. Entonces, como ahora, la clase política era partidaria de arrimar el Pascual a su sardina; el súmmum de la felicidad, como decía García Gual en su obra “La secta del perro: vida de los filósofos cínicos”, consistía en ser tonto y tener trabajo: algún partido político español actual ha hecho de ello su leitmotiv.
No cambió el panorama en el siglo XX, ni con la monarquía de Alfonso XIII, ni con Primo de Rivera, ni con la II República, ni con el franquismo y tampoco, con la restauración de la democracia en el 75. Tiene uno la sensación, tal vez errónea, de que todos los políticos han asistido como alumnos a la misma madrasa, allí donde la primera lección consiste en un power point para aprender a separar con éxito las piedras de las lentejas y la segunda es de pretecnología, para ir comprendiendo el mundo, y se denomina: “A la electrónica por el enchufe”. El título lo dan en cuanto saben diferenciar gimnasia de magnesia. Hay repetidores.
En la mayoría de los partidos políticos españoles actuales se ha producido un aggiornamento de aquel viejo lema del Frente de Juventudes “vale quien sirve” por este otro “vale quien se sirve”; a ellos –los partidos- llaman, atraídos como si fueran la Tienda en Casa, los mejores representantes de la idiocia y la avaricia. Total para que, como decían de Franco, todos los presidentes del Gobierno tengan, en su mesa de trabajo, dos carpetas con bolitas de alcanfor en su interior: una, con los asuntos que el tiempo resolverá, otra con los asuntos que el tiempo ha resuelto. Disculpen, pero me voy a vomitar.
Buenos días señoras y señores

No hay comentarios:

Publicar un comentario